Obreros Evangélicos

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A ricos y pobres igualmente

¡Qué vida atareada llevaba! Día tras día se lo podía ver entrando en las humildes moradas donde se sentía necesidad y tristeza, para infundir esperanza a los abatidos y paz a los angustiados. Benigno, tierno de corazón, compasivo, andaba levantando a los caídos y consolando a los tristes. Doquiera fuera, impartía bendiciones. OE 45.3

Al par que ayudaba a los pobres, Jesús estudiaba también modos de alcanzar a los ricos. Trababa relación con el pudiente y culto fariseo, el noble judío, y el gobernante romano. Aceptaba sus invitaciones, asistía a sus fiestas, se familiarizaba con sus intereses y ocupaciones, a fin de obtener acceso a sus corazones y revelarles las riquezas imperecederas. OE 45.4

Cristo vino a este mundo para demostrar que por recibir poder de lo alto, el hombre puede vivir una vida sin contaminación. Con paciencia incansable y simpatía ayudadora, se relacionaba con los hombres haciendo frente a sus necesidades. Por el suave toque de su gracia, desterraba del alma la agitación y la duda, cambiando la enemistad en amor, y la incredulidad en confianza.... OE 46.1

Cristo no reconocía distinción de nacionalidad, alcurnia ni credo. Los escribas y fariseos deseaban convertir en un beneficio local y nacional los dones del cielo, y excluir de toda participación al resto de la familia de Dios en el mundo. Pero Cristo vino para derribar todo muro de separación. Vino para demostrar que su don de misericordia y amor es tan ilimitado como el aire, la luz o las lluvias que refrescan la tierra. OE 46.2

La vida de Cristo estableció una religión en la cual no hay casta, una religión por la cual judío y gentil, libre y siervo, están unidos en una fraternidad común y son iguales delante de Dios. Ninguna cuestión de métodos o conducta influía en sus actos. Para él no había diferencia entre vecinos y forasteros, amigos y enemigos. Lo que conmovía su corazón era un alma que tuviese sed de las aguas de vida. OE 46.3

El no desdeñaba ningún ser humano como inútil, sino que trataba de aplicar el remedio sanador a toda alma. En cualquier compañía en que se encontrase, presentaba una lección apropiada al tiempo y las circunstancias. Toda negligencia o desprecio que manifestasen los hombres para con sus semejantes, le hacía a él tan sólo más consciente de la necesidad que tenían de su simpatía divino-humana. El trataba de inspirar esperanza a los más toscos y menos promisorios, presentándoles la seguridad de que podían llegar a ser sin mancha ni maldad, y alcanzar a poseer un carácter que los diese a conocer como hijos de Dios. OE 46.4

Muchas veces se encontraba con aquellos que habían pasado bajo el dominio de Satanás, y que no tenían poder para escapar de su red. A una tal persona, desanimada, enferma, tentada, caída, Jesús hablaba palabras de la más tierna compasión, las palabras que necesitaba y podía comprender. Encontraba a otros que luchaban solos con el adversario de las almas. A éstos alentaba a perseverar, asegurándoles que ganarían; porque los ángeles de Dios estaban de su parte, y les darían la victoria. OE 47.1

Se sentaba a la mesa de los publicanos como huésped honrado, demostrando por su simpatía y bondad social que reconocía la dignidad de la humanidad; y los hombres anhelaban ser dignos de su confianza. Sobre sus corazones sedientos caían sus palabras con poder bienaventurado y vivificador. Se despertaban nuevos impulsos, y ante estos parias de la sociedad se abría la posibilidad de una nueva vida. OE 47.2

Aunque era judío, Jesús se mezclaba libremente con los samaritanos, anulando así las costumbres farisaicas de su nación. Frente a sus prejuicios, él aceptaba la hospitalidad de ese pueblo despreciado. Dormía con ellos bajo sus techos, comía con ellos en sus mesas, compartiendo los alimentos preparados y servidos por sus manos,—enseñaba en sus calles, y los trataba con la mayor bondad y cortesía. Y mientras atraía sus corazones por el lazo de la simpatía humana, su gracia divina les llevaba la salvación que los judíos rechazaban.—The Ministry of Healing, 17-26. OE 47.3

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Si os acercáis a Jesús, y tratáis de enaltecer vuestra profesión por una vida bien ordenada y una pía conversación, vuestros pies serán guardados de extraviarse en sendas prohibidas. Si tan sólo queréis velar, velar continuamente en oración, si queréis hacer todo como si estuvieseis en la presencia inmediata de Dios, seréis salvados de ceder a la tentación, y podréis esperar ser guardados puros, sin mancha ni contaminación hasta el fin. Si retenéis firmemente el principio de vuestra confianza hasta el fin, vuestros caminos se afirmarán en Dios, y lo que la gracia empezó, la gloria lo coronará en el reino de nuestro Dios. Los frutos del Espíritu son amor, gozo, paz, longanimidad, bondad, benignidad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Si Cristo está en nosotros crucificaremos la carne con sus pasiones y concupiscencias. OE 48.1

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Aquel que contemple el sin par amor del Salvador sentirá elevado su pensamiento, purificado su corazón, transformado su carácter. Saldrá para ser una luz para el mundo, para reflejar en cierto grado este amor misterioso. Cuanto más contemplemos la cruz de Cristo, tanto más plenamente adoptaremos el lenguaje del apóstol que dijo: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.”3 OE 48.2