La Gran Esperanza

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6—Paz verdadera

Dondequiera que los siervos de Dios predicaban con fidelidad la Palabra de Dios, se veían resultados que atestiguaban su origen divino. Los pecadores sentían despertarse su conciencia. Una profunda convicción tomaba posesión de su mente y su corazón. Tenían conciencia de la justicia de Dios, y clamaban: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Al ser-les revelada la cruz, veían que nada sino los méritos de Cristo podía expiar sus transgresiones. Por medio de la sangre de Jesús, ellos lograban el perdón de “los pecados pasados” (Romanos 3:25). GE 45.1

Los que creían y eran bautizados iniciaban una vida nueva, por la fe en el Hijo de Dios, para seguir en sus pisadas, para reflejar su carácter y para purificarse a sí mismos como él es puro. Las cosas que una vez odiaban ahora las amaban, y las cosas que una vez amaban ahora las odiaban. El orgulloso se hacía humilde, los vanidosos y arrogantes se convertían en serios y discretos. Los borrachos se volvían sobrios; y los corrompidos, puros. Los cristianos no buscaban el adorno “exterior -consistente en peinados rebuscados, alhajas de oro y vestidos lujosos-, sino la actitud interior del corazón, el adorno incorruptible de un espíritu dulce y sereno. Esto es lo que vale a los ojos de Dios” (1 S. Pedro 3:3, 4, LPD). GE 45.2

Los reavivamientos se caracterizaban por solemnes llamamientos dirigidos a los pecadores. Los frutos se veían en personas que no rehuían la abnegación sino que se regocijaban en ser tenidas por dignas de sufrir por causa de Cristo. Los hombres contemplaban una transformación en los que profesaban el nombre de Jesús. Tales eran los resultados que en las épocas pasadas se manifestaban en los despertares religiosos. GE 46.1

Pero muchos reavivamientos de los tiempos modernos representan un señalado contraste con aquellas manifestaciones. Es cierto que muchos profesan haberse convertido, y hay grandes aumentos en el número de miembros de iglesia. Sin embargo los resultados no son tales que justifiquen la creencia de que se haya producido un aumento correspondiente de la verdadera vida espiritual. La luz que brilla por un tiempo pronto se apaga. GE 46.2

Los reavivamientos populares demasiado a menudo excitan las emociones y satisfacen el amor por lo que es nuevo y asombroso. Pero los nuevos conversos poseen poco deseo de escuchar la verdad de la Biblia. A menos que un servicio religioso tenga algo de sensacional, no tiene atractivo para ellos. GE 46.3

Para toda alma verdaderamente convertida, la relación con Dios y con las cosas eternas será su mayor interés en la vida. ¿Dónde está en las iglesias populares el espíritu de consagración a Dios? Los conversos no renuncian al orgullo ni al amor al mundo. No están más dispuestos a negarse a sí mismos y a seguir al manso y humilde Jesús que antes de su conversión. La piedad casi ha desaparecido de muchas de las iglesias. GE 46.4

Los verdaderos seguidores de Cristo - Pero, a pesar de la amplia decadencia de la fe, hay verdaderos seguidores de Cristo en estas iglesias. Antes que caigan los juicios finales de Dios, habrá dentro del pueblo del Señor un reavivamiento de la piedad primitiva como no ha sido presenciado desde los tiempos apostólicos. El Espíritu de Dios será derramado. Muchos se separarán de las iglesias en las cuales el amor al mundo ha reemplazado al amor a Dios y a su Palabra. Muchos dirigentes y muchos creyentes aceptarán con alegría las grandes verdades que preparan a un pueblo para la segunda venida del Señor. GE 46.5

El enemigo de las almas desea impedir esta obra y, antes que llegue el tiempo para que se produzca este movimiento, él tratará de impedirlo introduciendo una falsificación. En las iglesias que él pueda poner bajo su control, hará parecer que se está derramando la bendición especial de Dios. Multitudes se alegrarán de que Dios esté obrando maravillosamente, cuando en realidad la obra será realizada por otro espíritu. Bajo un disfraz religioso, Satanás buscará extender su influencia sobre el mundo cristiano. Hay una excitación emocional, una mezcla de lo verdadero y lo falso, bien adaptada para engañar. GE 46.6

Sin embargo, a la luz de la Palabra de Dios, no es difícil determinar la naturaleza de estos movimientos. Dondequiera que los hombres descuiden el testimonio de la Biblia y se aparten de las verdades claras -que son una prueba para el alma, ya que requieren abnegación y renuncia al mundo-, podemos estar seguros de que no se les ha concedido la bendición de Dios. Y, usando la regla de que “por sus frutos los conoceréis” (S. Mateo 7:16), es evidente que estos movimientos no son la obra del Espíritu de Dios. GE 47.1

Las verdades de la Palabra de Dios son el escudo contra los engaños de Satanás. El descuido de estas verdades ha abierto la puerta a los males hoy tan extendidos en el mundo. La importancia de la Ley de Dios se ha perdido de vista en gran medida. Una falsa concepción de la Ley divina ha conducido a errores con respecto a la conversión y la santificación, rebajando la norma de piedad. Aquí es donde ha de hallarse el secreto de la falta del Espíritu de Dios en los reavivamientos de nuestro tiempo. GE 47.2

La ley de libertad - Muchos maestros religiosos aseguran que Cristo, por medio de su muerte, abolió la Ley. Algunos la presentan como un yugo pesado y, en contraste con la “esclavitud” de la Ley, presentan la “libertad” que ha de gozarse bajo el evangelio. GE 47.3

Pero los profetas y los apóstoles no consideraron de esta manera la santa Ley de Dios. Dijo David: “Andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (Salmo 119:45). El apóstol Santiago se refiere al Decálogo como “la perfecta ley, la de la libertad” (Santiago 1:25). El revelador de Patmos pronuncia una bendición sobre los que “guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:14, RVA). GE 47.4

Si hubiera sido posible que la Ley fuera cambiada o anulada, Cristo no habría necesitado morir para salvar al hombre de la penalidad del pecado. El Hijo de Dios vino a engrandecer la Ley y hacerla honorable (ver Isaías 42:21). Él dijo: “No penséis que he venido a abolir la Ley... De cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley” (S. Mateo 5:17, 18). Y declaró con respecto a sí mismo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu Ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40:8). GE 47.5

La Ley de Dios es inmutable porque es una revelación del carácter de su Autor. Dios es amor, y su Ley es amor. “El cumplimiento de la Ley es el amor” (Romanos 13:10). Dijo el salmista: “Tu Ley [es] la verdad”; “todos tus mandamientos son justicia” (Salmo 119:142, 172). Y San Pablo declara: “La Ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Una Ley semejante debe ser tan eterna como su Autor. GE 48.1

La obra de la conversión y la santificación consiste en reconciliar a los hombres con Dios, poniéndolos en armonía con los principios de su Ley. En el principio, el hombre estaba en perfecta armonía con la Ley de Dios. Pero el pecado lo apartó de su Hacedor. Su corazón ahora estaba en guerra contra la Ley de Dios. “Los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7). Pero “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”, para que el hombre pueda ser reconciliado con Dios, restaurado a la armonía con su Hacedor. Este cambio es el nuevo nacimiento, sin el cual nadie “puede ver el reino de Dios” (S. Juan 3:16, 3). GE 48.2

Convicción de pecado - El primer paso en la reconciliación con Dios es la convicción de pecado. “El pecado es infracción de la Ley”. “Por medio de la Ley es el conocimiento del pecado” (1 S. Juan 3:4; Romanos 3:20). Con el fin de que pueda ver su culpa, el pecador debe considerar su situación frente al espejo de Dios, el cual muestra lo que debe ser un carácter justo y capacita a la persona para ver los defectos del propio carácter. GE 48.3

La Ley revela al hombre su pecado, pero no proporciona ningún remedio. Declara que la muerte es la suerte del transgresor. Solo el evangelio de Cristo puede librar al hombre de la condenación o la contaminación del pecado. El pecador debe ejercer arrepentimiento hacia Dios, cuya Ley ha sido transgredida, y fe en Cristo, su sacrificio expiatorio. Así obtiene el perdón de “los pecados cometidos anteriormente” (Romanos 3:25, VM) y llega a ser un hijo de Dios. GE 48.4

Lutero ilustra cómo encontrar perdón y salvación - El deseo de reconciliarse con Dios indujo a Martín Lutero a dedicarse a la vida mo-nástica. En ella se le pidió que realizara los trabajos penosos más bajos y que pidiera limosna de puerta en puerta. Pacientemente soportó esta humillación, creyendo que era necesaria a causa de sus pecados. GE 49.1

Llevó una vida muy rigurosa, tratando, mediante el ayuno, las vigilias y los azotes, de dominar los males de su naturaleza. Más tarde dijo: “Si alguna vez un monje pudiera obtener el cielo por sus obras monásticas, yo ciertamente tendría derecho a ello... Si hubiera continuado mucho tiempo más, mis mortificaciones me habrían llevado aun hasta la muerte”. 1 Pero a pesar de todos sus esfuerzos, su alma cargada no encontró alivio. Finalmente llegó al límite de la desesperación. GE 49.2

Cuando parecía que todo estaba perdido, Dios le dio un amigo. Staupitz ayudó a Lutero a comprender la Palabra de Dios, y le pidió que dejara de mirarse a sí mismo y fijara la vista en Jesús. “En vez de torturarte debido a tus pecados, arrójate en los brazos del Redentor. Confía en él, en la justicia de su vida, en la expiación de su muerte... El Hijo de Dios... se hizo hombre para darte la seguridad del favor divino... Ama al que te amó primero”. 2 Sus palabras hicieron una profunda impresión en la mente de Lutero. Su alma atribulada se vio inundada de paz. GE 49.3

Más tarde, la voz de Lutero se oía en solemnes advertencias desde el pulpito. Presentaba delante del pueblo el carácter ofensivo del pecado y enseñaba que es imposible que el hombre, por sus propias obras, aminore su culpa o escape al castigo. Nada sino el arrepentimiento para con Dios y la fe en Cristo pueden salvar al pecador. La gracia de Cristo no puede comprarse; es un don gratuito. Aconsejaba al pueblo a no comprar indulgencias, sino a mirar con fe al Redentor crucificado. Relataba su propia y dolorosa experiencia, y aseguraba a sus oyentes que había sido por la fe en Cristo como había encontrado paz y gozo. GE 49.4

¿El perdón nos libra de obedecer? - El pecador perdonado ¿está libre para transgredir la Ley de Dios? Dice San Pablo: “¿Por la fe invalidamos la Ley? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la Ley”. “Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” San Juan también declara: “Este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”. En el nuevo nacimiento, el corazón es puesto en armonía con Dios y en armonía con su Ley. Cuando este cambio ha ocurrido en el pecador, él ha pasado de muerte a vida, de la transgresión y la rebelión a la obediencia y la lealtad. La antigua vida ha terminado; la nueva vida de reconciliación, fe y amor ha comenzado. Entonces, “la justicia de la Ley” se cumplirá “en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. Y el lenguaje del alma será: “¡Cuánto amo yo tu Ley! ¡Todo el día es ella mi meditación!” (Romanos 3:31; 6:2; 1 S. Juan 5:3; Romanos 8:4; Salmo 119:97). GE 50.1

Sin la Ley, los hombres no tienen verdadera convicción del pecado y no sienten ninguna necesidad de arrepentimiento. No se dan cuenta de que necesitan la sangre expiatoria de Cristo. La esperanza de la salvación es aceptada sin un cambio radical del corazón y sin una reforma de la vida. GE 50.2

Así abundan las conversiones superficiales, y así ingresan a la iglesia multitudes que jamás se han unido a Cristo. GE 50.3

¿Qué es la santificación? - Del descuido o del rechazo de la Ley divina también surgen teorías erróneas con respecto a la santificación. Estas teorías, falsas en materia de doctrina y peligrosas en cuanto a los resultados prácticos, están hallando aceptación general. GE 50.4

San Pablo declara: “La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3). La Biblia enseña claramente qué es la santificación y cómo ha de conseguirse. El Salvador oró por sus discípulos: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (S. Juan 17:17). Y San Pablo enseña que los creyentes han de ser santificados por el Espíritu Santo (ver Romanos 15:16). GE 50.5

¿Cuál es la obra del Espíritu Santo? Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (S. Juan 16:13). Y el salmista dice: “Tu Ley [es] la verdad” (Salmo 119:142). Puesto que la Ley de Dios es santa, justa y buena, un carácter formado gracias a la obediencia de esa Ley será santo. Cristo es el perfecto ejemplo de un carácter tal. Él dice: “He guardado los mandamientos de mi Padre”. “Hago siempre lo que le agrada” (S. Juan 15:10; 8:29). Los seguidores de Cristo han de llegar a ser semejantes a él; por la gracia de Dios han de formar caracteres que estén de acuerdo con los principios de su santa Ley. Esta es la santificación bíblica. GE 51.1

Solo por medio de la fe - Esta obra puede realizarse solamente gra-cias a la fe en Cristo, por el poder del Espíritu Santo que mora en el interior de la persona. El cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero se mantendrá constantemente en guerra contra él. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad humana se une con el poder divino, y la fe exclama: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57). GE 51.2

La obra de la santificación es progresiva. Cuando en la conversión el pecador encuentra paz con Dios, la vida cristiana apenas ha comenzado. Ahora ha de extenderse hacia “la perfección”; ha de crecer “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. El apóstol Pablo nos dice: “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Hebreos 6:1; Efesios 4:13; Filipenses 3:13, 14). GE 51.3

Los que experimentan la santificación bíblica manifestarán humildad. Verán su propia indignidad en contraste con la perfección del Infinito. El profeta Daniel fue un ejemplo de verdadera santificación. En lugar de pretender ser puro y santo, este honrado profeta se identificó a sí mismo con los que eran verdaderamente pecadores en Israel al interceder ante Dios en favor de su pueblo (ver Daniel 9:15, 18, 20; 10:8, 11). GE 51.4

No puede haber ensalzamiento de sí mismo ni pretensión jactanciosa de estar libre de pecado por parte de quienes caminan a la sombra de la cruz del Calvario. Ellos sienten que fue su pecado el que produjo la agonía que quebrantó el corazón del Hijo de Dios, y este pensamiento los guiará a un espíritu de humildad. Los que viven más cerca de Jesús comprenden más claramente la fragilidad y la pecaminosidad de su condición humana, y su única esperanza está en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado. GE 51.5

La santificación que es ahora muy popular en el mundo religioso lleva consigo un espíritu de exaltación propia y descuido de la Ley de Dios que la señala como ajena a la Biblia. Sus defensores enseñan que la santificación es una obra instantánea mediante la cual, a través de la “fe sola”, ellos logran la perfecta santidad. Dicen: “Cree solamente, y la bendición es tuya”. No se espera que haya más esfuerzo por parte de quien la recibe. Y al mismo tiempo niegan la autoridad de la Ley de Dios, insistiendo en que están exentos de la obligación de guardar los mandamientos. Pero ¿es posible ser santo sin llegar a estar en armonía con los principios que expresan la naturaleza y voluntad de Dios? GE 52.1

El testimonio de la Palabra de Dios está en contra de esta doctrina engañosa de una fe sin obras. No es fe lo que reclama el favor del Cielo sin cumplir con las condiciones según las cuales la misericordia ha de ser concedida. Es presunción (ver Santiago 2:14-24). GE 52.2

Nadie se engañe a sí mismo pensando que puede llegar a ser santo mientras voluntariamente viola uno de los requerimientos de Dios. El pecado acariciado silencia la voz del Espíritu y separa el alma de Dios. Aunque San Juan habla mucho del amor, no titubea en revelar el verdadero carácter de las personas que pretenden estar santificadas mientras viven transgrediendo la Ley de Dios. “El que dice: ‘Yo le conozco, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él. Pero el que guarda su palabra, en ese verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado” (1 S. Juan 2:4, 5). Aquí está la prueba de la profesión de cada hombre. Si los hombres empequeñecen y le restan importancia a los preceptos de Dios, si vio-lan el menor de esos mandamientos y así enseñan a los hombres, podemos saber que su pretensión es sin fundamento (ver S. Mateo 5:18, 19). GE 52.3

Pretender estar libre de pecado es evidencia de que quien lo afirma está lejos de ser santo. No tiene un verdadero concepto de la pureza y santidad infinitas de Dios, ni de la malignidad del mal y el pecado. Cuanto mayor sea la distancia entre Cristo y él, más justo aparecerá a sus propios ojos. GE 52.4

Santificación bíblica - La santificación abarca el ser entero: el espíritu, el alma y el cuerpo (ver 1 Tesalonicenses 5:23). A los cristianos se les pide que presenten sus cuerpos como “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Romanos 12:1). Toda práctica que debilite las fuerzas físicas o mentales incapacita al hombre para el servicio de su Creador. Los que aman a Dios tratarán constantemente de colocar toda facultad de su ser en armonía con las leyes que promueven su capacidad para hacer la voluntad divina. Ellos no debilitarán ni contaminarán la ofrenda que presenten a su Padre celestial satisfaciendo el apetito o la pasión. GE 53.1

Toda gratificación pecaminosa tiende a oscurecer y a debilitar las percepciones mentales y espirituales; la Palabra o el Espíritu de Dios pueden hacer apenas una débil impresión en el corazón. “Limpiémonos de toda nacimiento, el contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1). GE 53.2

¡Cuántos cristianos profesos están debilitando su semejanza divina mediante la glotonería, las bebidas alcohólicas, la participación en los placeres prohibidos! Y la iglesia demasiado a menudo estimula el mal y lo fomenta, apelando a los apetitos, el amor al lucro y los placeres, para llenar su tesorería, la cual el amor a Cristo es demasiado débil para colmar. Si Jesús entrara en las iglesias de nuestros días y contemplara los festejos que allí se realizan en el nombre de la religión, ¿no echaría a esos profanadores como arrojó del Templo a los cambistas? GE 53.3

“¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?, pues habéis sido comprados con precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:19, 20). La persona cuyo cuerpo es templo del Espíritu Santo no será esclavizada con un hábito pernicioso. Sus facultades pertenecen a Cristo. Sus posesiones son del Señor. ¿Cómo podría malgastar el capital que le ha sido confiado? GE 53.4

Los cristianos profesos gastan anualmente una inmensa suma en satisfacciones perniciosas. Despojan a Dios de los diezmos y las ofrendas, mientras consumen sobre el altar de la pasión destructora más de lo que dan para aliviar a los pobres o sostener el evangelio. Si todos los que profesan a Cristo fueran verdaderamente santificados, sus medios, en lugar de ser gastados en placeres inútiles y perjudiciales, serían entregados a la tesorería del Señor. Los cristianos darían un ejemplo de temperancia y abnegación. Entonces serían la luz del mundo. GE 54.1

“Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” dominan a las multitudes (1 S. Juan 2:16). Pero los seguidores de Cristo tienen una vocación más elevada. “Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo impuro”. Para los que cumplen las condiciones, la promesa de Dios es: “Yo os recibiré y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:17, 18). GE 54.2

Acceso directo a Dios - Cada paso dado en la fe y la obediencia coloca al alma en más estrecha relación con la Luz del mundo. Los brillantes rayos del Sol de Justicia brillan sobre los siervos de Dios, y ellos han de reflejar esos rayos. Las estrellas nos dicen que hay una luz en los cielos cuya gloria las hace brillar; así también los cristianos manifiestan que hay un Dios sobre el trono cuyo carácter es digno de alabar e imitar. La santidad de su carácter será manifiesta en sus testigos. GE 54.3

Gracias a los méritos de Cristo tenemos acceso al trono del Poder infinito. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Jesús dice: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” “Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré”. “Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo” (Romanos 8:32; S. Lucas 11:13; S. Juan 14:14; 16:24). GE 54.4

Cada uno tiene el privilegio de vivir de tal manera que Dios lo apruebe y lo bendiga. No es la voluntad de nuestro Padre celestial que estemos continuamente bajo la condenación de las tinieblas. No es evidencia de verdadera humildad el andar siempre con la cabeza gacha y el corazón lleno de pensamientos sobre uno mismo. Podemos ir a Jesús y ser limpiados, y estar sin vergüenza ni remordimientos en presencia de la Ley. GE 54.5

Los hijos caídos de Adán llegan a ser “hijos de Dios” a través de Jesús. Él “no se avergüenza de llamarlos hermanos”. La vida cristiana debe ser una vida de fe, victoria y gozo en Dios. “El gozo de Jehová es vuestra fuerza”. “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (Hebreos 2:11; Nehemías 8:10; 1 Tesalonicenses 5:16-18). GE 55.1

Tales son los frutos de la conversión y la santificación bíblicas; y es debido a que los grandes principios de la justicia establecidos en la Ley son considerados con indiferencia por lo que estos frutos se observan raramente. Esta es la razón por la cual se manifiesta tan poco de esa labor profunda y permanente del Espíritu que caracterizó los primeros reavivamientos. GE 55.2

Contemplando es como somos cambiados. Cuando se descuidan los sagrados preceptos en los cuales Dios ha abierto a los hombres la perfección y la santidad de su carácter, y la mente de las personas es atraída a las enseñanzas y las teorías humanas, el resultado ha sido una declinación de la piedad en la iglesia. Solo cuando la ley de Dios es restaurada a la posición que le corresponde puede haber un reavivamiento de la fe y la piedad primitivas entre los que profesan ser el pueblo del Señor. GE 55.3