Mente, Cáracter y Personalidad 1

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Capítulo 10—Comprensión

Una obra que exige discernimiento y discriminación—Tratar con las mentes es la obra más delicda y más difícil alguna vez encomendada a los mortales. Los que se ocupan en esta obra debieran tener un claro discernimiento y un buen poder de discriminación. 1MCP89 79.1

La verdadera independencia de la mente es un elemento enteramente diferente de la imprudencia. Esa cualidad de independencia que conduce a una opinión cautelosa, deliberada y con oración no debería ser cedida fácilmente, no hasta que la evidencia es lo suficientemente fuerte como para asegurarnos que estamos equivocados. Esta independencia mantendrá la mente en calma e inmutable en medio de los múltiples errores que prevalecen, y conducirá, a los que ocupan puestos de responsabilidad, a considerar cuidadosamente todos los aspectos de la evidencia y a no ser desviados por la influencia de otros, o por el ambiente, o a formular a conclusiones sin un conocimiento inteligente y completo de todas las circunstancias.—Testimonies for the Church 3:104, 105 (1872). 1MCP89 79.2

Una tarea agotadora—Ya que el hombre costó tanto al cielo, el precio del amado Hijo de Dios, cuán cuidadosos deberían ser los ministros, los maestros y los padres al tratar con las almas de quienes están bajo su influencia. Tratar con las mentes es una obra delicada, y se la debería realizar con temor y temblor. 1MCP89 79.3

Los educadores de la juventud deberían mantener un perfecto autocontrol. Destruir la influencia de uno sobre un alma humana por la impaciencia, o a fin de mantener una dignidad y supremacía indebidas, es un error terrible, pues puede ser el medio de perder esa alma para Cristo. Las mentes de los jóvenes puede llegar a estar tan deformada por una administración no juiciosa que el daño hecho nunca pueda ser totalmente reparado. La religión de Cristo debiera tener una influencia controladora sobre la educación y el adiestramiento de los jóvenes. 1MCP89 80.1

El ejemplo de abnegación, bondad universal y paciente amor del Salvador es una reprensión para los ministros y maestros impacientes. El pregunta a estos instructores impetuosos: “¿Es esta la forma en que tratas a las almas de aquellos por quienes di mi vida? ¿No aprecias más que esto el precio infinito que pagué por su redención?”—Testimonies for the Church 4:419 (1880). 1MCP89 80.2

El médico encuentra toda clase de mentes—El Dr. _____ debería procurar añadir algo diariamente a su bagaje de conocimientos y cultivar la cortesía y el refinamiento de sus modales... Debería recordar que está asociado con toda clase de mentes y que las impresiones que produzca se extenderán a otros estados y perjudicarán al Instituto [el Sanatorio de Battle Creek].—Testimonies for the Church 3:183, 184 (1872). 1MCP89 80.3

Se necesitan paciencia y sabiduría—Los predicadores deben tener cuidado de no esperar demasiado de los que están andando a tientas en las tinieblas del error. Deben hacer bien su obra, confiando en que Dios impartirá a las mentes indagadoras la influencia misteriosa y vivificadora de su Espíritu Santo, sabiendo que sin esto sus labores no tendrán éxito. Deben ser pacientes y sabios para tratar con las mentes, recordando cuán múltiples son las circunstancias que han desarrollado tales rasgos diferentes en los individuos. Deben vigilarse constantemente para que el yo no obtenga la supremacía, y Jesús sea dejado afuera.—Obreros Evangélicos, 395 (1915). 1MCP89 80.4

El amor de Cristo se abre paso—Sólo Aquel que lee en el corazón sabe llevar a los hombres al arrepentimiento. Sólo su sabiduría nos proporcionará éxito en alcanzar a los perdidos. Podéis erguiros, imaginándoos ser más santos que ellos, y por acertado que sea vuestro razonamiento o veraz vuestra palabra, no conmoverán los corazones. El amor de Cristo, manifestado en palabras y obras, se abrirá camino hasta el alma, cuando de nada valdría la reiteración de preceptos y argumentos.—El Ministerio de Curación, 121 (1905). 1MCP89 81.1

Con compasión y amor—No todos están preparados para corregir a los que yerran. No tienen sabiduría para tratar con justicia a la vez que con amante misericordia. No se inclinan a ver la necesidad de mezclar el amor y la tierna compasión con las reprensiones justas. Algunos son siempre innecesariamente severos y no sienten la necesidad de escuchar el mandato del apóstol: “Tengan compasión de los que dudan. A unos sálvenlos sacándolos del fuego” (Judas 22, 23, versión Dios habla hoy).—Testimonies for the Church 3:269, 270 (1873). 1MCP89 81.2

Un hombre apasionado no debe tratar con las mentes—La carencia de una fe firme y de discernimiento en las cosas sagradas debieran ser causas suficientes para separar a cualquier hombre de la obra de Dios. De la misma manera, el ceder al mal genio, el espíritu rudo y dominador, ponen de manifiesto que quien los posee no debe ser puesto donde tenga que decidir asuntos importantes que afectan la heredad de Dios. Un hombre apasionado no debiera tener trato alguno con las mentes humanas. No se le puede confiar la atención de asuntos que se relacionan con los que Cristo compró a un precio infinito. Si se pone a dirigir hombres, herirá y magullará sus almas; porque carece del toque refinado y la delicada sensibilidad que imparte la gracia de Cristo. Su propio corazón necesita ser enternecido, subyugado por el Espíritu de Dios; el corazón de piedra no se ha transformado en corazón de carne.—Testimonios para los Ministros, 261 (1896). 1MCP89 81.3

Cualidades necesarias para comprender las mentes (consejos a un colportor)—Hay más dificultades en esta obra que en algunos otros ramos comerciales; pero las lecciones aprendidas, el tacto y la disciplina, os capacitarán para otros campos de utilidad, donde podréis ministrar en favor de las almas. Los que aprenden en forma muy pobre las lecciones y son descuidados y bruscos al acercarse a las personas, manifestarán la misma falta de tacto y habilidad al tratar con las mentes, si entraran en el ministerio...—El Colportor Evangélico, 52 (1902). 1MCP89 82.1

Afrontar los impulsos, la impaciencia, el orgullo y la estima propia—El tratar con las mentes humanas es la obra más delicada que se haya confiado alguna vez a los mortales, y los maestros necesitan constantemente la ayuda del Espíritu de Dios para poder hacer correctamente su trabajo. Entre los jóvenes que asisten a la escuela se encontrará una gran diversidad de caracteres y educación. El maestro hará frente a los impulsos, la impaciencia, el orgullo, el egoísmo, y la estima propia desmedida. Algunos de los jóvenes han vivido en un ambiente de restricción arbitraria y dureza, que ha desarrollado en ellos un espíritu de obstinación y desafío. Otros han sido mimados, y sus padres, excediéndose en sus afectos, les han permitido seguir sus propias inclinaciones. Han disculpado sus defectos hasta deformarles el carácter.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 251; 203 (1913). 1MCP89 82.2

Se necesitan paciencia, tacto y sabiduría—Para tratar con éxito con estas diversas mentes, el maestro necesita ejercitar mucho tacto y delicadeza en su dirección, al mismo tiempo que firmeza en el gobierno. Con frecuencia, se manifestará desagrado y hasta desprecio por los reglamentos debidos. Algunos ejercitarán su ingenio para evitar las penalidades, mientras que otros ostentarán una temeraria indiferencia para con las consecuencias de la transgresión. Todo esto exigirá paciencia, tolerancia y sabiduría de parte de aquellos a quienes se ha confiado la educación de estos jóvenes.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 251; 203 (1913). 1MCP89 82.3

Una conducta que puede dejar cicatrices y heridas irreparables—Un maestro puede tener suficiente educación y conocimiento en las ciencias para instruir, pero ¿se ha averiguado si tiene tacto y sabiduría para tratar con las mentes humanas? Si los instructores no tienen el amor de Cristo en su corazón, no son idóneos para llevar las graves responsabilidades confiadas a quienes educan a los jóvenes. Careciendo ellos mismos de la educación superior, no saben tratar con las mentes humanas. Su propio corazón insubordinado procura dominar; el sujetar a una disciplina tal el carácter y la mente plástica de los niños es dejar sobre ésta cicatrices y magulladuras que nunca se eliminarán.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 185; 149 (1913). 1MCP89 83.1

Se requiere el discernimiento más sutil—El Señor me ha mostrado, de muchas maneras y en diversas ocasiones, cuán cuidadosamente debemos obrar con los jóvenes,—que se requiere el discernimiento más sutil para tratar con las mentes. Todo aquel que tenga algo que ver con la educación y preparación de los jóvenes, necesita vivir muy cerca del gran Maestro, para participar de su Espíritu y manera de trabajar. Tiene que dar lecciones que afecten el carácter y la obra de toda la vida de aquellos a quienes instruye.—Obreros Evangélicos, 348 (1915). 1MCP89 83.2

El elemento personal es esencial—En toda enseñanza verdadera, es esencial la relación personal. Al enseñar, Cristo trató individualmente con los hombres. Educó a los doce por medio del trato y la asociación personales. Sus más preciosas instrucciones fueron dadas en privado, y con frecuencia a un solo oyente. Reveló sus más ricos tesoros al honorable rabino en la entrevista nocturna celebrada en el Monte de los Olivos, y a la mujer despreciada, junto al pozo de Sicar, porque en esos oyentes percibió un corazón sensible, una mente abierta, un espíritu receptivo. Ni siquiera la muchedumbre que con tanta frecuencia seguía sus pasos era para Cristo una masa confusa de seres humanos. Hablaba y exhortaba en forma directa a cada mente y se dirigía a cada corazón. Observaba los rostros de sus oyentes, veía cuando se iluminaban, notaba la mirada rápida y de comprensión que revelaba el hecho de que la verdad había llegado al alma, y su corazón vibraba en respuesta con gozosa simpatía.—La Educación, 231 (1903). 1MCP89 83.3

El exceso de trabajo incapacita para tratar con otros—Los maestros mismos deberían prestar atención a las leyes de la salud, a fin de conservar sus propios poderes en las mejores condiciones posibles, y por ejemplo así como por precepto puedan ejercer una influencia correcta sobre sus alumnos. El maestro cuya capacidad física ya está debilitada por la enfermedad o el exceso de trabajo debería prestar especial atención a las leyes de la vida. Debería tomarse tiempo para la recreación. No debería cargar sobre sí mismo responsabilidades adicionales a su trabajo escolar, las cuales lo abrumarán física o mentalmente tanto su sistema nervioso que se desequilibra; porque en este caso se incapacita para tratar con las mentes y no puede hacer justicia a sí mismo o a sus alumnos.—Fundamentals of Christian Education, 147 (1890). 1MCP89 84.1

Comprender las diferentes necesidades—Se me mostró que los médicos en nuestro Instituto deberían ser hombres y mujeres de fe y espiritualidad. Deberían poner en Dios su confianza. Hay muchos que vienen al Instituto que se provocaron enfermedades de casi todo tipo por su complacencia pecaminosa. 1MCP89 84.2

Esta clase de personas no merece la simpatía que con frecuencia requieren. Y resulta penoso que los médicos dediquen tiempo y esfuerzos a estas personas, degradadas física, mental y moralmente. 1MCP89 84.3

Pero hay un grupo de personas que vivieron en violación de las leyes naturales por ignorancia. Trabajaron y comieron en forma intemperante porque tal era la costumbre. Algunos sufrieron mucho a mano de muchos médicos pero no mejoraron sino que indudablemente empeoraron. Al fin son arrancados de sus tareas, y de la sociedad, de sus familiares; y como último recurso vienen al Instituto con una débil esperanza de que puedan encontrar alivio. 1MCP89 85.1

Estas personas necesitan simpatía. Deberían ser tratadas con la mayor ternura, y debiera cuidarse de que comprendan con claridad las leyes de su ser, para que puedan, al cesar de violarlas y al dominarse evitar el sufrimiento y la enfermedad—el castigo por violar las leyes de la naturaleza.—Testimonies for the Church 3:178 (1872). 1MCP89 85.2

No debe decirse la verdad en todo momento—Pero pocos de los que actúan en la sociedad del mundo, y que consideran las cosas desde el punto de vista del mundano, están preparados para escuchar una presentación de la realidad con respecto a sí mismos. Aun la verdad no debe ser presentada en todo momento. Hay un tiempo y una oportunidad apropiados para hablar cuando las palabras no ofenderán. Los médicos no deberían estar con exceso de trabajo y con sus sistemas nerviosos debilitados, pues esta condición del cuerpo no favorece una mente calmada, nervios serenos y un espíritu alegre y jovial.—Testimonies for the Church 3:182 (1872). 1MCP89 85.3

Cristo comprende—El que se humanó sabe simpatizar con los padecimientos de la humanidad. No sólo conoce Cristo a cada alma, así como sus necesidades y pruebas particulares, sino que conoce todas las circunstancias que irritan el espíritu y lo dejan perplejo. Tiende su mano con tierna compasión a todo hijo de Dios que sufre. Los que más padecen reciben mayor medida de su simpatía y compasión. Le conmueven nuestros achaques y desea que depongamos a sus pies nuestras congojas y nuestros dolores, y que allí los dejemos.—El Ministerio de Curación, 192, 193 (1905). 1MCP89 85.4

La comprensión produce una relación más estrecha con Cristo—Las buenas obras son el fruto que Cristo requiere que llevemos—palabras bondadosas; actos de bondad, de tierna compasión por los pobres, los necesitados, los afligidos. Cuando los corazones simpatizan con los corazones cargados de desánimo y angustia, cuando la mano reparte a los necesitados, cuando se viste a los desnudos, cuando se invita a un extraño a descansar en la sala y se le da un lugar en su corazón, los ángeles llegan a estar muy cerca, y un acorde responde en el cielo. 1MCP89 86.1

Cada acto de justicia, misericordia y bondad produce melodías en el cielo. El Padre desde su trono contempla a quienes realizan estos actos de misericordia y los cuenta entre sus joyas más preciosas. “Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe”. Malaquías 3:17. Cada acto de misericordia hacia los necesitados y los sufrientes se considera como si fuera hecho a Jesús. Cuando usted socorre al pobre, simpatiza con el afligido y el oprimido y se hace amigo del huérfano, usted mismo se pone en una relación más estrecha con Jesús.—Testimonies for the Church 2:25 (1868). 1MCP89 86.2

Cristo pide ternura y compasión—La verdadera simpatía entre el hombre y sus semejantes ha de ser la señal que distingue a los que aman y temen a Dios de los que desconocen su ley. ¡Cuán grande es la simpatía que expresó Cristo al venir a este mundo para dar su vida como un sacrificio por un mundo agonizante! Su religión condujo a la realización de la auténtica obra médico misionera. El fue un poder sanador. “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Oseas 6:6), dijo. Esta es la prueba que el gran Autor de la verdad usó para distinguir entre la verdadera religión y la falsa. Dios quiere que sus misioneros médicos actúen con la ternura y compasión que Cristo mostraría si estuviera en nuestro mundo.—Medical Ministry, 251 (1893). 1MCP89 86.3

La suma de la felicidad de la vida—Un intelecto cultivado es un gran tesoro; pero sin la influencia suavizadora de la simpatía y el amor santificado no es del máximo valor. Deberíamos tener palabras y hechos de tierna consideración por los demás. Podemos manifestar mil pequeñas atenciones con palabras amables y miradas agradables, las cuales se reflejarán sobre nosotros. Por su descuido de los demás los cristianos desconsiderados manifiestan que no están en unión con Cristo. Es imposible estar en unión con Cristo y sin embargo mostrar falta de bondad hacia otros y olvidar sus derechos. Muchos desean ardientemente una simpatía amistosa. 1MCP89 87.1

Dios nos ha dado a cada uno una identidad propia, que no puede fundirse en la de otro; pero nuestras características individuales serán mucho menos prominentes si realmente somos de Cristo y su voluntad es la nuestra. Nuestras vidas deberían estar consagradas al bien y la felicidad de otros, como fue la del Salvador. Deberíamos olvidarnos de nosotros mismos, siempre buscando oportunidades—aun en cosas pequeñas—para mostrar gratitud por los favores que hemos recibido de otros y buscar oportunidades de alegrar a otros y aliviar sus tristezas y cargas con actos de tierna bondad y pequeños hechos de amor. Estas cortesías atentas que, comenzando con nuestras familias se extienden fuera de ese círculo, ayudan a producir la suma de la felicidad de la vida; y el descuido de estas cosas pequeñas produce la suma de la amargura y la tristeza de la vida.—Testimonies for the Church 3:539, 540 (1875). 1MCP89 87.2