Los discípulos de Cristo
Con gran poder los discípulos predicaban a un Salvador crucificado y resucitado. En el nombre de Jesús realizaban señales y prodigios; los enfermos eran sanados; y un hombre que había sido cojo desde su nacimiento fué restablecido a la sanidad perfecta y entró con Pedro y Juan en el templo, andando y saltando mientras alababa a Dios a la vista de todo el pueblo. La noticia se difundió, y la gente comenzó a agolparse en derredor de los discípulos. Muchos vinieron corriendo, muy asombrados por la curación que se había realizado.
PE 192.1
Cuando Jesús murió, los sacerdotes pensaron que ya no se realizarían milagros entre ellos, que la excitación se apagaría y que la gente volvería a las tradiciones humanas. Pero he aquí que en su mismo medio los discípulos obraban milagros y el pueblo se asombraba. Jesús había sido crucificado, y los sacerdotes se preguntaban de dónde habían recibido su poder los discípulos. Cuando su Maestro estaba vivo, los sacerdotes pensaban que él era quien les comunicaba poder; pero habiendo muerto, esperaban que los milagros cesasen. Pedro comprendió su perplejidad y les dijo: “Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis, delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre.”
PE 192.2
Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos no pudieron soportar estas palabras, y a su orden Pedro y Juan fueron puestos en la cárcel. Pero millares habían sido convertidos e inducidos a creer en la resurrección y ascensión de Cristo con sólo haber oído un discurso de los discípulos. Los sacerdotes y ancianos estaban perturbados. Habían dado muerte a Jesús para lograr que la atención del pueblo se volviera hacia ellos; pero el asunto había empeorado. Los discípulos los acusaban abiertamente de ser los homicidas del Hijo de Dios, y no podían determinar hasta dónde podían llegar las cosas o cómo los habría de considerar el pueblo. Gustosamente habrían dado muerte a Pedro y a Juan, pero no se atrevían a hacerlo, por temor al pueblo.
PE 193.1
Al día siguiente los apóstoles fueron llevados ante el concilio. Allí estaban los mismos hombres que habían clamado por la sangre del Justo. Habían oído a Pedro negar a su Señor con juramentos e imprecaciones cuando se le acusó de ser uno de sus discípulos, y esperaban intimidarle de nuevo. Pero Pedro se había convertido, y ahora vió una oportunidad de eliminar la mancha de aquella negación apresurada y cobarde, así como de ensalzar el nombre que había deshonrado. Con santa osadía, y en el poder del Espíritu, les declaró intrépidamente: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
PE 193.2
El pueblo se asombró ante la audacia de Pedro y de Juan y conoció que habían estado con Jesús; porque su conducta noble e intrépida era como la de Jesús frente a sus enemigos. Jesús, con una mirada de compasión y tristeza, había reprendido a Pedro cuando éste le negaba, y ahora, mientras reconocía valientemente a su Señor, Pedro fué aprobado y bendecido. En prueba de la aprobación de Jesús, quedó henchido del Espíritu Santo.
PE 193.3
Los sacerdotes no se atrevían a manifestar el odio que sentían hacia los discípulos. Ordenaron que saliesen del concilio, y luego se consultaron entre sí, diciendo: “¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar.” Temían que el relato de esa buena acción se difundiese entre el pueblo. Los sacerdotes consideraban que si llegase a ser del conocimiento general, perderían su propio poder y serían mirados como homicidas de Jesús. Sin embargo, todo lo que se atrevieron a hacer fué amenazar a los apóstoles y ordenarles so pena de muerte que no hablasen más en el nombre de Jesús. Pero Pedro declaró audazmente que no podían sino relatar las cosas que habían visto y oído.
PE 194.1
Por el poder de Jesús los discípulos continuaron sanando a los afligidos y a los enfermos que les eran traídos. Diariamente se alistaban centenares bajo la bandera de un Salvador crucificado, resucitado y ascendido al cielo. Los sacerdotes y ancianos, y los que actuaban con ellos, estaban alarmados. Nuevamente encarcelaron a los apóstoles, esperando que la excitación se calmase. Satanás y sus ángeles se regocijaban; pero los ángeles de Dios abrieron las puertas de la cárcel y, contrariando la orden de los príncipes de los sacerdotes y ancianos, dijeron a los apóstoles: “Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida.”
PE 194.2
El concilio se congregó y mandó buscar a los presos. Los alguaciles abrieron las puertas de la cárcel; pero allí no estaban aquellos a quienes buscaban. Volvieron a los sacerdotes y ancianos y dijeron: “Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.” “Pero viniendo uno, les dió esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo. Entonces fué el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo. Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.”
PE 194.3
Aquellos dirigentes judíos eran hipócritas; más que a Dios amaban la alabanza de los hombres. Sus corazones se habían endurecido de tal manera que las mayores obras realizadas por los apóstoles no hacían sino enfurecerlos. Sabían que si los discípulos predicaban a Jesús, su crucifixión, resurrección y ascensión, esto haría resaltar su culpabilidad como homicidas de Cristo. No estaban tan dispuestos a recibir la sangre de Jesús como cuando clamaron vehementemente: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.”
PE 195.1
Los apóstoles declararon valientemente que debían obedecer a Dios antes que a los hombres. Dijo Pedro: “El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.” Al oír estas palabras intrépidas, aquellos homicidas se enfurecieron, y resolvieron manchar nuevamente sus manos con sangre matando a los apóstoles. Estaban maquinando esto cuando un ángel de Dios obró sobre el corazón de Gamaliel para que aconsejase así a los sacerdotes y príncipes: “Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios.” Había malos ángeles que impulsaban a los sacerdotes y a los ancianos a dar muerte a los apóstoles; pero Dios mandó a su ángel para impedirlo suscitando entre los dirigentes judíos mismos una voz en favor de sus siervos. La obra de los apóstoles no había concluído. Habían de ser llevados ante reyes para testificar por el nombre de Jesús y atestiguar lo que habían visto y oído.
PE 195.2
De mala gana los sacerdotes soltaron a sus presos, después de azotarlos y ordenarles que no hablasen más en el nombre de Jesús. “Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.” Así iba creciendo y multiplicándose la palabra de Dios. Los discípulos testificaban valientemente acerca de las cosas que habían visto y oído, y por el nombre de Jesús realizaban grandes milagros. Intrépidamente ponían la sangre de Jesús a cuenta de aquellos que habían estado tan dispuestos a recibirla cuando se les permitió ejercer potestad contra el Hijo de Dios.
PE 196.1
Vi que ángeles de Dios fueron comisionados para que guardasen con cuidado especial las verdades sagradas e importantes que habían de servir como ancla a los discípulos de Cristo durante toda generación. El Espíritu Santo descansó en forma especial sobre los apóstoles, que fueron testigos de la crucifixión, resurrección y ascensión de nuestro Señor—verdades importantes que habían de ser la esperanza de Israel.
PE 196.2
Todos habían de mirar al Salvador del mundo como su única esperanza, andar en el camino que él había abierto por el sacrificio de su propia vida, y guardar la ley de Dios y vivir. Vi la sabiduría y bondad de Jesús al dar poder a los discípulos para que llevasen adelante la misma obra a causa de la cual los judíos le habían odiado y dado muerte. En su nombre, tenían ellos poder sobre las obras de Satanás. Un halo de luz y de gloria rodeó el tiempo de la muerte y resurrección de Jesús e inmortalizó la verdad sagrada de que era el Salvador del mundo.
PE 196.3
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215
PE
Primeros Escritos
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