Testimonios para la Iglesia, Tomo 1

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El zarandeo

El 20 de noviembre de 1857 me fue mostrado el pueblo de Dios, y lo vi poderosamente sacudido. Algunos, con robusta fe y clamores de agonía intercedían ante Dios. Estaban pálidos y sus rostros demostraban la profunda ansiedad resultante de su lucha interior. Gruesas gotas de sudor bañaban su frente; pero con todo, su aspecto manifestaba firmeza y fervor. De cuando en cuando brillaba en sus semblantes la señal de la aprobación de Dios, y nuevamente volvían a quedar en solemne, fervorosa y anhelante actitud.* 1TPI 166.4

Angeles malos los rodeaban y los oprimían con sus tinieblas para ocultarles de la vista a Jesús y para que sus ojos se fijaran en la oscuridad circundante, a fin de inducirlos a desconfiar de Dios y luego a quejarse contra él. Su única salvaguardia estribaba en mantener los ojos dirigidos hacia arriba, pues los ángeles de Dios estaban encargados de su pueblo y, mientras que la ponzoñosa atmósfera de los malos ángeles circundaba y oprimía a las ansiosas almas, los ángeles celestiales batían sin cesar las alas para disipar las densas tinieblas. 1TPI 167.1

Vi que algunos no participaban en esta lucha e intercesión. Parecían indiferentes y negligentes. No resistían a las tinieblas que los envolvían, y éstas los encerraban como una espesa nube. Vi que los ángeles de Dios se apartaban de ellos y acudían en auxilio de los que se empeñaban en resistir con todas sus fuerzas a los ángeles malos y procuraban ayudarse, clamando perseverantemente a Dios. Pero los ángeles dejaron a quienes no procuraban ayudarse a sí mismos, y los perdí de vista. Mientras los que oraban continuaban clamando con fervor, un rayo de luz que emanaba de Cristo les llegaba cada tanto, para alentar su corazón e iluminar su rostro. 1TPI 167.2

Pregunté cuál era el significado del zarandeo que yo había visto, y se me mostró que lo motivaría el directo testimonio que exige el consejo del Testigo Fiel a la iglesia de Laodicea. Tendrá este consejo efecto en el corazón de quien lo reciba y le inducirá a ensalzar la norma y expresar claramente la verdad. Algunos no soportarán este testimonio directo, sino que se levantarán contra él. Esto es lo que causará un zarandeo en el pueblo de Dios. 1TPI 167.3

El testimonio del Testigo no ha sido escuchado. El solemne testimonio, del cual depende el destino de la iglesia, ha sido tenido en poca estima, cuando no se lo ignoró por completo. Este testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento, y todos los que lo reciban sinceramente, le obedecerán y serán purificados. 1TPI 168.1

Dijo el ángel: “Escucha”. Pronto oí una voz que resonaba como si fueran muchos instrumentos musicales, todos perfectamente afinados, dulces y armoniosos. Sobrepasaba a cualquier música que yo hubiera oído. Parecía henchida de misericordia, compasión y gozo santo enaltecedor. Conmovió todo mi ser. El ángel dijo: “Mira”. Fijé la atención entonces en la hueste que antes había visto tan poderosamente sacudida. Vi a los que antes gemían y oraban con aflicción de espíritu. Se había duplicado el número de ángeles custodios que los rodeaba, y una armadura los cubría de pies a cabeza. Marchaban en perfecto orden, firmemente, como una compañía de soldados. Sus semblantes delataban el severo conflicto que habían sobrellevado y la desesperada batalla que acababan de reñir. Sin embargo sus rostros, que llevaban la impresión grabada por la angustia, resplandecían ahora con la luz y la gloria del cielo. Habían logrado la victoria, y esto despertaba en ellos la más profunda gratitud y un gozo santo, sagrado. 1TPI 168.2

El número de esta hueste había disminuido. Con el zarandeo algunos fueron dejados a la vera del camino.* Los descuidados e indiferentes que no se unieron con quienes apreciaban la victoria y la salvación lo bastante para perseverar clamando angustiosamente por ellas, no las obtuvieron y quedaron rezagados en tinieblas; pero sus lugares fueron ocupados en seguida por otros, que se unieron a la hueste que había aceptado la verdad. Los ángeles malignos seguían agrupándose en su derredor, pero ningún poder tenían sobre ellos.* 1TPI 168.3

Oí que los revestidos de la armadura proclamaban la verdad con gran poder, y ella producía su efecto. Vi a las personas que habían estado atadas; algunas esposas por sus consortes, y algunos hijos por sus padres. Los sinceros, a quienes hasta entonces se les había impedido oír la verdad, se adhirieron ardientemente a ella. Se desvaneció todo temor a los parientes. Tan sólo la verdad les parecía sublime, y la valoraban más que la misma vida. Habían tenido hambre y sed de verdad. Pregunté por la causa de tan profunda mudanza y un ángel me respondió: “Es la lluvia tardía; el refrigerio de la presencia de Dios; el potente pregón del tercer ángel”. 1TPI 169.1

Formidable poder tenían aquellos escogidos. Dijo el ángel: “Mira”. Vi a los impíos, malvados e incrédulos. Estaban todos muy excitados. El celo y poder del pueblo de Dios los había enfurecido. Cundía entre ellos la confusión. Vi que tomaban medidas contra la hueste que tenía la luz y el poder de Dios. Pero esta hueste, aunque rodeada por densas tinieblas, se mantenía firme, aprobada por Dios y confiada en él. Los vi perplejos; luego los oí clamar a Dios ardientemente, sin cesar día y noche.** Oí estas palabras: “¡Hágase, Señor tu voluntad! Si ha de servir para gloria de tu nombre, dale a tu pueblo el medio de escapar. Líbranos de los paganos que nos rodean. Nos han sentenciado a muerte; pero tu brazo puede salvarnos”. Estas son todas las palabras que puedo recordar. Todos mostraban honda convicción de su insuficiencia y manifestaban completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin embargo, todos sin excepción, como Jacob, oraban y luchaban fervorosamente por su liberación. 1TPI 169.2

Poco después que estos seres humanos iniciaron su anhelante clamor, los ángeles, movidos a compasión quisieron ir a librarlos; pero el ángel alto y de aspecto imponente no lo consintió, y dijo: “Todavía no está cumplida la voluntad de Dios. Han de beber del cáliz. Han de ser bautizados con el bautismo”. 1TPI 170.1

Pronto oí la voz de Dios que estremecía cielos y tierra.* Hubo un gran terremoto. Por doquiera se derrumbaban los edificios. Oí entonces un triunfante cántico de victoria, un cántico potente, armonioso y claro. Miré a la hueste que poco antes estaba en tan angustiosa esclavitud y vi que su cautividad había cesado. La iluminaba una refulgente luz. ¡Cuán hermosos parecían entonces! Se había desvanecido todo rastro de inquietud y fatiga, y cada rostro rebosaba salud y belleza. Sus enemigos, los paganos que los rodeaban, cayeron como muertos, porque no les era posible resistir la luz que iluminaba a los santos libertados. Esta luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta que apareció Jesús en las nubes del cielo, y la fiel y probada hueste fue transformada en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria en gloria. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los santos, revestidos de inmortalidad, exclamando: “¡Victoria sobre la muerte y el sepulcro!” Y juntamente con los santos vivos fueron arrebatados al encuentro de su Señor en el aire, mientras que toda lengua inmortal emitía hermosas y armónicas aclamaciones de gloria y victoria. 1TPI 170.2