Notas biográficas de Elena G. de White

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Capítulo 41—La muerte del pastor Jaime White

A pesar de las labores, los cuidados y las responsabilidades que llenaban la vida de mi esposo, su sexagésimo año lo encontró activo y vigoroso de mente y de cuerpo. Tres veces había caído bajo el golpe de la parálisis; y sin embargo, por la bendición de Dios, gracias a una constitución naturalmente fuerte, y a la atención estricta de las leyes de la salud, pudo regresar a la actividad. De nuevo viajó, predicó y escribió con su celo y energía acostumbrados. Habíamos trabajado lado a lado en la causa de Cristo por treinta y cinco años; y esperábamos permanecer juntos para presenciar la finalización triunfante de la obra. Pero tal no fue la voluntad de Dios. El protector elegido de mi juventud, el compañero de mi vida, el copartícipe de mis labores y aflicciones, fue arrebatado de mi lado, y fui dejada sola para terminar mi obra y para continuar peleando la batalla. NBEW 273.1

La primavera y la primera parte del verano de 1881 las pasamos juntos en nuestro hogar de Battle Creek. Mi esposo esperaba arreglar sus asuntos de tal manera que pudiéramos ir a la costa del Pacífico y dedicarnos a escribir. El creía haber hecho un error al permitir que las aparentes necesidades de la causa y los pedidos de nuestros hermanos nos urgieran a realizar un trabajo activo en la predicación cuando debiéramos haber estado escribiendo. Mi esposo quería presentar en forma más plena el tema glorioso de la redención, y por años yo había contemplado el plan de preparar libros importantes. Ambos sentíamos que mientras nuestras facultades mentales estuvieran vigorosas debíamos completar esos libros; que era un deber que teníamos, con nosotros mismos y con la causa de Dios, el descansar del ardor de la batalla y dar a nuestro pueblo la luz preciosa de la verdad que Dios había abierto ante nuestras mentes. NBEW 273.2

Algunas semanas antes de la muerte de mi esposo, yo le hablé con insistencia de la importancia de buscar un campo de trabajo en que nos viéramos libres de las cargas que necesariamente caían sobre nosotros estando en Battle Creek. En respuesta, él habló acerca de varios asuntos que requerían nuestra atención antes de poder partir: deberes que nos correspondían. Entonces, con un profundo sentimiento preguntó: “¿Dónde están los hombres para hacer esta obra? ¿Dónde están aquellos que tengan un interés abnegado en nuestras instituciones, y que se mantengan de parte de lo recto, sin dejarse afectar por ninguna influencia que puedan sentir?” NBEW 274.1

Con lágrimas expresó su ansiedad por nuestras instituciones de Battle Creek. Dijo él: “Mi vida la he dado para la edificación de estas instituciones. El dejarlas ahora es como la muerte. Ellas son mis hijos, y no puedo separar mis intereses de ellas. Estas instituciones son los instrumentos del Señor para hacer una obra específica. Satanás trata de estorbar y anular todos los medios por los cuales el Señor está trabajando por la salvación de los hombres. Si el gran adversario pudiera dar a estas instituciones un molde de acuerdo con las normas del mundo, lograría su objeto. Mi mayor ansiedad consiste en encontrar al mejor hombre para desempeñar cada tarea. Si en puestos de responsabilidad hay personas moralmente débiles, vacilantes en sus principios, e inclinadas a desviarse hacia el mundo, siempre habrá quienes se dejarán descarriar. No deben prevalecer las influencias perversas. Antes preferiría morir que vivir para ver a estas instituciones mal dirigidas, o desviadas del propósito por el cual fueron traídas a la existencia. NBEW 274.2

“En mis relaciones con la causa he estado por largo tiempo conectado muy estrechamente con la obra de publicaciones. Tres veces he caído, herido por la parálisis, debido a mi devoción a esta rama de la causa. Ahora que Dios me ha renovado fuerza física y mental, siento que puedo servir a su causa como nunca antes. Debo ver prosperar la obra de publicaciones. Está entretejida en mi propia existencia. Si olvido los intereses de esta obra, pierdo toda mi capacidad”. NBEW 275.1

Teníamos un compromiso para asistir a un congreso campestre en Charlotte, el sábado y el domingo 23 y 24 de julio. Decidimos viajar en carruaje privado. En el camino, mi esposo parecía alegre, y sin embargo un sentimiento de solemnidad descansaba sobre él. Repetidamente alababa a Dios por su misericordia y por las bendiciones recibidas, y expresaba libremente sus propios sentimientos concernientes al pasado y al futuro: “El Señor es bueno, digno de ser alabado. El es una ayuda presente en tiempo de necesidad. El futuro parece ser nublado e incierto, pero el Señor no quiere que nos aflijamos acerca de estas cosas. Cuando vengan las pruebas, él nos dará la gracia para soportarlas. Lo que el Señor ha sido para nosotros, y lo que él ha hecho por nosotros, debe hacernos sentir tan agradecidos que nunca murmuremos ni nos quejemos. NBEW 275.2

“Me ha parecido duro que se juzgaran mal mis motivos, y que mis mejores esfuerzos para ayudar, animar y fortalecer a mis hermanos, una y otra vez se hayan usado contra mí. Pero debía haber recordado a Jesús y sus chascos. Su alma fue agraviada al no ser apreciado por aquellos por quienes había venido a bendecir. Debía haberme espaciado en la misericordia y la bondad de Dios, alabándolo más, y quejándome menos de la ingratitud de mis hermanos. Si alguna vez hubiera dejado todas mis perplejidades con el Señor, pensando menos en lo que otros decían y hacían contra mí, habría tenido más paz y gozo. Ahora trataré de guardarme para no ofender ni de palabra ni con acciones, y luego trataré de ayudar a mis hermanos a dar pasos en la dirección correcta. No me detendré a lamentar ningún mal que se me haya hecho. He esperado de los hombres más de lo que debía. Amo a Dios y a su obra, y amo también a mis hermanos”. NBEW 275.3

Poco me imaginaba yo, mientras viajábamos, que éste había de ser el último viaje que haríamos juntos. El tiempo cambió repentinamente de un calor opresivo a un frío cortante. Mi esposo tomó frío, pero pensó que su salud era tan buena que no recibiría daño permanente. Trabajó en las reuniones que se realizaron en Charlotte, presentando la verdad con gran claridad y poder. Habló del placer que sentía de dirigirse a hermanos que manifestaban un interés tan profundo en los temas más queridos para él. “El Señor ciertamente ha refrigerado mi alma—dijo él—mientras he estado compartiendo con otros el pan de vida. Desde todas partes de Míchigan los hermanos están pidiendo ansiosamente que los ayudemos. ¡Cómo anhelo consolar, animar y fortalecer a los hermanos en las preciosas verdades aplicables a este tiempo!” NBEW 276.1

A nuestro regreso a casa, mi esposo se quejó de una ligera indisposición, y sin embargo se entregó a su trabajo como de costumbre. Cada mañana íbamos al bosquecillo cercano a nuestra casa, y nos uníamos en oración. Estábamos ansiosos por conocer nuestro deber. Constantemente llegaban cartas desde diferentes lugares, instándonos a asistir a congresos campestres. A pesar de nuestra determinación de dedicarnos a escribir, era difícil rechazar el reunirnos con nuestros hermanos en estas asambleas importantes. Con fervor rogábamos recibir sabiduría para conocer cuál era el proceder más correcto. NBEW 276.2

El sábado de mañana, como de costumbre, fuimos al bosquecillo, y mi esposo oró con todo fervor tres veces. No parecía dispuesto a cesar de interceder delante de Dios por una dirección y una bendición especiales. Sus oraciones fueron oídas, y recibimos paz y luz en nuestros corazones. El alabó a Dios y dijo: “Ahora le entrego todo a Jesús. Siento una paz dulce y celestial, una seguridad de que el Señor nos mostrará nuestro deber, porque nosotros deseamos hacer su voluntad”. Me acompañó al Tabernáculo [la iglesia adventista de Battle Creek], e inició los servicios con canto y oración. Era la última vez que había de ponerse en pie a mi lado en el púlpito. NBEW 277.1

El lunes siguiente comenzó a sufrir severos escalofríos, y al día siguiente también yo fui atacada. Fuimos llevados juntos al sanatorio para recibir tratamiento. El médico entonces me informó que mi esposo tenía la tendencia a dormirse y que estaba en peligro. En seguida me llevaron a su cuarto, y tan pronto como observé su rostro me di cuenta de que se estaba muriendo. Traté de despertarlo. El entendía todo lo que se le decía, y respondía a todas las preguntas que podían ser contestadas con sí o con no, pero parecía que era imposible que pudiera decir nada más. Cuando le dije que yo creía que se estaba muriendo, no manifestó ninguna sorpresa. Le pregunté si Jesús era precioso para él. Dijo: “Sí, oh sí”. “¿No tienes deseos de vivir?”, le pregunté entonces. El contestó: “No”. Entonces nos arrodillamos junto a su cama, y oramos por él. Una expresión de paz descansaba en su rostro. Le dije: “Jesús te ama. Debajo de ti están sus brazos eternos”. Contestó: “Sí, sí”. NBEW 277.2

El Hno. Smith y otros hermanos oraron entonces en torno a su cama, y se retiraron para pasar gran parte de la noche en oración. Mi esposo dijo que no sentía ningún dolor; pero evidentemente estaba decayendo con rapidez. El Dr. Kellogg y sus ayudantes hicieron todo lo que estaba a su alcance para arrebatarlo de la muerte. Revivió con lentitud, pero continuó muy débil. NBEW 278.1

A la mañana siguiente pareció revivir débilmente, pero cerca del mediodía tuvo unos escalofríos que lo dejaron inconsciente. A las cinco de la tarde del sábado 6 de agosto de 1881, en forma reposada, exhaló el último suspiro, sin lucha ni gemido alguno. NBEW 278.2

El choque de la muerte de mi esposo—tan repentino, tan inesperado—cayó encima de mí como un peso aplastador. En mi condición débil había reunido todas mis fuerzas para permanecer junto a su cama hasta el final; pero cuando vi sus ojos cerrados en la muerte, la naturaleza exhausta cedió y quedé completamente postrada. Por algún tiempo estuve oscilando entre la vida y la muerte. La llama vital ardía en forma tan baja que un soplo podía extinguirla. De noche mi pulso se debilitaba, y respiraba en forma más y más débil hasta que mi respiración parecía cesar. Sólo por la bendición de Dios y los cuidados ininterrumpidos del médico y sus ayudantes mi vida fue preservada. NBEW 278.3

Aunque no me había levantado de mi lecho de enferma después de la muerte de mi esposo, fui llevada al Tabernáculo el sábado siguiente para asistir a su funeral. Al final del sermón sentí mi deber de testificar del valor de la esperanza cristiana en la hora de dolor y aflicción. Al levantarme, me fueron dadas fuerzas, y hablé unos diez minutos, exaltando la misericordia y el amor de Dios ante aquella nutrida asamblea. Al final del servicio seguí a mi esposo al cementerio de Oak Hill, donde fue puesto a descansar hasta la mañana de la resurrección. NBEW 278.4

Mi fuerza física había sido postrada por el golpe, y sin embargo el poder de la gracia divina me sostuvo en mi gran aflicción. Cuando vi a mi esposo exhalar el último suspiro, sentí que Jesús era más precioso para mí que en ningún momento anterior de mi vida. Cuando estaba de pie junto a mi primogénito, y le cerré los ojos, pude decir: “El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. Y sentí entonces que tenía un consolador en Jesús. Y cuando mi último hijo fue arrebatado de mis brazos, y no podía ver más su cabecita sobre la almohada a mi lado, pude decir: “El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. Y cuando aquel sobre el cual se habían apoyado mis grandes afectos, aquel con quien había trabajado por 35 años, me fue arrebatado, pude poner mis manos sobre sus ojos y decir: “Te encomiendo mi tesoro, oh Señor, hasta la mañana de la resurrección”. NBEW 279.1

Cuando lo vi morirse, y vi a muchos amigos simpatizando conmigo, pensé: ¡Qué contraste con la muerte de Jesús cuando él colgaba de la cruz! ¡Qué contraste! En la hora de su agonía, los burladores se mofaban de él y lo ridiculizaban. Pero él murió, y pasó por la tumba para alegrarla, para hacerla más liviana, para que tuviéramos gozo y esperanza aun en ocasión de la muerte; para que pudiéramos decir, al poner a nuestros amigos a descansar en Jesús: “Nos volveremos a ver”. NBEW 279.2

A veces me parecía que no podría soportar la muerte de mi esposo. Pero estas palabras parecían impresionar mi mente: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Salmos 46:10. Siento hondamente la pérdida, pero no me atrevo a entregarme a una congoja inútil. Esto no traería de regreso al muerto. Y no soy tan egoísta que, aunque pudiera hacerlo, lo sacara de su pacífico sueño para que de nuevo se empeñara en las batallas de la vida. Como un cansado guerrero, se acostó a descansar. Miraré con placer su lugar de reposo. La mejor manera en que yo y mis hijos podemos honrar la memoria del que ha caído es asumir la obra que él dejó y, con el poder de Jesús, llevarla hasta su terminación. Estaremos agradecidos por los años de utilidad que se nos han concedido; y por causa de mi esposo, y por causa de Cristo, aprenderemos de su muerte una lección que nunca olvidaremos. Permitiremos que esta aflicción nos haga más bondadosos y amables, más tolerantes, pacientes y considerados hacia los que viven. NBEW 280.1

Asumo la tarea de mi vida sola, con la plena confianza de que mi Redentor estará conmigo. Tendremos tan sólo un corto momento para proseguir la lucha; entonces Cristo vendrá, y esta escena de conflicto terminará. Entonces habremos realizado nuestros últimos esfuerzos para trabajar con Cristo y hacer progresar su reino. Algunos que han estado en el frente de batalla, resistiendo celosamente al enemigo que avanzaba, caen en el puesto del deber. Los vivos observan con lágrimas a los héroes caídos, pero no es tiempo de cesar en la obra. Ellos deben cerrar filas, tomar el estandarte de la mano paralizada por la muerte, y con energía renovada vindicar la verdad y el honor de Cristo. NBEW 280.2

Como nunca antes debe hacerse una decidida resistencia contra el pecado, contra los poderes de las tinieblas. El tiempo exige una actividad enérgica y determinada de parte de los que creen en la verdad presente. Si parece largo el tiempo de espera hasta que venga nuestro Libertador; si, doblegados por la aflicción y gastados por el trabajo, nos mostramos impacientes para recibir un retiro honorable de la guerra, recordemos—y que este recuerdo ahogue todo murmullo—que quedamos en la tierra para encontrar tormentas y conflictos, para perfeccionar un carácter cristiano, para familiarizarnos mejor con Dios nuestro Padre y con Cristo nuestro Hermano mayor, y para hacer la obra del Maestro en la salvación de muchas almas para Cristo. “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”. Daniel 12:3. NBEW 281.1