Manuscritos Inéditos Tomo 1 (Contiene los manuscritos 19-96)
Manuscrito 89—La cirugía y los fármacos. * Abrir las ventanas del alma**
El uso de fármacos. El Salvador está presente en la habitación del enfermo, en el quirófano; y su poder para la gloria de su nombre logra grandes cosas.— Ms 159, 1899, p. 5 («The Privileges and Duties of a Christian Physician” [Los privilegios y los deberes de un médico cristiano], 13 de diciembre de 1899). MI1 351.1
Es nuestro privilegio usar todo medio señalado por Dios en correspondencia con nuestra fe, y luego confiar en Dios cuando hemos pedido el cumplimiento de la promesa. Si hay necesidad de una operación quirúrgica y el médico está dispuesto a hacerse cargo del caso, no es una negación de la fe que se lleve a cabo la operación. Una vez que el paciente ha comprometido su voluntad a la voluntad de Dios, confíe, acercándose al gran Médico, el poderoso Sanador, y entréguese a él con perfecta confianza. El Señor honrará su fe en la forma misma en que ve que es para la gloria de su nombre. «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová, el Señor está la fortaleza de los siglos» (Isa. 26: 3, 4).— Ms 67, 1899, pp. 6, 7 (Manuscrito sin título, 25 de abril de 1899). MI1 351.2
Cristo es el médico misionero más grande que ha existido. Nunca perdió un caso. Sabe cómo proporcionar fuerzas y dirección a los médicos que trabajan en esta institución. Está junto a ellos mientras llevan a cabo sus difíciles operaciones quirúrgicas. Sabemos que esto es así. Él ha salvado vidas que se habrían perdido si el bisturí se hubiera desviado en lo que corresponde al espesor de un cabello. Los ángeles de Dios asisten constantemente a aquellos por quienes Cristo ha dado su vida. MI1 352.1
Dios ha proporcionado talentos y habilidad a los médicos de esta ins-titución, porque ellos lo están sirviendo. Saben que sus talentos no les pertenecen, sino que vienen de lo alto. Comprenden que junto a ellos hay un Vigilante divino que da sabiduría a sus médicos y los capacita para actuar inteligentemente en su trabajo.— Ms 28, 1901, p. 9 [«Talk Given by Mrs. E. G. White at the Battle Creek Sanitarium» [Charla dada por la Sra. Elena G. de White en el Sanatorio de Battle Creek], 27 de marzo de 1901). MI1 352.2
Abrir las ventanas del alma. Juan llama nuestra atención sobre el amor que Dios nos ha dado. «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3: 1). ¿Podemos comprender este amor? Aunque expandiéramos la mente hasta su límite último, ¿podríamos captar su medida o dar al don del amor el aprecio que merece? MI1 352.3
Aunque el pecado lleva siglos acumulándose, aunque mediante falsedad y artimañas Satanás ha proyectado la negra sombra de su interprefación sobre la Palabra de Dios, la misericordia y el amor del Padre no han dejado de fluir hacia la tierra en abundantes torrentes. Si los seres humanos estuvieran dispuestos a abrir las ventanas del alma hacia el cielo, en aprecio de los dones divinos, se derramaría un torrente de virtudes sanadoras que llevaría a los hombres a exclamar: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4: 10). MI1 352.4
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). [...] Por nosotros, dio a su Hijo unigénito para que sufriera una vida de maltrato, insulto, burlas y rechazo. Jamás podremos soportar lo que Cristo soportó, nunca podremos sufrir lo que él sufrió. [...] MI1 352.5
Pablo, en las indicaciones que le dio a Timoteo poco antes de morir, le dijo: «Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos. Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el mandamiento sin mancha ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo. Aparición que a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible y a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver. A él sea la honra y el imperio sempiterno» (1 Tim. 6: 12-16).— Carta 79, 1900, pp. 10-13 (a William Kerr, 10 de mayo de 1900). MI1 353.1
Patrimonio White, Washington, D. C., 24 de abril de 1957
El número 91 y el 92 se usaron en material adi-cional de los tomos 1 y 2 de Mensajes selectos.
El número 93 se usó en La fe por la cual vivo.