Testimonios para la Iglesia, Tomo 4

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La retención de los recursos

La bendición de Dios descansará sobre aquellos que en _____ aprecian la causa de Cristo. Las ofrendas voluntarias de nuestros hermanos y hermanas, hechas con fe y amor al Redentor crucificado les reportarán bendiciones; porque Dios toma nota de todo acto de generosidad de parte de sus santos, y lo recuerda. Al preparar una casa de culto, debe ejercerse grandemente la fe y confianza en Dios. En los negocios, los que no aventuran nada, adelantan poco; ¿por qué no tener también fe en la obra de Dios, e invertir recursos en su causa? 4TPI 80.2

Algunos, cuando están en la pobreza, son generosos con lo poco que tienen; pero a medida que adquieren propiedades, se vuelven avaros. Tienen muy poca fe, porque no se mantienen hacia delante a medida que prosperan, y no dan a la causa de Dios hasta el sacrificio. 4TPI 80.3

En el sistema judaico se requería que la generosidad se manifestara primero hacia el Señor. En la cosecha y la vendimia, las primicias del campo -el grano, el vino y el aceite- debían consagrarse como ofrenda para Jehová. Se reservaban para los pobres las espigas caídas y los rincones de los campos. Nuestro misericordioso Padre celestial no descuidó las necesidades de los pobres. Las primicias de la lana, cuando se esquilaban las ovejas, y del grano, cuando se trillaba el trigo, debían ofrecerse a Jehová; y él ordenaba que los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros fuesen invitados a los festines. Al fin de cada año se requería de todos que jurasen solemnemente si habían obrado o no de acuerdo con el mandato de Dios. 4TPI 80.4

Este plan fue prescrito por el Señor para convencer a los israelitas de que en todo asunto él ocupaba el primer lugar. Mediante este sistema de dadivosidad debían recordar que su misericordioso Maestro era el verdadero propietario de sus campos y rebaños; que el Dios del cielo les mandaba el sol y la lluvia para la siembra y la cosecha, y que todo lo que poseían era creado por él. Todo era del Señor, y él los había hecho administradores de sus bienes. 4TPI 81.1

La generosidad de los judíos en la construcción del tabernáculo y del templo ilustra un espíritu de dadivosidad que no ha sido igualado por los cristianos en ninguna ocasión ulterior. Los judíos acababan de ser libertados de su larga esclavitud en Egipto y erraban por el desierto; sin embargo, apenas fueron librados de los ejércitos de los egipcios que los perseguían en su apresurado viaje, llegó la palabra del Señor a Moisés, diciendo: “Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda: de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda”. Éxodo 25:2. El pueblo tenía pocas riquezas, y ninguna halagüeña perspectiva de aumentarlas; pero tenía delante de sí un objeto: construir un tabernáculo para Dios. El Señor había hablado, y sus hijos debían obedecer su voz. No retuvieron nada. Todos dieron con mano voluntaria; no cierta cantidad de sus ingresos, sino gran parte de lo que poseían. La consagraron gozosa y cordialmente al Señor, y le agradaron al hacerlo. ¿No le pertenecía acaso todo? ¿No les había dado él todo lo que poseían? Si él lo pedía, ¿no era su deber devolver al Prestamista lo suyo? 4TPI 81.2

No hubo necesidad de rogarles. El pueblo trajo aún más de lo requerido, y se le dijo que cesara de traer sus ofrendas porque había ya más de lo que se podía usar. Igualmente, al construirse el templo, el pedido de recursos recibió cordial respuesta. La gente no dio de mala gana. Le regocijaba la perspectiva de que fuese construído un edificio para el culto de Dios, y dio más de lo suficiente para ese fin. David bendijo al Señor delante de toda la congregación y dijo: “Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer de nuestra voluntad cosas semejantes? porque todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos”. 1 Crónicas 29:14. Además, en su oración, David dio gracias con estas palabras: “Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos aprestado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo”. vers. 16. 4TPI 81.3

David comprendía perfectamente de quién provenían todas sus bendiciones. ¡Ojalá que aquellos que en este tiempo se regocijan en el amor del Salvador se dieran cuenta de que su plata y oro son del Señor y deben emplearse para fomentar su gloria y no retenerse ávidamente para enriquecimiento y complacencia propia! Él tiene indisputable derecho a todo lo que ha prestado a sus criaturas. Todo lo que ellas poseen le pertenece. 4TPI 82.1

Hay objetivos elevados y santos que requieren recursos, y el dinero así invertido proporcionará al dador gozo más abundante y permanente de lo que obtendría si lo gastara en la complacencia personal o lo acumulase egoístamente cediendo a la codicia. Cuando Dios nos pide nuestro tesoro, cualquiera que sea la cantidad, la respuesta voluntaria hace del don una ofrenda consagrada a él y acumula para el dador un tesoro en el cielo, donde la polilla no puede corromper, ni el fuego consumir, ni los ladrones hurtar. La inversión no corre riesgo. El dinero queda en sacos sin agujeros; está seguro. 4TPI 82.2

¿Pueden los cristianos, que se precian de tener mayor luz que los hebreos, dar menos de lo que daban ellos? ¿Pueden los cristianos que viven cerca del tiempo del fin quedar satisfechos con sus ofrendas que no llegan ni a la mitad de lo que eran las de los judíos? Su generosidad tendía a beneficiar a su propia nación; en estos postreros días la obra se extiende al mundo entero. El mensaje de la verdad ha de ir a todas las naciones, lenguas y pueblos; sus publicaciones, impresas en muchas lenguas diferentes, han de ser esparcidas como las hojas de los árboles en el otoño. 4TPI 82.3

Escrito está: “Pues que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también estad armados del mismo pensamiento”. 1 Pedro 4:1. Y además: “El que dice que está en él, debe andar como él anduvo”. 1 Juan 2:6. Preguntémonos: ¿Qué habría hecho nuestro Salvador en nuestras circunstancias? ¿Cuáles habrían sido sus esfuerzos para la salvación de las almas? Esta pregunta queda contestada por el ejemplo de Cristo. Dejó su realeza, puso a un lado su gloria, sacrificó sus riquezas y revistió su divinidad de humanidad, a fin de alcanzar a los hombres donde estaban. Su ejemplo demuestra que depuso la vida por los pecadores. 4TPI 83.1

Satanás dijo a Eva que podía alcanzarse un alto estado de felicidad complaciendo un apetito rebelde; pero la promesa de Dios al hombre se realiza por medio de la abnegación. Cuando, sobre la ignominiosa cruz, Cristo sufría en agonía por la redención del hombre, la naturaleza humana fue exaltada. Únicamente mediante la cruz puede elevarse a la familia humana para que se relacione con el Cielo. La abnegación y las cruces se nos presentan a cada paso en nuestro viaje hacia allá. 4TPI 83.2

El espíritu de generosidad es el del Cielo; el espíritu de egoísmo es el de Satanás. El amor abnegado de Cristo se revela en la cruz. El dio todo lo que tenía, y luego se dio a sí mismo para que el hombre fuese salvo. La cruz de Cristo despierta la generosidad de todo aquel que sigue al bienaventurado Salvador. El principio que ilustra es el de dar, siempre dar. Este principio puesto en práctica mediante la generosidad genuina y las buenas obras, es el verdadero fruto de la vida cristiana. El principio de los mundanos consiste en conseguir, y con ello esperan obtener felicidad; pero al seguirlo hasta sus últimas consecuencias, su fruto es el sufrimiento y la muerte. 4TPI 83.3

Llevar la verdad a los habitantes de la tierra, rescatarlos de su culpa e indiferencia, es la misión de los que siguen a Cristo. Los hombres deben tener la verdad a fin de que los santifique, y nosotros somos los conductos de la luz de Dios. Nuestros talentos, recursos y conocimientos no están destinados meramente a beneficiarnos a nosotros mismos; se han de usar para la salvación de las almas, para elevar al hombre de su vida de pecado y conducirlo por medio de Cristo al Dios infinito. 4TPI 83.4

Debemos trabajar celosamente en esta causa, tratando de conducir a los pecadores, arrepentidos y creyentes, a un Redentor divino e inculcarles un elevado sentimiento del amor de Dios hacia el hombre. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16. ¡Qué amor incomparable es éste! Es tema para la más profunda meditación. ¡El asombroso amor de Dios por un mundo que no le amaba! El pensar en él ejerce un poder subyugador sobre el alma y cautiva la mente a la voluntad de Dios. Los hombres que se enloquecen por las ganancias y se sienten desilusionados y desgraciados en su búsqueda de las cosas del mundo, necesitan el conocimiento de esta verdad para satisfacer el hambre y la sed insaciable de sus almas. 4TPI 84.1

En vuestra gran ciudad se necesitan misioneros para Dios, que lleven la luz a los que moran en sombra de muerte. Se necesitan manos expertas para que, con la mansedumbre de la sabiduría y la fuerza de la fe, eleven a las almas cansadas al seno de un Redentor compasivo. ¡Qué maldición es el egoísmo! Nos impide dedicarnos al servicio de Dios. Nos impide percibir las exigencias del deber, que debieran hacer arder nuestros corazones con celo ferviente. Todas nuestras energías tendrían que dedicarse a la obediencia de Cristo. Dividir nuestro interés con los caudillos del error es ayudar al bando del mal y conceder ventajas a nuestros enemigos. La verdad de Dios no transige con el pecado, no se relaciona con el artificio ni se une con la trasgresión. Se necesitan soldados que siempre contesten al llamado y estén listos para entrar en acción inmediatamente y no aquellos que, cuando se los necesita, se encuentran ayudando al enemigo. 4TPI 84.2

La nuestra es una gran obra. Sin embargo, son muchos los que profesan creer estas verdades sagradas, pero están paralizados por los sofismas de Satanás, y no hacen nada por la causa de Dios, sino al contrario, la estorban. ¿Cuándo obrarán como quienes esperan al Señor? ¿Cuándo manifestarán un celo que esté de acuerdo con su fe? Muchos retienen egoístamente sus recursos y tranquilizan su conciencia con la idea de hacer algo grande para la causa de Dios después de su muerte. Hacen un testamento por el cual legan una gran suma a la iglesia y a sus diversos intereses, y luego se acomodan, con el sentimiento de que han hecho todo lo que se requería de ellos. ¿En qué se han negado a sí mismos por este acto? Por el contrario, han manifestado la misma esencia del egoísmo. Cuando ya no puedan usar el dinero, se lo darán a Dios. Pero lo retendrán durante tanto tiempo como puedan, hasta que los obligue a abandonarlo un mensajero a quien no se puede despedir. 4TPI 84.3

Un testamento tal es frecuentemente evidencia de verdadera avaricia. Dios nos ha hecho a todos administradores suyos, y en ningún caso nos ha autorizado para descuidar nuestro deber o dejarlo a fin de que otros lo hagan. El pedido de recursos para fomentar la causa de la verdad no será nunca más urgente que ahora. Nuestro dinero no hará nunca mayor suma de bien que actualmente. Cada día de demora en invertirlo debidamente limita el período en que resultará benéfico para la salvación de las almas. Si dejamos que otros efectúen aquello que Dios nos ha asignado a nosotros, nos perjudicamos a nosotros mismos y a Aquel que nos dio todo lo que tenemos. ¿Cómo pueden los demás hacer nuestra obra de benevolencia mejor que nosotros? Dios quiere que cada uno sea durante su vida el ejecutor de su propio testamento en este asunto. La adversidad, los accidentes o la intriga pueden suprimir para siempre los propuestos actos de benevolencia, cuando el que acumuló una fortuna ya no está más para custodiarla. Es triste que tantos estén descuidando la preciosa oportunidad de hacer bien y aguarden hasta perder su mayordomía antes de devolver al Señor los recursos que les prestó para que los empleasen para su gloria. 4TPI 85.1

Una característica notable de las enseñanzas de Cristo es la frecuencia y el fervor con que reprendía el pecado de la avaricia, y señalaba el peligro de las adquisiciones mundanales y del amor desmedido a la ganancia. En las mansiones de los ricos, en el templo y en las calles, amonestaba a aquellos que indagaban por la salvación: “Mirad, y guardaos de toda avaricia”. “No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Lucas 12:15; 16:13. 4TPI 85.2

Es esta creciente devoción a la ganancia de dinero y el egoísmo engendrado por el deseo de ganancias, lo que priva a la iglesia del favor de Dios y embota la espiritualidad. Cuando la cabeza y las manos están constantemente ocupadas en hacer planes y trabajar para acumular riquezas, se olvidan las exigencias de Dios y la humanidad. Si Dios nos ha bendecido con prosperidad, no es para que nuestro tiempo y nuestra atención se aparten de él y se dediquen a aquello que él nos prestó. El Dador es mayor que el don. No somos nuestros; hemos sido comprados con precio. ¿Hemos olvidado el precio infinito que se pagó por nuestra redención? ¿Ha muerto la gratitud en nuestro corazón? ¿Acaso la cruz de Cristo no cubre de vergüenza una vida manchada de egoísta comodidad y complacencia propia? 4TPI 85.3

¿Qué habría sucedido si Cristo, cansándose de la ingratitud y los ultrajes que por todas partes recibía, hubiese abandonado su obra? ¿Qué habría sucedido si nunca hubiese llegado al momento en que dijo: “Consumado es” Juan 19:30? ¿Qué habría sucedido si hubiese regresado al cielo, desalentado por la recepción que se le diera? ¿Qué habría sucedido si nunca hubiese pasado en el huerto de Getsemaní por aquella agonía de alma que hizo brotar de sus poros grandes gotas de sangre? 4TPI 86.1

Al trabajar por la redención de la especie humana, Cristo sentía la influencia de un amor sin comparación y de su devoción a la voluntad del Padre. Trabajó para beneficio del hombre hasta en la misma hora de su humillación. Pasó su vida en la pobreza y la abnegación por causa del degradado pecador. En un mundo que le pertenecía, no tuvo dónde reclinar la cabeza. Estamos recogiendo los frutos de su infinito sacrificio; y sin embargo, cuando se ha de trabajar, cuando se necesita nuestro dinero para ayudar en la obra del Redentor, en la salvación de las almas, rehuimos el deber y rogamos que se nos excuse. Una innoble pereza, una indiferencia negligente y un perverso egoísmo cierran nuestros sentidos a las exigencias de Dios. 4TPI 86.2

¡Oh!, ¿debió Cristo, la Majestad del cielo, el Rey de gloria, llevar la pesada cruz y la corona de espinas, y beber la amarga copa, mientras nosotros nos reclinamos cómodamente, glorificándonos a nosotros mismos y olvidando las almas por cuya redención murió derramando su preciosa sangre? No; demos mientras está en nuestro poder hacerlo. Obremos mientras tenemos fuerza. Trabajemos mientras es de día. Dediquemos nuestro tiempo y nuestros recursos al servicio de Dios, para obtener su aprobación y recibir su recompensa. 4TPI 86.3