Notas biográficas de Elena G. de White

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Simpatía y amistosos consejos

Entonces le confié a mi madre las tristezas y perplejidades que experimentaba. Ella tiernamente simpatizó conmigo y me alentó diciéndome que pidiera consejo al pastor Stockman, quien a la sazón predicaba en Portland la doctrina adventista. Yo tenía mucha confianza en él, porque era un devoto siervo de Cristo. Al oír mi historia, él puso afectuosamente la mano sobre mi cabeza y dijo, con lágrimas en los ojos: “Elena, tú no eres sino una niña. Tu experiencia es muy singular en una persona de tan poca edad. Jesús debe estar preparándote para alguna obra especial”. NBEW 40.3

Luego me dijo que, aunque fuese yo una persona de edad madura y me viese acosada por la duda y la desesperación, me diría que sabía de cierto que, por el amor de Jesús, había esperanza para mí. La misma agonía mental era una evidencia positiva de que el Espíritu de Dios contendía conmigo. Dijo que cuando el pecador se endurece en sus culpas no se da cuenta de la enormidad de su transgresión, sino que se lisonjea con la idea de que anda más o menos bien, y que no corre peligro especial alguno. Entonces el Espíritu del Señor lo abandona, y lo deja asumir una actitud de negligencia e indiferencia o de temerario desafío. Este señor bondadoso me habló del amor de Dios para con sus hijos extraviados, y me explicó que él, en vez de complacerse en la ruina de ellos, anhelaba atraerlos a sí con una fe y una confianza sencillas. Insistió en el gran amor de Cristo y en el plan de la redención. NBEW 41.1

El pastor Stockman habló del infortunio de mi niñez, y dijo que era de veras una grave aflicción, pero me invitó a creer que la mano de nuestro amante Padre no me había desamparado; que en lo futuro, una vez desvanecidas las neblinas que oscurecían mi ánimo, discerniría yo la sabiduría de la providencia que me parecía tan cruel y misteriosa. Jesús dijo a sus discípulos: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después”. Juan 13:7. Porque en la incomparable vida venidera ya no veremos oscuramente como en un espejo, sino que contemplaremos cara a cara los misterios del amor divino. NBEW 41.2

“Ve en paz, Elena—me dijo—; vuelve a casa confiada en Jesús, pues él no privará de su amor a nadie que lo busque verdaderamente”. NBEW 41.3

Después oró fervientemente por mí, y me pareció que Dios seguramente escucharía las oraciones de su santo varón, aunque desoyera mis humildes peticiones. Yo quedé mucho más consolada, y se desvaneció la maligna esclavitud del temor y de la duda al oír los prudentes y cariñosos consejos de aquel maestro de Israel. Salí de la entrevista con él animada y fortalecida. NBEW 41.4

Durante los pocos minutos en que recibí instrucciones del pastor Stockman aprendí más del amor y la compasiva ternura de Dios que en todos los sermones y exhortaciones que había oído antes. NBEW 42.1