El movimiento adventista ilustrado
Vi a cierto número de compañías que parecían unidas como en haces por cuerdas. En esas compañías muchos estaban en tinieblas totales; sus ojos se dirigían hacia abajo, hacia la tierra, y no parecía haber relación entre ellos y Jesús. Pero dispersas entre esas diferentes compañías había personas cuyos rostros parecían iluminados, y cuyos ojos se elevaban hacia el cielo. De Jesús les eran comunicados rayos de luz como rayos del sol. Un ángel me invitó a mirar con cuidado, y vi a un ángel que velaba sobre cada uno de aquellos que tenían un rayo de luz, mientras que malos ángeles rodeaban a aquellos que estaban en tinieblas. Oí la voz de un ángel clamar: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado.”
PE 240.1
Una gloriosa luz descansó entonces sobre esas compañías, para iluminar a todos los que quisieran recibirla. Algunos de los que estaban en tinieblas recibieron la luz y se regocijaron. Otros resistieron la luz del cielo, diciendo que había sido enviada para extraviarlos. La luz se alejó de ellos, y fueron dejados en tinieblas. Los que habían recibido la luz de Jesús apreciaban gozosamente el aumento de la preciosa luz que era derramada sobre ellos. Sus rostros resplandecían de santo gozo, mientras que su mirada se dirigía con intenso interés hacia arriba, hacia Jesús, y sus voces se oían en armonía con la voz del ángel: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado.” Cuando elevaron este clamor, vi que aquellos que estaban en tinieblas los empujaban con el costado y con el hombro. Entonces muchos de los que apreciaban la luz sagrada, rompieron las cuerdas que los encerraban y en forma destacada se separaron de aquellas compañías. Mientras estaban haciendo esto, hombres que pertenecían a las diferentes compañías y eran reverenciados por ellas, las cruzaban, algunos con palabras amables, y otros con miradas airadas y ademanes amenazadores, y ataban las cuerdas que se estaban debilitando. Esos hombres decían constantemente: “Dios está con nosotros. Estamos en la luz. Tenemos la verdad.” Pregunté quiénes eran, y se me dijo que eran ministros y hombres dirigentes que habían rechazado la luz ellos mismos, y no estaban dispuestos a que otros la recibiesen.
PE 240.2
Vi que los que apreciaban la luz miraban hacia arriba con anhelo, esperando que Jesús viniese y los llevase consigo. Pronto una nube pasó sobre ellos, y sus rostros denotaron tristeza. Pregunté cuál era la causa de esa nube, y se me mostró que era el chasco sufrido por ellos. Había pasado el tiempo en que ellos esperaban al Salvador, y Jesús no había venido. A medida que el desaliento se asentaba sobre los que aguardaban, los ministros y dirigentes a quienes yo había notado antes, se regocijaban, y todos aquellos que habían rechazado la luz daban grandes señales de triunfo, mientras que Satanás y sus malos ángeles también se regocijaban.
PE 241.1
Luego oí la voz de otro ángel decir: “¡Ha caído, ha caído Babilonia!” Una luz resplandeció sobre los abatidos, y con ardiente deseo de ver su aparición, volvieron a fijar sus ojos en Jesús. Vi a unos cuantos ángeles conversar con el que había clamado: “Ha caído Babilonia,” y se le unieron para anunciar: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” Las voces musicales de aquellos ángeles parecían llegar a todas partes. Una luz excesivamente brillante y gloriosa resplandecía en derredor de aquellos que habían apreciado la luz que les había sido comunicada. Sus rostros resplandecían con excelsa gloria, y exclamaban con los ángeles: “¡Aquí viene el esposo!” Mientras elevaban armoniosamente el clamor entre las diferentes compañías, los que rechazaban la luz los empujaban, y con miradas airadas los escarnecían y ridiculizaban. Pero los ángeles de Dios agitaban las alas sobre los perseguidos, mientras que Satanás y sus ángeles procuraban rodearlos con sus tinieblas para inducirlos a rechazar la luz del cielo.
PE 241.2
Luego oí una voz que decía a los que eran empujados y ridiculizados: “Salid de en medio de ellos,... y no toquéis lo inmundo.” En obediencia a esta voz, gran número de personas rompieron las cuerdas que los ataban, y abandonando las compañías que estaban en tinieblas, se incorporaron a los que ya habían obtenido su libertad, y gozosamente unieron sus voces a las suyas. Oí en ferviente y agonizante oración la voz de unos pocos que permanecían todavía con las compañías sumidas en tinieblas. Los ministros y dirigentes circulaban entre estas diferentes compañías, atando más firmemente las cuerdas; pero seguía yo oyendo la voz de ferviente oración. Entonces vi que aquellos que habían estado orando extendían la mano en demanda de ayuda a la compañía unida y libre que se regocijaba en Dios. La respuesta que dió, mientras miraba con fervor hacia el cielo, y señalaba hacia arriba fué: “Salid de en medio de ellos, y apartaos.” Vi personas que luchaban para obtener libertad, y al fin rompieron las cuerdas que las ataban. Resistían los esfuerzos que se hacían para atar las cuerdas con más firmeza y rehusaban escuchar los asertos repetidos: “Dios está con nosotros.” “Tenemos la verdad con nosotros.”
PE 242.1
Continuamente había personas que abandonaban las compañías sumidas en tinieblas y se unían a la compañía libre, que parecía estar en un campo abierto elevado por sobre la tierra. Su mirada se dirigía hacia arriba, y la gloria de Dios descansaba sobre sus miembros, quienes gozosamente expresaban en alta voz sus alabanzas. Estaban estrechamente unidos y parecían rodeados por la luz del cielo. En derredor de esa compañía había quienes sentían la influencia de la luz, pero que no estaban particularmente unidos con la compañía. Todos los que apreciaban la luz derramada sobre sí dirigían los ojos hacia arriba con intenso interés, y Jesús los miraba con dulce aprobación. Ellos esperaban que él viniera y anhelaban su aparición. Ni una sola de sus miradas se detenía en la tierra. Pero nuevamente una nube se asentó sobre los que aguardaban, y los vi dirigir hacia abajo sus ojos cansados. Pregunté cuál era la causa de ese cambio. Dijo mi ángel acompañante: “Han quedado nuevamente chasqueados en su expectación. Jesús no puede venir todavía a la tierra. Ellos tienen que soportar mayores pruebas por él. Deben renunciar a tradiciones y errores recibidos de los hombres y volverse por completo a Dios y su Palabra. Deben ser purificados, emblanquecidos y probados. Los que soporten esa amarga prueba obtendrán la victoria eterna.”
PE 242.2
Jesús no vino a la tierra, como lo esperaba la compañía que le aguardaba gozosa, para purificar el santuario, limpiando la tierra por fuego. Vi que era correcto su cálculo de los períodos proféticos; el tiempo profético había terminado en 1844, y Jesús entró en el lugar santísimo para purificar el santuario al fin de los días. La equivocación de ellos consistió en no comprender lo que era el santuario ni la naturaleza de su purificación. Cuando miré de nuevo a la compañía que aguardaba chasqueada, parecía triste. Examinó cuidadosamente las evidencias de su fe, siguió hasta su conclusión el cálculo de los períodos proféticos, pero no pudo descubrir error alguno. El tiempo se había cumplido, pero ¿dónde estaba su Salvador? Ellos le habían perdido.
PE 243.1
Me fué mostrado el chasco que sufrieron los discípulos cuando fueron al sepulcro y no encontraron el cuerpo de Jesús. María dijo: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.” Los ángeles dijeron a los discípulos entristecidos que su Señor había resucitado, e iba delante de ellos a Galilea.
PE 243.2
En forma parecida, vi que Jesús consideraba con la más profunda compasión a los que se habían chasqueado después de haber aguardado su venida; y envió a sus ángeles para que dirigiesen sus pensamientos de modo que pudiesen seguirle adonde estaba. Les mostró que esta tierra no es el santuario, sino que él debía entrar en el lugar santísimo del santuario celestial para hacer expiación por su pueblo y para recibir el reino de parte de su Padre, y que después volvería a la tierra y los llevaría a morar con él para siempre. El chasco de los primeros discípulos representa bien el de aquellos que esperaban a su Señor en 1844.
PE 243.3
Fuí transportada al tiempo cuando Cristo entró triunfalmente en Jerusalén. Los gozosos discípulos creían que él iba a tomar entonces el reino y reinar como príncipe temporal. Siguieron a su Rey con grandes esperanzas, cortando hermosas palmas, sacando sus ropas exteriores y extendiéndolas con celo entusiasta por el camino. Algunos le precedían y otros le seguían, clamando: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” La excitación perturbó a los fariseos, y desearon que Jesús reprendiese a sus discípulos. Pero él les dijo: “Si éstos callaran, las piedras clamarían.” La profecía de (Zacarías 9:9) debía cumplirse; sin embargo los discípulos estaban condenados a sufrir un amargo chasco. A los pocos días siguieron a Jesús al Calvario, y le vieron sangrante y lacerado en la cruz cruel. Presenciaron su agonía y su muerte y lo depositaron en la tumba. El pesar ahogaba sus corazones; ni un solo detalle de lo que esperaban se había cumplido, y sus esperanzas murieron con Jesús. Pero cuando resucitó de los muertos y apareció a sus discípulos entristecidos, las esperanzas de ellos revivieron. Le habían encontrado de nuevo.
PE 244.1
Vi que el chasco de aquellos que creían en la venida del Señor en 1844 no igualaba al que sufrieron los primeros discípulos. La profecía se cumplió en los mensajes del primer ángel y del segundo. Estos fueron dados a su debido tiempo y cumplieron la obra que Dios quería hacer por medio de ellos.
PE 244.2
215
PE
Primeros Escritos
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