La Historia de la Redención

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La eterna ley de Dios

La ley de Dios existía antes que el hombre fuera creado. Los ángeles estaban gobernados por ella. Satanás cayó porque transgredió los principios del gobierno del Señor. Después que Adán y Eva fueron creados, el Altísimo les dio a conocer su ley. No fue escrita entonces; pero Jehová la repitió en presencia de ellos. HR 148.1

El día de reposo del cuarto mandamiento fue instituido en el Edén. Después de haber hecho el mundo y haber creado al hombre sobre la tierra, hizo el sábado para el hombre. Después del pecado y la caída de Adán nada se eliminó de la ley de Dios. Los principios de los Diez Mandamientos existían antes de la caída y eran de tal naturaleza que se adecuaban a las condiciones de los seres santos. Después de la caída no se cambiaron los principios de esos preceptos, sino que se añadieron algunos tomando en cuenta la condición caída del hombre. HR 148.2

Se estableció un sistema que requería el sacrificio de animales, para mantener constantemente frente al hombre caído lo que la serpiente logró que Eva no creyera, es a saber, que la paga de la desobediencia es muerte. La transgresión de la ley de Dios hizo necesaria la muerte de Cristo como sacrificio, para que de esa manera fuera posible que el hombre se librara de ese castigo, y al mismo tiempo se preservara el honor de la ley de Dios. El sistema de sacrificios debía enseñar humildad al hombre, en vista de su condición caída, y debía conducirlo al arrepentimiento y a confiar sólo en el Señor para el perdón de sus pasadas transgresiones a su ley, por medio del prometido Redentor. Si la ley de Dios nunca hubiera sido traspasada nunca habría habido muerte, ni habría habido necesidad de preceptos adicionales para adaptarlos a la condición caída del hombre. HR 148.3

Adán enseñó la ley de Dios a sus descendientes, y ésta fue transmitida por los fieles a través de las generaciones sucesivas. La constante transgresión de la ley de Dios requirió el derramamiento de un diluvio sobre la tierra. La ley fue preservada por Noé y su familia que por obrar bien fueron salvados en el arca mediante un milagro de Dios. Noé enseñó los Diez Mandamientos a sus descendientes. El Señor preservó a un pueblo propio, a partir de Adán, en cuyo corazón estaba su ley. Dice que Abrahán “oyó... mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes”. Génesis 26:5. HR 149.1

El Señor se le apareció a Abrahán y le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera”. Génesis 17:1, 2. “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti”. Ver. 7. HR 149.2

Después requirió que Abrahán y su descendencia se circuncidaran, lo que era un círculo cortado en la carne, como señal de que Dios los había cortado y separado de todas las naciones para que constituyeran su tesoro especial. Mediante esa señal se comprometían solemnemente a no contraer matrimonio con personas provenientes de otras naciones, porque si lo hacían podían perder su reverencia por Dios y su santa ley, y llegarían a ser semejantes a los pueblos idólatras que los rodeaban. HR 149.3

Mediante el acto de la circuncisión aceptaban solemnemente cumplir su parte de las condiciones del pacto hecho con Abrahán, es a saber, mantenerse separados de todas las naciones y ser perfectos. Si los descendientes de Abrahán se hubieran mantenido separados de las otras naciones, no habrían caído en la idolatría. Al mantenerse separados de las otras naciones, la gran tentación de participar de sus costumbres pecaminosas y de revelarse contra Dios no hubiera existido para ellos. Perdieron en gran medida su carácter peculiar y santo al mezclarse con las naciones que los rodeaban. A fin de castigarlos, el Señor trajo hambre sobre la tierra, lo que los obligó a descender a Egipto para preservar su vida. Pero Dios no los olvidó mientras estaban en Egipto, por causa de su pacto con Abrahán. Permitió que fueran oprimidos por los egipcios para que se volvieran a él en su angustia, eligieran su gobierno justo y misericordioso, y obedecieran sus requerimientos. HR 150.1

Sólo unas pocas familias descendieron al principio a Egipto. Crecieron hasta convertirse en una gran multitud. Algunos fueron cuidadosos al instruir a sus hijos en la ley de Dios, pero muchos israelitas habían visto tanta idolatría que tenían ideas confusas acerca de la ley de Dios. Los que temían a Dios clamaban con angustia de espíritu para que se quebrantara el yugo de su gravosa esclavitud, y para que el Señor los sacara de la tierra de su cautiverio a fin de que pudieran servirlo libremente. Dios escuchó sus clamores y suscitó a Moisés como instrumento suyo para que llevara a cabo la liberación de su pueblo. Después de salir de Egipto, y de la división de las aguas del mar Rojo delante de ellos, el Señor los probó para ver si confiaban en el que los había sacado, una nación de otra nación, por medio de señales, tentaciones y maravillas. Pero no pudieron soportar la prueba. Murmuraron contra el Señor por las dificultades que encontraron en el camino, y manifestaron su deseo de regresar otra vez a Egipto. HR 150.2