Obreros Evangélicos

64/234

La humildad

El ministro de Dios debe poseer humildad en un grado eminente. Aquellos que tienen la experiencia más profunda de las cosas de Dios son los que más se alejan del orgullo y ensalzamiento propio. Por tener un alto concepto de la gloria de Dios, comprenden que el lugar más humilde en su servicio es demasiado honorable para ellos. OE 150.1

Cuando Moisés bajó del monte después de pasar cuarenta días en comunión con Dios, no sabía que su rostro reflejaba un resplandor que atemorizaba a aquellos que lo miraban. OE 150.2

Pablo tenía una muy humilde opinión de su progreso en la vida cristiana. Habla de sí mismo como del mayor de los pecadores. También dice: “No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto.”2 Sin embargo, Pablo había sido altamente honrado por el Señor. OE 150.3

Nuestro Salvador declaró que Juan el Bautista era el mayor de los profetas; sin embargo, cuando se le preguntó a él mismo si era el Cristo, declaró que no se consideraba digno de desatar las sandalias de su Maestro. Cuando sus discípulos se presentaron con la queja de que todos se volvían hacia el nuevo Maestro, Juan les recordó que él no era sino el precursor del que había de venir. OE 150.4

Hoy se necesitan obreros que tengan ese espíritu. Los que se sientan suficientes, y estén satisfechos de sí mismos, pueden muy bien quedar separados de la obra de Dios. Nuestro Señor pide obreros que, sintiendo su propia necesidad de la sangre expiatoria de Cristo, entren en su obra, no con jactancia ni con suficiencia propia, sino con la plena seguridad de la fe, percatándose de que siempre necesitarán la ayuda de Cristo para saber cómo tratar con las mentes. OE 150.5