Obreros Evangélicos

72/234

La distribución del pan de vida

Muchos de aquellos por quienes trabajan nuestros predicadores ignoran las verdades de la Biblia, y las exigencias de Dios, y las más sencillas lecciones referentes a la piedad práctica son para ellos una nueva revelación. Necesitan saber lo que es la verdad, y al trabajar por ellos, el predicador no debe seguir líneas de pensamiento que agraden sencillamente a la fantasía o satisfagan la curiosidad. Rompa más bien el pan de vida ante estas hambrientas almas. Nunca debiera predicar un sermón que no ayude a sus oyentes a ver más claramente lo que deben hacer para salvarse. OE 160.1

Los requisitos inmediatos, las pruebas actuales son las cosas para las cuales los hombres y las mujeres necesitan pronto auxilio. Las descripciones poéticas y presentaciones fantásticas con que el predicador se eleve hasta los cielos, agradarán a los sentidos y nutrirán la imaginación, pero no ayudarán en la experiencia de la vida, ni en las necesidades diarias. Puede él pensar que, por su elocuencia fantaseadora alimenta la grey de Dios; sus oyentes pueden pensar que nunca antes oyeron la verdad vestida con lenguaje tan hermoso. Pero, sígase, de causa a efecto, el éxtasis de emoción causado por estas presentaciones fantásticas, y se verá que aunque tal vez fueron explicadas algunas verdades, tales sermones no fortalecen a los oyentes para las batallas diarias de la vida. OE 160.2

Aquel que, en su predicación, se fija por blanco supremo la elocuencia, da a la gente ocasión de olvidar la verdad que está mezclada con su oratoria. Desvanecida la emoción, se verá que la palabra de Dios no se fijó en la mente, y que los oyentes no ganaron en entendimiento. Pueden hablar elogiosamente de la elocuencia del predicador, pero no habrán sido llevados más cerca de la decisión. Hablan del sermón como hablarían de una función de teatro, y del predicador, como de un actor. Pueden volver para escuchar la misma clase de discurso, pero se irán sin haber sentido impresión alguna y sin haber sido alimentados. OE 160.3

No son discursos floridos lo que se necesita, ni un desbordamiento de palabras sin sentido. Nuestros predicadores han de predicar de una manera que ayude a la gente a comprender la verdad vital. Hermanos míos, no os elevéis hasta donde la gente común no os pueda seguir, y aunque pudiese, no recibiría ningún beneficio de ello. Enseñad las sencillas lecciones dadas por Cristo. Relatad la historia de su vida de abnegación y sacrificio, de su humillación y muerte, de su resurrección y ascensión, de su intercesión por los pecadores en los atrios celestiales. En toda congregación hay almas en quienes el Espíritu del Señor está obrando. Ayudadles a comprender lo que es la verdad; repartidles el pan de vida; llamad su atención a las cuestiones vitales. OE 161.1

Muchas voces están defendiendo el error; defienda la vuestra la verdad. Presentad temas que sean como verdes pastos para las ovejas del redil de Dios. No conduzcáis a vuestros oyentes por los yermos, donde no se hallarán más cerca de la fuente de agua viva que antes de oíros. Presentad la verdad tal cual es en Jesús, y las exigencias de la ley y del Evangelio con claridad. Presentad a Cristo, el camino, la verdad y la vida, y hablad de su poder para salvar a todos los que se alleguen a él. El Capitán de* nuestra salvación está intercediendo por su pueblo, no como quien, por sus peticiones, quisiera mover al Padre a compasión, sino como vencedor, que pide los trofeos de su victoria. El puede salvar hasta lo sumo a todos los que se alleguen a Dios por su medio. Haced resaltar este hecho. OE 161.2

A menos que los predicadores estén en guardia, ocultarán la verdad bajo los adornos humanos. Ningún predicador suponga que puede convertir almas por sermones elocuentes. Los que enseñan a otros deben pedir a Dios que los llene de su Espíritu, y los habilite para elevar a Cristo como única esperanza del pecador. Los discursos floridos, cuentos agradables, o anécdotas impropias no convencen al pecador. Los hombres escuchan las tales palabras como escucharían un canto placentero. El mensaje que el pecador debe oír es: “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”1 La recepción del Evangelio no depende de sabios testimonios, discursos elocuentes, o argumentos profundos, sino de su sencillez y de su adaptación a las necesidades de aquellos que tienen hambre del pan de vida. OE 162.1

Es la eficiencia impartida por el Espíritu Santo lo que hace eficaz el ministerio de la palabra. Cuando Cristo habla por medio del predicador, el Espíritu Santo prepara los corazones de los oyentes para recibir la palabra. El Espíritu Santo no es un siervo, sino un poder que dirige. Hace resplandecer la verdad en la mente, y habla en todo discurso cuando el predicador se entrega a la operación divina. El Espíritu es lo que rodea al alma de una atmósfera santa, y habla a los impenitentes palabras de amonestación, para señalarles a Aquel que quita el pecado del mundo. OE 162.2

*****

En todos los que reciben la preparación divina, debe revelarse una vida que no está en armonía con el mundo, sus costumbres o prácticas; y cada uno necesita tener experiencia personal en cuanto a obtener el conocimiento de la voluntad de Dios. Debemos oírlo individualmente hablarnos al corazón. Cuando todas las demás voces quedan acalladas, y en la quietud esperamos delante de él, el silencio del alma hace más distinta la voz de Dios. Nos invita: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios.”2 Solamente allí puede encontrarse verdadero descanso. Y ésta es la preparación eficaz para todo trabajo que se haya de realizar para Dios. Entre la muchedumbre apresurada y el recargo de las intensas actividades de la vida, el alma que es así refrigerada quedará rodeada de una atmósfera de luz y de paz. La vida respirará fragancia, y revelará un poder divino que alcanzará a los corazones humanos.—El Deseado de Todas las Gentes, 316. OE 163.1