Notas biográficas de Elena G. de White

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Mi primera oración en público

Volví a casa y nuevamente me postré ante el Señor, prometiéndole hacer y sufrir todo cuanto de mí exigiera, con tal que la sonrisa de Jesús alegrara mi corazón. Entonces se me presentó el mismo deber que tanto me perturbó anteriormente: tomar mi cruz entre el pueblo congregado de Dios. No tardó en presentarse una oportunidad para ello, pues aquella misma tarde se celebró en casa de mi tío una reunión de oración, a la que asistí. NBEW 42.2

Cuando los demás se arrodillaron para orar, yo también me arrodillé toda temblorosa, y luego de haber orado unos cuantos fieles, se elevó mi voz en oración antes que yo me diera cuenta de ello. En aquel momento las promesas de Dios me parecieron otras tantas perlas preciosas que se podían recibir con tan sólo pedirlas. Mientras oraba, desapareció la pesadumbre angustiosa de mi alma que durante tanto tiempo había sufrido, y las bendiciones del Señor descendieron sobre mí como suave rocío. Alabé a Dios desde lo más profundo de mi corazón. Todo me parecía apartado de mí, menos Jesús y su gloria, y perdí la conciencia de cuanto ocurría en mi derredor. NBEW 42.3

El Espíritu de Dios se posó sobre mí con tal poder, que no pude volver a casa aquella noche. Al recobrar el conocimiento me hallé solícitamente atendida en casa de mi tío, donde nos habíamos reunido en oración. Ni mi tío ni su esposa tenían inquietudes religiosas, aunque el primero había profesado ser cristiano en un tiempo, pero luego había apostatado. Me dijeron que él se sintió muy perturbado mientras el poder de Dios reposaba sobre mí de aquella manera tan especial, y que había estado paseándose de acá para allá, muy conmovido y angustiado mentalmente. NBEW 42.4

Cuando yo fui derribada al suelo, algunos de los concurrentes se alarmaron, y estuvieron por correr en busca de un médico, pues pensaron que me había atacado de repente alguna peligrosa indisposición; pero mi madre les pidió que me dejasen, porque para ella y para los demás cristianos experimentados era claro que el poder admirable de Dios era lo que me había postrado. Cuando volví a casa, al día siguiente, mi ánimo estaba muy cambiado. Me parecía imposible que yo fuese la misma persona que había salido de casa de mi padre la tarde anterior. Continuamente me acordaba de este pasaje: “Jehová es mi pastor; nada me faltará”. Salmos 23:1. Mi corazón rebosaba de felicidad al repetir estas palabras. NBEW 43.1