Primeros Escritos

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La resurrección de Cristo

Los discípulos descansaron el sábado, entristecidos por la muerte de su Señor, mientras que Jesús, el Rey de gloria, permanecía en la tumba. Al llegar la noche, vinieron los soldados a guardar el sepulcro del Salvador, mientras los ángeles se cernían invisibles sobre el sagrado lugar. Transcurría lentamente la noche, y aunque todavía era obscuro, los vigilantes ángeles sabían que se acercaba el momento de libertar a su Caudillo, el amado Hijo de Dios. Mientras ellos aguardaban con profundísima emoción la hora del triunfo, un potente ángel llegó del cielo en velocísimo vuelo. Su rostro era como el relámpago y su vestidura como la nieve. Su fulgor iba desvaneciendo las tinieblas por donde pasaba, y su brillante esplendor ahuyentaba aterrorizados a los ángeles malignos que habían pretendido triunfalmente que era suyo el cuerpo de Jesús. Un ángel de la hueste que había presenciado la humillación de Cristo y vigilaba la tumba, se unió al ángel venido del cielo y juntos bajaron al sepulcro. Al acercarse ambos, se estremeció el suelo y hubo un gran terremoto. PE 181.1

Los soldados de la guardia romana quedaron aterrados. ¿Dónde estaba ahora su poder para guardar el cuerpo de Jesús? No pensaron en su deber ni en la posibilidad de que los discípulos hurtasen el cuerpo del Salvador. Al brillar en torno del sepulcro la luz de los ángeles, más refulgente que el sol, los soldados de la guardia romana cayeron al suelo como muertos. Uno de los dos ángeles echó mano de la enorme losa y, empujándola a un lado de la entrada, sentóse encima. El otro ángel entró en la tumba y desenvolvió el lienzo que envolvía la cabeza de Jesús. Entonces, el ángel del cielo, con voz que hizo estremecer la tierra, exclamó: “Tú, Hijo de Dios, tu Padre te llama. ¡Sal!” La muerte no tuvo ya dominio sobre Jesús. Levantóse de entre los muertos, como triunfante vencedor. La hueste angélica contemplaba la escena con solemne admiración. Y al surgir Jesús del sepulcro, aquellos resplandecientes ángeles se postraron en tierra para adorarle, y le saludaron con cánticos triunfales de victoria. PE 181.2

Los ángeles de Satanás hubieron de huir ante la refulgente y penetrante luz de los ángeles celestiales, y amargamente se quejaron a su rey de que por violencia se les había arrebatado la presa, y Aquel a quien tanto odiaban había resucitado de entre los muertos. Satanás y sus huestes se habían ufanado de que su dominio sobre el hombre caído había hecho yacer en la tumba al Señor de la vida; pero su triunfo infernal duró poco, porque al resurgir Jesús de su cárcel como majestuoso vencedor, comprendió Satanás que después de un tiempo él mismo habría de morir y su reino pasaría al poder de su legítimo dueño. Rabiosamente lamentaba Satanás que a pesar de sus esfuerzos no hubiese logrado vencer a Jesús, quien en cambio había abierto para el hombre un camino de salvación, de modo que todos pudieran andar por él y ser salvos. PE 182.1

Satanás y sus ángeles se reunieron en consulta para deliberar acerca de cómo podrían aun luchar contra el gobierno de Dios. Mandó Satanás a sus siervos que fueran a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, y al efecto les dijo: “Hemos logrado engañarlos, cegar sus ojos y endurecer sus corazones contra Jesús. Les hicimos creer que era un impostor. Pero los soldados romanos de la guardia divulgarán la odiosa noticia de que Cristo ha resucitado. Indujimos a los príncipes de los sacerdotes y los ancianos a que odiaran a Jesús y lo matasen. Hagámosles saber ahora que si se divulga que Jesús ha resucitado, el pueblo los lapidará por haber condenado a muerte a un inocente.” PE 182.2

Cuando la hueste angélica se marchó del sepulcro y la luz y el resplandor se desvanecieron, los soldados de la guardia levantaron recelosamente la cabeza y miraron en derredor. Se asombraron al ver que la gran losa había sido corrida de la entrada y que el cuerpo de Jesús había desaparecido. Se apresuraron a ir a la ciudad para comunicar a los príncipes y ancianos lo que habían visto. Al escuchar aquellos verdugos el maravilloso relato, palideció su rostro y se horrorizaron al pensar en lo que habían hecho. Si el relato era verídico, estaban perdidos. Durante un rato, permanecieron silenciosos mirándose unos a otros, sin saber qué hacer ni qué decir, pues aceptar el informe equivaldría a condenarse ellos mismos. Se reunieron aparte para decidir lo que habían de hacer. Argumentaron que si el relato de los guardias se divulgaba entre el pueblo, se mataría como a asesinos a los que dieron muerte a Jesús. Resolvieron sobornar a los soldados para que no dijesen nada a nadie. Los príncipes y ancianos les ofrecieron, pues, una fuerte suma de dinero, diciéndoles: “Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros durmiendo.” Y cuando los soldados preguntaron qué se les haría por haberse dormido en su puesto, los príncipes les prometieron que persuadirían al gobernador para que no los castigase. Por amor al dinero, los guardias romanos vendieron su honor y cumplieron el consejo de los príncipes y ancianos. PE 182.3

Cuando Jesús, pendiente de la cruz, exclamó: “Consumado es,” las peñas se hendieron, tembló la tierra y se abrieron algunas tumbas. Al resurgir él triunfante de la muerte y del sepulcro, mientras la tierra se tambaleaba y los fulgores del cielo brillaban sobre el sagrado lugar, algunos de los justos muertos, obedientes a su llamamiento, salieron de los sepulcros como testigos de que Cristo había resucitado. Aquellos favorecidos santos salieron glorificados. Eran santos escogidos de todas las épocas, desde la creación hasta los días de Cristo. De modo que mientras los príncipes judíos procuraban ocultar la resurrección de Cristo, hizo Dios levantar de sus tumbas cierto número de santos para atestiguar que Jesús había resucitado y proclamar su gloria. PE 183.1

Los resucitados diferían en estatura y aspecto, pues unos eran de más noble continente que otros. Se me informó que los habitantes de la tierra habían ido degenerando con el tiempo, perdiendo fuerza y donaire. Satanás tenía el dominio de las enfermedades y la muerte; y en cada época los efectos de la maldición se habían hecho más visibles y más evidente el poderío de Satanás. Los que habían vivido en los días de Noé y Abrahán parecían ángeles por su gallardía y aspecto; pero los de cada generación sucesiva habían resultado más débiles, más sujetos a las enfermedades y de vida más corta. Satanás ha ido aprendiendo a molestar y debilitar la raza. PE 184.1

Los que salieron de los sepulcros cuando resucitó Jesús, se aparecieron a muchos, diciéndoles que ya estaba cumplido el sacrificio por el hombre; que Jesús, a quien los judíos crucificaran, había resucitado de entre los muertos, y en comprobación de sus palabras, declaraban: “Nosotros fuimos resucitados con él.” Atestiguaban que por el formidable poder de Jesús habían salido de sus sepulcros. A pesar de los falsos rumores que se propagaron, ni Satanás ni sus ángeles ni los príncipes de los sacerdotes lograron ocultar la resurrección de Jesús, porque los santos resucitados divulgaron la maravillosa y alegre nueva. También Jesús se apareció a sus entristecidos discípulos, disipando sus temores e infundiéndoles jubilosa alegría. PE 184.2

Al difundirse la noticia de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, los judíos a su vez temieron por su vida, y disimularon el odio que abrigaban contra los discípulos. Su única esperanza era esparcir el relato mentiroso; y lo aceptaban todos cuantos tenían interés en que fuese verdadero. Pilato tembló al oír que Cristo había resucitado. No podía dudar del testimonio dado, y desde aquella hora no tuvo paz. Por apetencia de mundanos honores, por miedo de perder su autoridad y su vida, había entregado a Jesús a la muerte; estaba ahora plenamente convencido de que no sólo era inocente, y que su sangre recaía sobre él, sino que era el Hijo de Dios. Miserable fué hasta su fin la vida de Pilato. La desesperación y la angustia ahogaron sus goces y esperanzas. Rechazó todo consuelo y murió miserablemente. PE 184.3

El corazón de Herodes1 se había empedernido aun más, y al saber que Cristo había resucitado no fué mucha su turbación. Quitó la vida a Santiago, y cuando vió que esto agradaba a los judíos, apresó también a Pedro, con la intención de darle muerte. Pero Dios tenía todavía una obra para Pedro, y envió a su ángel para que lo librase. Herodes fué visitado por los juicios de Dios. Mientras se estaba ensalzando en la presencia de una gran multitud fué herido por el ángel del Señor, y murió de una muerte horrible. PE 185.1

El primer día de la semana, muy temprano, antes que amaneciese, las santas mujeres llegaron al sepulcro con aromas para ungir el cuerpo de Jesús. Vieron que la losa había sido apartada de la entrada y el sepulcro estaba vacío. Temerosas de que los enemigos hubiesen robado el cuerpo, se les sobresaltó el corazón; pero de pronto contemplaron a los dos ángeles vestidos de blanco con refulgentes rostros. Estos seres celestiales comprendieron la misión que venían a cumplir las mujeres, e inmediatamente les dijeron que Jesús no estaba allí, pues había resucitado, y en prueba de ello podían ver el lugar donde había yacido. Les mandaron que fueran a decir a los discípulos que Jesús iba delante de ellos a Galilea. Con gozoso temor se apresuraron las mujeres a buscar a los afligidos discípulos y les refirieron cuanto habían visto y oído. PE 185.2

Los discípulos no podían creer que Cristo hubiese resucitado, pero se encaminaron presurosos al sepulcro con las mujeres que les habían traído la noticia. Vieron que Jesús no estaba allí, y aunque el sudario y los lienzos dejados en el sepulcro eran una prueba, se resistían a creer la buena nueva de que hubiese resucitado de entre los muertos. Volvieron a sus casas maravillados de lo que habían visto y del relato de las mujeres. Pero María prefirió quedarse cerca del sepulcro, pensando en lo que acababa de ver y angustiada por la idea de que pudiera haberse engañado. Presentía que la aguardaban nuevas pruebas. Su pena recrudeció y prorrumpió en amargo llanto. Se agachó a mirar otra vez el interior del sepulcro, y vió a dos ángeles vestidos de blanco, uno sentado a la cabecera del sepulcro, y el otro a los pies. Le hablaron tiernamente preguntándole por qué lloraba, y ella respondió: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.” PE 186.1

Al volverse atrás, María vió a Jesús allí cerca; pero no lo conoció. El le habló suavemente, preguntándole la causa de su tristeza y a quién buscaba. Suponiendo María que se trataba del hortelano, le suplicó que si se había llevado a su Señor, le dijera en dónde lo había puesto para llevárselo ella. Entonces Jesús le habló con su propia voz celestial, diciendo: “¡María!” Ella reconoció el tono de aquella voz querida, y prestamente respondió: “¡Maestro!” con tal gozo que quiso abrazarlo. Pero Jesús le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.” Alegremente se fué María a comunicar a los discípulos la buena nueva. Pronto ascendió Jesús a su Padre para oír de sus labios que aceptaba el sacrificio, y recibir toda potestad en el cielo y en la tierra. PE 186.2

Los ángeles rodeaban como una nube al Hijo de Dios, y mandaron levantar las puertas eternas para que entrase el Rey de gloria. Vi que mientras Jesús estaba con aquella brillante hueste celestial en presencia de Dios y rodeado de su gloria, no se olvidó de sus discípulos en la tierra, sino que recibió de su Padre potestad para que pudiera volver y compartirla con ellos. El mismo día regresó y se mostró a sus discípulos, consintiendo entonces en que lo tocasen, porque ya había subido a su Padre y recibido poder. PE 187.1

En esa ocasión no estaba presente Tomás, quien no quiso aceptar humildemente el relato de los demás discípulos, sino que con firme suficiencia declaró que no lo creería, a no ser que viera en sus manos la señal de los clavos y pusiera su mano en el costado que atravesó la lanza. En esto denotó Tomás falta de confianza en sus hermanos. Si todos hubiesen de exigir las mismas pruebas, nadie recibiría ahora a Jesús ni creería en su resurrección. Pero Dios quería que cuantos no pudiesen ver ni oír por sí mismos al resucitado Salvador, recibieran el relato de los discípulos. No agradó a Dios la incredulidad de Tomás. Cuando Jesús volvió otra vez adonde estaban sus discípulos, hallábase Tomás con ellos, y al ver a Jesús, creyó. Pero como había declarado que no quedaría satisfecho sin la prueba de tocar añadida a la de ver, Jesús se la dió tal como la había deseado. Entonces Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” Pero Jesús le reprendió por su incredulidad, diciendo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” PE 187.2

Asimismo los que no tuvieron experiencia en los mensajes del primer ángel y del segundo deben recibirlos de otros que participaron en aquella experiencia y estuvieron al tanto de los mensajes. Así como Jesús fué rechazado, vi que los mensajes han sido rechazados. Y como los discípulos declararon que no hay salvación en otro nombre que haya sido dado a los hombres debajo del cielo, así también deben los siervos de Dios amonestar fiel e intrépidamente a los que abrazan tan sólo una parte de las verdades relacionadas con el mensaje del tercer ángel, haciéndoles saber que deben aceptar gustosamente todos los mensajes como Dios los ha dado, o no tener participación en el asunto. PE 187.3

Mientras las santas mujeres llevaban la noticia de que Jesús había resucitado, los soldados de la guardia romana propalaban la mentira puesta en sus bocas por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, de que los discípulos habían venido por la noche a buscar el cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. Satanás había puesto esa mentira en los corazones y labios de los príncipes de los sacerdotes, y el pueblo estaba listo para creer su palabra. Pero Dios había asegurado más allá de toda duda la veracidad de este importante acontecimiento del que depende nuestra salvación, y fué imposible que los sacerdotes y ancianos lo ocultaran. De entre los muertos se levantaron testigos para evidenciar la resurrección de Cristo. PE 188.1

Cuarenta días permaneció Jesús con sus discípulos, alegrándoles el corazón al declararles más abiertamente las realidades del reino de Dios. Los comisionó para dar testimonio de cuanto habían visto y oído referente a su pasión, muerte y resurrección, así como de que él había hecho sacrificio por el pecado, para que cuantos quisieran pudieran acudir a él y encontrar vida. Con fiel ternura les dijo que serían perseguidos y angustiados, pero que hallarían consuelo en el recuerdo de su experiencia y en la memoria de las palabras que les había hablado. Les dijo que él había vencido las tentaciones de Satanás y obtenido la victoria por medio de pruebas y sufrimientos. Ya no podría Satanás tener poder sobre él, pero los tentaría más directamente a ellos y a cuantos creyeran en su nombre. Sin embargo, también podrían ellos vencer como él había vencido. Jesús confirió a sus discípulos el poder de obrar milagros, diciéndoles que aunque los malvados los persiguieran, él enviaría de cuando en cuando sus ángeles para librarlos; nadie podría quitarles la vida hasta que su misión fuese cumplida; entonces podría ser que se requiriese que sellasen con su sangre los testimonios que hubiesen dado. PE 188.2

Los anhelosos discípulos escuchaban gozosamente las enseñanzas del Maestro, alimentándose, llenos de alegría, con cada palabra que fluía de sus santos labios. Sabían ahora con certeza que era el Salvador del mundo. Sus palabras penetraban hondamente en sus corazones, y lamentaban que tuviesen que separarse pronto de su Maestro celestial y no pudiesen ya oír las consoladoras y compasivas palabras de sus labios. Pero de nuevo se inflamaron sus corazones de amor y excelso júbilo, cuando Jesús les dijo que iba a aparejarles lugar y volver otra vez para llevárselos consigo, de modo que siempre estuviesen con él. También les prometió enviarles el Consolador, el Espíritu Santo, para guiarlos en toda verdad. “Y alzando sus manos, los bendijo.” PE 189.1