Testimonios para la Iglesia, Tomo 4
La toma de Jericó
Tras la muerte de Moisés, Josué fue designado como dirigente de Israel para que lo condujera a la tierra de promisión. Estaba calificado para esta importante función. Había sido el primer ministro de Moisés durante la mayor parte del tiempo que los israelitas habían vagado por el desierto. Había visto las maravillas que Dios había obrado por medio de Moisés y había comprendido correctamente la disposición del pueblo. Era uno de los doce espías que habían sido enviados para inspeccionar la tierra prometida y fue uno de los dos que informaron fielmente de sus riquezas y alentaron al pueblo para que la poseyera con la ayuda de Dios. 4TPI 157.1
El Señor prometió a Josué que estaría con él como había estado con Moisés y que Canaán sería una fácil conquista, siempre y cuando fuera fiel en la observancia de sus mandamientos. La misión de guiar a su pueblo hacia Canaán había llenado a Josué de ansiedad, pero esta promesa disipó sus temores. Ordenó a los hijos de Israel que se prepararan para un viaje de tres días y que todos los hombres capaces de entrar en combate se prepararan para la batalla. “Entonces respondieron a Josué, diciendo: ‘Nosotros haremos todas las cosas que nos has mandado, e iremos adondequiera que nos mandes. De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti; solamente que Jehová tu Dios esté contigo, como estuvo con Moisés. Cualquiera que fuere rebelde a tu mandamiento, y no obedeciere a tus palabras en todas las cosas que mandes, que muera; solamente que te esfuerces y seas valiente’” Josué 1:16-18. 4TPI 157.2
Dios deseaba que el paso de los israelitas por el Jordán fuera un milagro. Josué ordenó al pueblo que se santificara porque al día siguiente el Señor obraría maravillas en ellos. A la hora señalada dirigió a los sacerdotes para que tomaran el arca que contenía la ley de Dios y la llevaran delante del pueblo. “Entonces Jehová dijo a Josué: ‘Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo’”. Josué 3:7. 4TPI 157.3
Los sacerdotes obedecieron las órdenes de su dirigente y se pusieron delante del pueblo, llevando el arca de la alianza. Las huestes hebreas se dispusieron en orden de marcha y siguieron el símbolo de la presencia divina. La gran columna se adentró en el valle del Jordán y, tan pronto como los pies de los sacerdotes tocaron las aguas del río, el curso se interrumpió y las aguas que quedaron río abajo siguieron corriendo, dejando seco el lecho. Cuando llegaron a la mitad del cauce, los sacerdotes recibieron la orden de permanecer ahí hasta que las huestes hebreas lo hubieran cruzado. Eso grabaría aún más profundamente en sus mentes que la fuerza que retenía las aguas del Jordán era la misma que, cuarenta años atrás, había permitido que sus padres cruzaran el mar Rojo. 4TPI 157.4
Muchos que, siendo aún niños, habían cruzado el mar Rojo cruzaban ahora el Jordán gracias a un milagro similar. Eran guerreros pertrechados para la batalla. Después de que el último de los soldados de Israel hubo cruzado, Josué ordenó a los sacerdotes que salieran del río. Cuando hubieron salido y trajeron el arca a un lugar seguro, Dios retiró su poderosa mano y las aguas que se habían ido acumulando irrumpieron río abajo formando una poderosa avenida que llenó todo el canal natural de la corriente. El Jordán siguió corriendo como una inundación irresistible, anegando toda su cuenca. 4TPI 158.1
Pero antes de que los sacerdotes hubieran salido del río, para que este maravilloso milagro no fuera olvidado jamás, el Señor ordenó a Josué que seleccionara hombres notables de cada tribu para que tomaran piedras del lugar del río donde los sacerdotes habían permanecido y las llevaran en sus hombros hasta Gilgal; allí debían erigir un monumento en memoria del hecho de que Dios había hecho posible que Israel cruzara el Jordán a pie seco. Sería un recordatorio continuo del milagro que el Señor había obrado por ellos. A medida que los años fueran pasando, los niños preguntarían la razón del monumento y, una y otra vez, escucharían la maravillosa historia hasta que quedara indeleblemente grabada en sus mentes hasta la última generación. 4TPI 158.2
Cuando todos los reyes de los amorreos y los reyes de los cananeos oyeron que el Señor había retenido las aguas del Jordán ante los hijos de Israel, sus corazones sucumbieron al pánico. Los israelitas habían derrotado a dos de los reyes de Moab y el cruce maravilloso del ancho e impetuoso Jordán llenó de temor a su pueblo. Entonces Josué circuncidó a todos los varones que habían nacido en el desierto. Después de esta ceremonia celebraron la Pascua en la llanura de Jericó. “Y Jehová dijo a Josué: ‘Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto’”. Josué 5:9. 4TPI 158.3
Las naciones paganas se habían burlado del Señor y de su pueblo porque los hebreos no habían conseguido poseer la tierra de Canaán, la herencia que esperaban recibir poco después de salir de Egipto. Sus enemigos habían triunfado porque los israelitas habían vagado durante mucho tiempo por el desierto y se habían levantado insolentemente contra Dios, declarando que no era capaz de llevarlos a la tierra que les había prometido. Esta vez, el Señor había manifestado claramente su poder y su favor permitiendo que su pueblo cruzara el Jordán a pie seco y sus enemigos ya no podrían continuar con sus burlas. El maná, que había caído hasta entonces, dejó de caer; porque los israelitas estaban a punto de tomar posesión de Canaán y comer de los frutos de esa tierra fértil. Ya no era necesario. 4TPI 159.1
Cuando Josué se apartó del ejército de Israel para meditar y orar por la presencia especial de Dios, vio a un Hombre de gran estatura, recubierto de atuendos que parecían una armadura y con una espada desenvainada en la mano. Josué no lo reconoció como uno de los guerreros de Israel y, sin embargo, no parecía ser un enemigo. Lleno de celo, “yendo hacia él le dijo: ‘¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?’ Él le respondió: ‘No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora’. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ‘¿Qué dice mi Señor a su siervo?’ Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: ‘Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo’. Y Josué así lo hizo”. Josué 5:13-15. 4TPI 159.2
La gloria del Señor inundó el santuario y por esa razón los sacerdotes jamás entrarían calzados en un lugar santificado por la presencia de Dios. Podían introducir partículas de polvo adheridas a los zapatos y desacralizar el lugar. Por esa razón los sacerdotes debían dejar su calzado en el atrio antes de entrar en el santuario. En el atrio, junto a la puerta del tabernáculo había una pila de bronce en la que los sacerdotes se lavaban las manos y los pies antes de entrar en el tabernáculo para que todas las impurezas quedaran eliminadas. Dios requería que todos los que oficiaban en el santuario siguieran una preparación especial antes de entrar en el lugar donde se revelaba su gloria. 4TPI 159.3
El que se alzaba delante de Josué era el Hijo de Dios. Era el que había conducido a los hebreos por el desierto, como una columna de nubes durante el día y de fuego durante la noche. Para que Josué supiera que no se trataba de nadie más sino Cristo, el Altísimo, dijo: “Quita tu calzado de tus pies”. Éxodo 3:5. Luego dio instrucciones a Josué al respecto de cómo se debían comportar para tomar Jericó. Todos los guerreros recibirían orden de dar una vuelta a la ciudad cada día durante seis días y el séptimo deberían dar siete vueltas. 4TPI 160.1
Josué dio órdenes a los sacerotes y al pueblo para que hicieran según le había indicado el Señor. Dispuso las huestes de Israel en formación perfecta. En primer lugar iba un cuerpo selecto de hombres armados, recubiertos de su indumentaria de guerra, no para que mostraran sus habilidades con las armas, sino para que obedecieran las órdenes que se les daban. Los seguían siete sacerdotes con sendas trompetas. Detrás de ellos otros sacerdotes, cubiertos con ricas y preciosas vestiduras que delataban su sagrada función, llevaban el arca de Dios, recubierta de oro bruñido, sobre la cual brillaba un halo de gloria. El gran ejército de Israel seguía en perfecto orden y agrupada cada tribu bajo su respectivo estandarte. Dispuestos de esta manera circundaron la ciudad con el arca de Dios. No se escuchaba otro sonido que la marcha de ese poderoso ejército y la solemne voz de las trompetas que resonaba entre las colinas y entraba en las calles de Jericó. 4TPI 160.2
Admirados y alarmados, los guardas de la ciudad condenada tomaban nota y daban cuenta a las autoridades de cada uno de los movimientos de los hebreos. No eran capaces de imaginar qué significaba todo ese despliegue. Jericó había desafiado a los ejércitos de Israel y del Dios del cielo, pero cuando miraron esa poderosa hueste que marchaba alrededor de su ciudad una vez al día con toda la pompa y majestad de la guerra, con la grandiosidad del arca y los sacerdotes que la llevaban, el impresionante misterio atizó el terror en el corazón de los príncipes y del pueblo. Una vez más inspeccionaron sus fuertes defensas y se sintieron seguros de que podrían resistir el más poderoso ataque. Muchos ridiculizaron la idea de que esas extrañas manifestaciones de sus enemigos pudieran causarles daño alguno; otros sintieron temor al contemplar la majestad y el esplendor de la procesión que cada día circundaba, magnífica, la ciudad. Recordaron que cuarenta años atrás el mar Rojo se había separado y había dejado un paso seco para que ese pueblo pudiera cruzarlo; y que también el Jordán se había detenido para permitirles que lo vadearan sin peligro. No sabían qué otras maravillas obraría Dios por ellos, pero mantuvieron sus puertas cuidadosamente cerradas y vigiladas por poderosos guerreros. 4TPI 160.3
Durante seis días la hueste de Israel siguió el circuito alrededor de la ciudad. Llegó el séptimo y con las primeras luces del alba Josué mandó que el ejército de Dios se dispusiera en formación. En esa ocasión ordenó a los hombres que dieran siete vueltas alrededor de Jericó y que, a la señal de las trompetas, gritaran con todas sus fuerzas porque Dios les habría entregado la ciudad. La imponente formación avanzó, solemne, alrededor de los muros. La resplandeciente arca de Dios iluminaba el crepúsculo matutino; los sacerdotes, con sus pectorales y emblemas de pedrería, y los guerreros, cubiertos de resplandecientes armaduras, ofrecían un espectáculo magnífico. Avanzaban en un silencio de muerte, sólo roto por el mesurado paso de sus pies y el sonido de las trompetas que, de vez en cuando, traspasaba el silencio de aquella hora tan temprana. Los poderosos muros de sólida piedra se levantaban, amenazadores, desafiando el asedio de los hombres. 4TPI 161.1
Súbitamente, el gran ejército se detuvo. Las trompetas estallaron en una fanfarria que sacudía hasta la misma tierra. Todas las voces de Israel al unísono cortaron el aire con un poderoso grito. Los muros de sólida piedra, las imponentes torres y fortificaciones, se tambalearon, sus cimientos cedieron y, con un estruendo semejante a mil truenos, cayeron formando un amasijo de ruinas. Los habitantes y el ejército enemigo, paralizados por el terror y el desconcierto, no ofrecieron resistencia e Israel entró y tomó cautiva la poderosa ciudad de Jericó. 4TPI 161.2
¡Con qué facilidad los ejércitos del cielo derribaron unos muros que habían parecido tan formidables a los espías que dieron el informe desfavorable! La única arma que entró en combate fue la palabra de Dios. El Poderoso de Israel había dicho: “Yo he entregado en tu mano a Jericó”. Josué 6:2. Habría bastado con que un solo hombre hubiera dado una muestra de fuerza contra los muros de la ciudad para que la gloria de Dios hubiese sido menoscabada y su voluntad se frustrara. Pero se dejó que el Todopoderoso se hiciera cargo de toda la obra. Aunque los cimientos de los edificios hubiesen alcanzado hasta el centro de la tierra y sus tejados la bóveda del cielo, el resultado habría sido el mismo, porque el Capitán de las huestes del Señor dirigía el ataque de los ángeles. 4TPI 161.3
Durante mucho tiempo Dios había deseado entregar la ciudad de Jericó a su pueblo escogido para que las naciones de la tierra engrandecieran su nombre. Cuarenta años atrás, cuando había liberado a Israel de la esclavitud, se había propuesto hacerle entrega de la tierra de Canaán. Pero sus celos y sus perversas murmuraciones despertaron su ira y los castigó a vagar por el desierto durante cuarenta fatigosos años, hasta que todos aquellos hubieron desaparecido, todos los que lo insultaron con su insolencia e infidelidad. Con la toma de Jericó Dios declaró a los hebreos que sus padres habrían podido poseer la ciudad si hubiesen confiado en él del mismo modo en que lo hicieron sus hijos. 4TPI 162.1
La historia del antiguo Israel se escribió para nuestro provecho. Pablo dice: “Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron”. “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piense estar firme, mire que no caiga”. 1 Corintios 10:5-6; 11-12. 4TPI 162.2
Muchos que, como el antiguo Israel, profesan guardar los mandamientos de Dios y tienen un corazón infiel. Aunque han sido favorecidos con el acceso a la gran luz y gozan de preciosos privilegios, perderán la Canaán celestial como los rebeldes israelitas tampoco entraron en la Canaán terrenal que Dios había prometido como recompensa por su obediencia. 4TPI 162.3
Como pueblo nos falta fe. En estos días, son pocos los que, al igual que los ejércitos de Israel, siguen obedientes a los consejos que Dios da por medio de su sierva escogida. El Capitán de las huestes del Señor no se reveló a toda la congregación. Sólo se comunicó con Josué, el cual relató su entrevista a los hebreos. A ellos les tocaba creer o dudar de las palabras de Josué, seguir los mandamientos que les daba en nombre del Capitán del ejército del Señor o rebelarse contra sus instrucciones y negar su autoridad. Ellos no podían ver la hueste de ángeles, comandada por el Hijo de Dios, que dirigía su vanguardia. Podían haber razonado: “Estos movimientos carecen de todo sentido y esta farsa es ridícula: dar una vuelta cada día alrededor de los muros de la ciudad y hacer sonar las trompetas... Esto no tendrá ningún efecto sobre las fuertes torres y fortificaciones”. 4TPI 162.4
Sin embargo, continuar con la ceremonia durante tanto tiempo antes de la caída final de las murallas permitió que la fe de los Israelitas se acrecentara. Tenían que quedar fuertemente impresionados con la idea de que su fuerza no se basaba en la sabiduría humana, ni tampoco en su poder, sino que sólo Dios era su salvación. De ese modo se habituarían a mantenerse a un lado y a poner toda su confianza en su divino Director. 4TPI 163.1
Quienes hoy profesan ser el pueblo de Dios, ¿se conducirían del mismo modo en circunstancias similares? Sin duda alguna, muchos desearían seguir sus propios planes y sugerirían otros modos de cumplir el fin deseado. Se mostrarían reticentes a someterse a una disposición tan sencilla y a alguien que no reflejara otra gloria que el mérito de la obediencia. También pondrían en duda la posibilidad de que una poderosa ciudad sea conquistada de ese modo. Pero la ley del deber es suprema. Debería gobernar la razón humana. La fe es la fuerza viva que es capaz de cruzar cualquier barrera, eliminar todos los obstáculos y plantar su bandera en el centro mismo del campo enemigo. 4TPI 163.2
Dios obrará maravillas por aquellos que confíen en él. Si los que profesan ser su pueblo no tienen más fuerza es porque confían demasiado en su propia sabiduría y no permiten que el Señor revele su poder en su beneficio. Él ayudará a sus fieles hijos en todas las ocasiones si depositan toda su confianza en él y lo obedecen sin cuestionarlo. 4TPI 163.3
La palabra de Dios esconde profundos misterios, sus providencias ocultan enigmas inexplicables, en el plan de salvación hay secretos que el hombre no puede alcanzar. Sin embargo, la mente finita, ansiosa por satisfacer su curiosidad y resolver los problemas de la infinitud, se olvida de seguir el sencillo camino indicado por la voluntad revelada por Dios y se entromete en los secretos ocultos desde la fundación del mundo. Los hombres construyen sus teorías, pierden la sencillez de la verdadera fe y se vuelven tan importantes para ellos mismos que dejan de creer las declaraciones del Señor y se pierden en sus propias elucubraciones. 4TPI 163.4
Muchos que profesan nuestra fe se encuentran en esta posición. Son débiles y carecen de fuerza porque confían en su propio poder. Dios obra con potencia por el pueblo que obedece su palabra sin cuestionarla ni dudar de ella. La majestad del cielo, con el ejército de los ángeles, arrasó los muros de Jericó sin la ayuda de ningún hombre. Los guerreros armados de Israel no tenían ningún motivo para vanagloriarse de sus logros. Todo se hizo por el poder de Dios. Cuando el pueblo deja de pensar en sí mismo y abandona el deseo de obrar según sus propios planes, cuando humildemente se somete a la voluntad divina, Dios reaviva su fuerza y trae la libertad y la victoria a sus hijos. 4TPI 164.1