Notas biográficas de Elena G. de White

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El viaje

En compañía de una amiga y del pastor J. N. Loughborough, salí de San Francisco en la tarde del 10 de junio de 1878, a bordo del Oregon. El capitán Conner, que estaba a cargo de este espléndido barco, era muy atento con los pasajeros. Al pasar por el Golden Gate y salir al amplio océano, el mar estaba muy picado. El viento soplaba en contra de nosotros, y el buque comenzó a inclinarse peligrosamente, mientras el océano era azotado por la furia del viento. Observé el cielo nublado, las rugientes olas que alcanzaban la altura de montañas, y las gotas de agua que reflejaban los colores del arco iris. El espectáculo era terriblemente grandioso, y yo me sentí llena de pavor mientras contemplaba los misterios del abismo, terrible en su furia. Había una tremenda belleza en la elevación de aquellas orgullosas olas rugientes, que luego caían en sollozos de congoja. Podía ver la exhibición del poder de Dios en el movimiento de las aguas inquietas, que gemían bajo la acción de los vientos inmisericordes, los cuales arrojaban las olas hacia la altura como si fuera en convulsiones de agonía. NBEW 252.3

Al observar las ondas espumosas y gimientes recordé la escena de la vida de Cristo cuando los discípulos, en obediencia al mandato de su Maestro, fueron al extremo más lejano del mar. NBEW 253.1

Cuando casi todos se habían retirado a sus camarotes, yo continuaba sobre la cubierta. El capitán me había provisto de una silla de cubierta, y de frazadas para protección contra el aire helado. Yo sabía que si iba a la cabina me marearía. Llegó la noche, la oscuridad cubrió el mar, y las olas furibundas hacían inclinar la embarcación en forma terrible. Este gran buque era una mera astilla sobre las inclementes aguas; pero estaba guardado y protegido en su camino por los ángeles celestiales, comisionados por Dios para cumplir sus mandatos. Si no hubiera sido por esto, habríamos sido tragados en un momento, de manera que no hubiera quedado ni rastro de ese espléndido barco. Pero el Dios que alimenta a los cuervos, que sabe el número de los cabellos de nuestra cabeza, no nos olvida. NBEW 253.2

La última noche que estuvimos en el barco sentí la mayor gratitud a mi Padre celestial. Aprendí una lección que nunca olvidaré. Dios había hablado a mi corazón en la tormenta y en las olas, y en la calma que siguió después. ¿Y no lo adoraremos? ¿Opondrá el hombre su voluntad a la voluntad de Dios? ¿Seremos desobedientes a los mandamientos de un Gobernante tan poderoso? ¿Contenderemos con el Altísimo, que es la fuente de todo poder, y de cuyo corazón fluye amor y bendición infinitos hacia las criaturas, objeto de su cuidado? NBEW 253.3