Testimonios para la Iglesia, Tomo 8

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Cómo debe ser educada la juventud

Juan el Bautista, el precursor de Cristo, recibió su primera educación de sus padres. Pasó la mayor parte de su vida en el desierto para no verse influenciado al contemplar la negligencia en la devoción de los sacerdotes y rabinos, o aprendiendo sus máximas y tradiciones, por medio de las cuales los principios correctos eran pervertidos y menoscabados. Los maestros religiosos de aquel entonces se habían cegado espiritualmente de tal manera que apenas podían reconocer las virtudes de origen celestial. Habían abrigado por tanto tiempo el orgullo, la envidia, y los celos, que interpretaban las escrituras del Antiguo Testamento al punto de destruir su significado. Fue la preferencia de Juan pasar por alto los goces y el lujo de la vida urbana en favor de la estricta disciplina del desierto. Allí el ambiente que lo rodeaba favorecía los hábitos de la sencillez y la abnegación. Guarecido contra el clamor del mundo, podía allí estudiar las lecciones de la naturaleza, la revelación y la providencia. Las palabras pronunciadas por el ángel a Zacarías le habían sido repetidas a Juan por sus padres, los cuales temían a Dios. Desde que era niño su misión se había mantenido presente ante él, y él aceptó la sagrada encomienda. Para él la soledad del desierto era un escape agradable de la sociedad en la cual la sospecha, la incredulidad, y la impureza prevalecían casi por todos lados. No tenía confianza en su propia fuerza para resistir la tentación y se eximía del contacto constante con el pecado para no perder su sentido de la extrema maldad del mismo. 8TPI 233.1

Pero Juan no pasó su vida en el ocio, en un ascetismo lúgubre, o en un aislamiento egoísta. De vez en cuando salía para codearse con la gente, y era siempre un observador interesado de lo que pasaba en el mundo. Desde su tranquilo retiro contemplaba los eventos corrientes. Con una visión iluminada por el Divino Espíritu, estudiaba los caracteres de los hombres, para poder entender cómo llegar a sus corazones con el mensaje del cielo. 8TPI 233.2

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Cristo vivió la vida de un verdadero médico misionero. Es su deseo que estudiemos su vida con diligencia para que aprendamos a trabajar como él. 8TPI 234.1

Su madre fue su primera maestra humana. De sus labios y de los pergaminos de los profetas, aprendió las cosas celestiales. Vivió en un hogar de campesino, fiel y alegremente cumpliendo su parte de los deberes hogareños. Había sido el Comandante de los cielos, y los ángeles se habían gozado en cumplir sus mandatos. Ahora era un siervo dispuesto, un hijo amante y obediente. Aprendió un oficio y con sus propias manos trabajaba en el taller de carpintero con José. Vestido con el traje sencillo de un jornalero común caminaba por las calles del pequeño pueblo, yendo y viniendo de su humilde empleo. 8TPI 234.2

La gente de aquel tiempo determinaba el valor de las cosas por su apariencia exterior. A medida que la religión perdía su fuerza, aumentaba en pompa. Los educadores de aquel tiempo procuraban ganarse el respeto por medio del despliegue y la ostentación. Ante todo esto, la vida de Jesús presentaba un contraste marcado. Mediante ella demostraba la invalidez de aquellas cosas que los hombres consideraban como las más necesarias de la vida. Él no procuraba las escuelas de su tiempo, con su engrandecimiento de las cosas pequeñas y el empequeñecimiento de las grandes. Recibió su educación de fuentes celestiales, por medio del trabajo útil, el estudio de las Escrituras y de la naturaleza, y de las experiencias de la vida: los libros de texto de Dios, llenos de instrucción para todos los que se allegan a ellos con corazones dispuestos, con discernimiento y espíritu de entendimiento. 8TPI 234.3

“Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él”. Lucas 2:40. 8TPI 235.1

Así preparado, salió a cumplir su misión, ejerciendo en todo momento de su roce con los hombres una influencia de bendición, de un poder transformador, tal como el mundo jamás había presenciado. 8TPI 235.2