Obreros Evangélicos

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El campo es el mundo

“Y andando Jesús junto al mar de Galilea, vió a dos hermanos, Simón, que es llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en la mar; porque eran pescadores. Y díceles: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando luego las redes, le siguieron. Y pasando de allí vió otros dos hermanos, Jacobo, hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en el barco con Zebedeo, su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando luego el barco y a su padre, le siguieron.”1 OE 24.1

La pronta obediencia de estos hombres que siguieron a Jesús sin hacerle una pregunta, sin recibir promesa de salario, parece sorprendente; pero las palabras de Cristo eran una invitación que llevaba en sí un poder impelente. Cristo quería hacer de estos humildes pescadores, por su relación con él, el medio de sacar hombres del servicio de Satanás y de ponerlos en el servicio de Dios. En esta obra, llegarían a ser testigos suyos, que darían al mundo su verdad sin mixtura de tradiciones y sofismas de los hombres. Practicando sus virtudes, andando y trabajando con él, habían de quedar calificados para ser pescadores de hombres. OE 24.2

Así fueron llamados los primeros discípulos al ministerio evangélico. Durante tres años trabajaron en conexión con el Salvador, y por medio de su enseñanza, sus obras de curación, su ejemplo, fueron preparados para llevar a cabo la obra que él empezó. Por la sencillez de su fe, por un servicio puro y humilde, los discípulos fueron enseñados a llevar responsabilidades en la causa de Dios. OE 24.3

Hay lecciones que podemos aprender de la experiencia de los apóstoles. La lealtad de estos hombres a sus principios era tan firme como el acero. Eran hombres que no desmayaban ni se desalentaban. Estaban llenos de reverencia y celo por Dios, llenos de propósitos y aspiraciones nobles. Eran por naturaleza tan débiles e impotentes como cualquiera de los que están ahora en la obra, pero ponían toda su confianza en el Señor. Tenían riquezas, pero consistían ellas en la cultura de la mente y del alma; y ésta puede tenerla todo aquel que dé a Dios el primero, último y mejor lugar en todo. Se esforzaron durante largo tiempo por aprender las lecciones a ellos dadas en la escuela de Cristo, y sus esfuerzos no fueron vanos. Se unieron a la más potente de las potestades, y anhelaron siempre una comprensión más profunda, alta y amplia de las realidades eternas, a fin de presentar con éxito los tesoros de la verdad a un mundo menesteroso. OE 25.1

Ahora se necesitan obreros de este carácter, hombres que quieran consagrarse sin reserva a la obra de representar el reino de Dios ante un mundo que yace en la maldad. El mundo necesita hombres de pensamiento, hombres de principios, hombres que crezcan constantemente en entendimiento y discernimiento. Hay gran necesidad de hombres que sepan sacar el mejor partido posible de la prensa, a fin de que la verdad reciba alas para volar a toda nación, lengua y pueblo. OE 25.2