El santuario
Se me mostró el amargo chasco que sufrió el pueblo de Dios por no ver a Jesús en la fecha en que lo esperaba. No sabían por qué el Salvador no había venido, pues no veían prueba alguna de que no hubiese terminado el tiempo profético. Dijo el ángel: “¿Ha fallado la palabra de Dios? ¿Ha faltado Dios en cumplir sus promesas? No; ha cumplido cuanto prometió. Jesús se ha levantado a cerrar la puerta del lugar santo del santuario celestial, y ha abierto una puerta en el lugar santísimo y ha entrado a purificar el santuario. Todos los que esperan pacientemente comprenderán el misterio. El hombre se ha equivocado; pero no ha habido fracaso por parte de Dios. Todo cuanto Dios prometió se ha cumplido; pero el hombre creía equivocadamente que la tierra era el santuario que debía ser purificado al fin de los períodos proféticos. Lo que ha fracasado fué la expectación del hombre, no la promesa de Dios.”
PE 250.1
Jesús envió sus ángeles a dirigir la atención de los desalentados hacia el lugar santísimo adonde él había ido para purificar el santuario y hacer expiación especial por Israel. Jesús dijo a los ángeles que todos cuantos lo hallaran comprenderían la obra que iba a efectuar. Vi que mientras Jesús estuviera en el santuario se desposaría con la nueva Jerusalén, y una vez cumplida su obra en el lugar santísimo descendería a la tierra con regio poder para llevarse consigo las preciosas almas que hubiesen aguardado pacientemente su regreso.
PE 250.2
Se me mostró lo que había ocurrido en el cielo al terminar en 1844 los períodos proféticos. Cuando Jesús concluyó su ministerio en el lugar santo y cerró la puerta de ese departamento, densas tinieblas envolvieron a quienes habían oído y rechazado el mensaje de su advenimiento y lo habían perdido de vista a él. Jesús se revistió entonces de preciosas vestiduras. Alrededor de la orla inferior de su manto ostentaba en alternada sucesión una campanilla y una granada. De sus hombros colgaba un pectoral de curiosa labor. Cuando él andaba, el pectoral refulgía como diamantes y se ampliaban unas letras que parecían nombres escritos o grabados en el pectoral. En la cabeza llevaba algo que parecía una corona. Una vez que estuvo completamente ataviado, le rodearon los ángeles y en un flamígero carro penetró tras el segundo velo.
PE 250.3
Se me ordenó entonces que observara los dos departamentos del santuario celestial. La cortina, o puerta, estaba abierta y se me permitió entrar. En el primer departamento vi el candelabro de siete lámparas, la mesa de los panes de la proposición, el altar del incienso, y el incensario. Todos los enseres de este departamento parecían de oro purísimo y reflejaban la imagen de quien allí entraba. La cortina que separaba los dos departamentos era de diferentes materiales y colores, con una hermosa orla en la que había figuras de oro labrado que representaban ángeles. El velo estaba levantado y miré el interior del segundo departamento, donde vi un arca al parecer de oro finísimo. El borde que rodeaba la parte superior del arca era una hermosa labor en figura de coronas. En el arca estaban las tablas de piedra con los diez mandamientos.
PE 251.1
Dos hermosos querubines estaban de pie en cada extremo del arca con las alas desplegadas sobre ella, y tocándose una a otra por encima de la cabeza de Jesús, de pie ante el propiciatorio. Estaban los querubines cara a cara, pero mirando hacia el arca, en representación de toda la hueste angélica que contemplaba con interés la ley de Dios. Entre los querubines había un incensario de oro, y cuando las oraciones de los santos, ofrecidas con fe, subían a Jesús y él las presentaba a su Padre, una nube fragante subía del incienso a manera de humo de bellísimos colores. Encima del sitio donde estaba Jesús ante el arca, había una brillantísima gloria que no pude mirar. Parecía el trono de Dios. Cuando el incienso ascendía al Padre, la excelsa gloria bajaba del trono hasta Jesús, y de él se derramaba sobre aquellos cuyas plegarias habían subido como suave incienso. La luz se derramaba sobre Jesús en copiosa abundancia y cubría el propiciatorio, mientras que la estela de gloria llenaba el templo. No pude resistir mucho tiempo el vivísimo fulgor. Ninguna lengua acertaría a describirlo. Quedé abrumada y me desvié de la majestad y gloria del espectáculo.
PE 251.2
También se me mostró en la tierra un santuario con dos departamentos. Se parecía al del cielo, y se me dijo que era una figura del celestial. Los enseres del primer departamento del santuario terrestre eran como los del primer departamento del celestial. El velo estaba levantado; miré el interior del lugar santísimo y vi que los objetos eran los mismos que los del lugar santísimo del santuario celestial. El sacerdote oficiaba en ambos departamentos del terrenal. Entraba diariamente en el primer departamento, y sólo una vez al año en el lugar santísimo para purificarlo de los pecados allí transmitidos. Vi que Jesús oficiaba en ambos departamentos del santuario celestial. Los sacerdotes entraban en el terrenal con la sangre de un animal como ofrenda por el pecado. Cristo entró en el santuario celestial por la ofrenda de su propia sangre. Los sacerdotes terrenales eran relevados por la muerte y, por lo tanto, no podían oficiar mucho tiempo; pero Jesús era sacerdote para siempre. Por medio de las ofrendas y los sacrificios llevados al santuario terrenal, los hijos de Israel habían de compartir los méritos de un Salvador futuro. Y la sabiduría de Dios nos dió los pormenores de esta obra para que, considerándolos, comprendiésemos la obra de Jesús en el santuario celestial.
PE 252.1
Al expirar Jesús en el Calvario exclamó: “Consumado es,” y el velo del templo se rasgó de arriba abajo en dos mitades, para demostrar que los servicios del santuario terrenal habían acabado para siempre, y que Dios ya no vendría al encuentro de los sacerdotes de ese templo terrestre para aceptar sus sacrificios. La sangre de Cristo fué derramada entonces e iba a ser ofrecida por él mismo en el santuario celestial. Así como el sacerdote entraba una vez al año en el lugar santísimo para purificar el santuario terrenal, también Jesús entró en el lugar santísimo del celestial al fin de los 2.300 días de Daniel 8, en 1844, para hacer la expiación final por todos los que pudiesen recibir el beneficio de su mediación, y purificar de este modo el santuario.
PE 252.2
215
PE
Primeros Escritos
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