Primeros Escritos

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El sueño de Guillermo Miller

(Mencionado en la página 48 y relatado por él mismo. Véase el Apéndice.)

Soñé que Dios, por una mano invisible, me mandó un cofre de curiosa hechura, que tendría unas diez pulgadas de largo por seis de ancho. Estaba hecho de ébano y de perlas curiosamente engastadas. Junto al cofre estaba atada una llave. Tomé inmediatamente esa llave y abrí el cofre, al que, para mi asombro y sorpresa, encontré lleno de joyas: diamantes, piedras preciosas y monedas de oro y plata, de todo tamaño, valor y clase, hermosamente ordenados en sus lugares dentro del cofre; y así colocados reflejaban una gloria y una luz que sólo podían compararse con la del sol. PE 82.1

Pensé que no debía disfrutar solo de este espectáculo maravilloso, aunque mi corazón rebosaba de gozo frente al esplendor, a la hermosura y al valor del contenido. Lo puse por lo tanto sobre una mesa en el centro de mi habitación e hice saber que cuantos quisieran podían venir y ver el espectáculo más glorioso y brillante que hubiese visto hombre alguno en esta vida. PE 82.2

La gente comenzó a acudir. Al principio eran unos pocos, pero el número fué aumentando hasta ser una muchedumbre. Cuando miraban por primera vez el interior del cofre, se admiraban y dejaban oir exclamaciones de gozo. Pero cuando el número de espectadores aumentó, cada uno se puso a desordenar las joyas, sacándolas del cofre y desparramándolas sobre la mesa. PE 82.3

Comencé a pensar que el dueño iba a exigir de mi mano la devolución del cofre y de las joyas; y si toleraba que las esparciesen, jamás podría volver a colocarlas dentro del cofre; y considerando que nunca podría hacer frente a la inmensa responsabilidad, empecé a rogar a la gente que no tocase las joyas ni las sacase del cofre; pero cuanto más les rogaba, tanto más las esparcían; y llegaban hasta a hacerlo por toda la pieza, sobre el piso y sobre cada mueble. PE 82.4

Vi entonces que entre las joyas y las monedas genuinas se había introducido una innumerable cantidad de joyas y monedas falsas. Me indignó la conducta vil e ingrata de la gente, a la cual dirigí reproches; pero cuanto más los reprendía, tanto más desparramaban joyas y monedas falsas entre las genuinas. Me airé entonces y comencé a valerme de la fuerza física para empujarlos fuera de la habitación; pero mientras echaba a una persona, tres más entraban y traían suciedad, como virutas, arena y toda suerte de basuras, hasta cubrir cada una de las joyas, las monedas y los diamantes, que quedaron todos ocultos de la vista. También hicieron pedazos el cofre, y dispersaron los restos entre la basura. Me parecía que nadie consideraba mi pesar ni mi ira; me desalenté y descorazoné por completo, de manera que me senté a llorar. Mientras estaba así llorando y lamentándome por la gran pérdida y la gran responsabilidad que me tocaba, me acordé de Dios, y le pedí fervorosamente que me mandase ayuda. PE 83.1

Inmediatamente se abrió la puerta, y cuando toda la gente su hubo ido entró un hombre en la habitación. Tenía una escobilla en la mano; abrió las ventanas y comenzó a barrer el polvo y la basura de la habitación. PE 83.2

Le grité que tuviese cuidado, porque había joyas preciosas dispersas entre la basura. PE 83.3

Me contestó que no temiese, porque él “les prestaría su cuidado.” PE 84.1

Después, mientras barría el polvo y la basura, las joyas espurias y las monedas falsas subieron todas y salieron por la ventana como una nube, y el viento se las llevó. En el bullicio, cerré los ojos un momento; y cuando los abrí, toda la basura había desaparecido. Las preciosas joyas, las monedas de oro y plata y los diamantes estaban desparramados en profusión por toda la pieza. El hombre puso entonces sobre la mesa un cofre mucho mayor y más hermoso que el primero, y reuniendo a puñados las joyas, las monedas y los diamantes, los puso en el cofre, hasta que ni uno solo quedó afuera, a pesar de que algunos de los diamantes no eran mayores que la punta de un alfiler. PE 84.2

Llamándome entonces, me dijo: “Ven y ve.” PE 84.3

Miré en el cofre, pero el espectáculo me deslumbraba. Las joyas brillaban diez veces más que antes. Pensé que habían sido limpiadas en la arena por los pies de aquellos impíos que las habían desparramado y pisoteado en el polvo. Estaban dispuestas en hermoso orden dentro del cofre, cada una en su lugar, sin que el hombre que las había puesto allí se hubiese tomado un trabajo especial. Grité de gozo, y ese grito me despertó. PE 84.4

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