Obreros Evangélicos

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Una amonestacion contra las falsas enseñanzas

Actualmente necesitamos, en la causa de Dios, hombres espirituales, hombres firmes en sus principios y que tengan una clara comprensión de la verdad. Me ha sido indicado que no son doctrinas nuevas y caprichosas ni suposiciones humanas lo que la gente necesita, sino el testimonio de hombres que conozcan y practiquen la verdad, hombres que entiendan y obedezcan la recomendación dada a Timoteo: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.”1 OE 320.1

Hermanos míos, andad con firmeza y decisión, calzados los pies con la preparación del Evangelio de paz. Podéis tener la seguridad de que la religión pura y sin mácula no es una religión sensacional. Dios no ha impuesto a nadie la carga de estimular un apetito por las doctrinas y teorías especulativas. Apartad estas cosas de vuestra enseñanza. No permitáis que entren en vuestra experiencia. No dejéis que la obra de vuestra vida sea perjudicada por ellas. OE 320.2

En la epístola de Pablo a los colosenses se halla una amonestación contra las falsas enseñanzas. El apóstol declara que los corazones de los creyentes han de ser “unidos en amor, y en todas riquezas de cumplido entendimiento para conocer el misterio de Dios, y del Padre, y de Cristo; en el cual están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento.” OE 320.3

“Y esto digo—prosigue,—para que nadie os engañe con palabras persuasivas.... Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él: arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis aprendido, creciendo en ella con hacimiento de gracias. Mirad que ninguno os engañe por filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo: porque en él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente: y en él estáis cumplidos, el cual es la cabeza de todo principado y potestad.”2 OE 320.4

He recibido instrucciones para decir a nuestro pueblo: Sigamos a Cristo. No nos olvidemos de que él es nuestro dechado en todo. Podemos descartar sin peligro las ideas que no se hallan en su enseñanza. Ruego a nuestros ministros que se aseguren de que sus pies están asentados en la plataforma de la verdad eterna. Tengamos cuidado acerca de cómo seguimos los impulsos, atribuyéndolos al Espíritu Santo. Algunos corren el peligro de hacerlo. La Palabra de Dios nos insta a ser cabales en la fe, capaces de dar a quien nos la pida razón de la esperanza que hay en nosotros. OE 321.1