Obreros Evangélicos

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Una enunciación distinta

Cuando habléis, sea cada palabra bien enunciada y modulada, cada frase clara y distinta, hasta la última palabra. Son muchos los que, al acercarse al fin de una frase, rebajan el tono de la voz, y hablan tan confusamente que se pierde la fuerza del pensamiento. Las palabras que vale la pena decir vale la pena pronunciarlas con voz clara y distinta, con énfasis y expresión. Pero nunca busquéis palabras que den la impresión de que sois sabios. Cuanto mayor sea vuestra sencillez, tanto mejor serán comprendidas vuestras palabras. OE 92.1

Jóvenes y señoritas, ¿puso Dios en vuestro corazón el deseo de servirle? Entonces, por lo que más queráis, cultivad vuestra voz hasta el máximo de vuestra capacidad, de modo que podáis presentar claramente a otros la preciosa verdad. No caigáis en la costumbre de orar en tono tan indistinto y bajo que vuestras oraciones necesiten intérprete. Orad sencillamente, pero en forma clara y comprensible. El dejar que la voz baje hasta que no se pueda oír, no es evidencia de humildad. OE 92.2

A aquellos que se proponen entrar en el servicio de Dios como predicadores, quiero decir: Esforzaos con determinación por hablar con perfección. Pedid a Dios que os ayude a lograr este gran objeto. Cuando ofrezcáis oración en la congregación, recordad que os dirigís a Dios, y que él desea que habléis de modo que todos los presentes puedan oír y unir sus súplicas a la vuestra. Una oración pronunciada de manera que todas las palabras estén fusionadas, no honra a Dios ni hace bien a los oyentes. Aprendan los predicadores y todos los que ofrecen oración en público a orar de manera que Dios sea glorificado y bendecidos los oyentes. Hablen lenta y distintamente, y en tono bastante alto para que todos los oigan, y puedan unirse a ellos para decir amén.—Testimonies for the Church 6:380-383. OE 92.3

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Algunos de nuestros más talentosos predicadores se están haciendo mucho daño por su defectuosa manera de hablar. Mientras enseñan a la gente su deber en cuanto a obedecer a la ley moral de Dios, no deben ser hallados violando las leyes de Dios acerca de la salud y la vida. Los predicadores deben mantenerse erguidos, y hablar lenta, firme y claramente, tomando una inspiración completa a cada frase, y emitiendo las palabras por el ejercicio de los músculos abdominales. Si observan esta regla sencilla, y dedican atención a las leyes de la salud en otros respectos, podrán conservar su vida y utilidad por mucho más tiempo que los que se dedican a cualquier otra profesión. Se les ensanchará el pecho, ... y rara vez enronquecerá el orador, ni siquiera al tener que hablar constantemente. En vez de contraer la tuberculosis, pueden los predicadores, teniendo cuidado, vencer toda tendencia a ella. OE 93.1

A menos que los predicadores se eduquen en cuanto a hablar de acuerdo con la ley física, sacrificarán la vida, y muchos llorarán la pérdida de “esos mártires por la causa de la verdad;” cuando el caso es que por seguir hábitos erróneos, cometieron una injusticia consigo mismos y hacia la verdad que representaban, y privaron a Dios y al mundo del servicio que podrían haber prestado. A Dios le habría agradado que viviesen, pero ellos cometieron un lento suicidio. OE 93.2

La manera en que la verdad se presenta a menudo tiene mucho que ver en cuanto a determinar si será aceptada o rechazada. Todos los que trabajan en la gran causa de reforma deben estudiar para llegar a ser obreros eficientes, a fin de poder hacer la mayor cantidad posible de bien, y no restar fuerza a la verdad por causa de sus propias deficiencias. OE 94.1

Los predicadores y maestros deben disciplinarse en cuanto a articular clara y distintamente, dando su pleno sonido a cada palabra. Aquellos que hablan rápidamente, por la garganta, fusionando las palabras, y levantando la voz a un tono que no es natural, no tardan en enronquecer, y las palabras que dicen pierden la mitad de la fuerza que tendrían si fuesen pronunciadas lenta, claramente y en un tono no tan alto. Se despiertan las simpatías de los oyentes hacia el orador; porque saben que él se está haciendo violencia, y temen que en cualquier momento se vea impedido de seguir. El hecho de que un hombre se excite hasta un frenesí de ademanes no es prueba de que tenga celo por Dios. “El ejercicio corporal para poco es provechoso,”1 declara el apóstol. OE 94.2

El Salvador del mundo quiere que sus colaboradores lo representen; y cuanto más íntimamente ande un hombre con Dios, tanto más exenta de defectos será su manera de hablar, su porte, su actitud y sus ademanes. Los modales groseros y desmañados no se vieron nunca en nuestro dechado, Cristo Jesús. El era un representante del cielo, y sus discípulos deben ser semejantes a él. OE 94.3

Algunos arguyen que el Señor calificará por su Espíritu Santo al hombre para que hable como él quiere que hable; pero el Señor no se propone hacer la obra que dió a hacer al hombre. Nos ha dado facultades de razonar, y oportunidades de educar la mente y los modales. Y después que hayamos hecho todo lo que podamos por nosotros mismos, sacando el mejor partido posible de las ventajas que están a nuestro alcance, entonces podremos pedir a Dios en oración ferviente que haga por su Espíritu lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.—Testimonies for the Church 4:404, 405. OE 95.1

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Un verdadero conocimiento de la Biblia puede obtenerse únicamente por la ayuda de aquel Espíritu por el cual fué dada la Palabra. Y a fin de obtener este conocimiento debemos vivir por él. Debemos acatar todo lo que la Palabra de Dios ordena. Podemos reclamar el cumplimiento de todas sus promesas. La vida que ella recomienda es la que, por su poder, debemos vivir. Únicamente al considerar la Biblia así, puede estudiársela eficazmente.—La Educación, 189. OE 95.2

Sólo se puede obtener un verdadero conocimiento de la Biblia mediante la ayuda de aquel Espíritu por el cual fué dada la Palabra. Y a fin de obtener este conocimiento debemos vivir de acuerdo con él. Debemos obedecer todo lo que la Palabra de Dios manda. Podemos acogernos a todas sus promesas. Mediante su poder, hemos de vivir la vida que ella recomiende. Sólo así considerada puede ser estudiada eficazmente la Biblia.—La Educación, 183. OE 95.3