La Historia de la Redención

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Se desata la tempestad

Pero al octavo día los cielos se oscurecieron. El rugido del trueno y el vívido resplandor de los relámpagos comenzaron a aterrorizar a hombres y animales. Desde las nubes la lluvia descendía sobre ellos. Era algo que no habían visto antes y sus corazones comenzaron a desfallecer de temor. Los animales iban de un lado al otro presas de salvaje terror, y sus alaridos discordantes parecían un lamento que preanunciaba su propio destino y la suerte de los hombres. La tormenta aumentó en violencia hasta que las aguas parecían descender del cielo como tremendas cataratas. Los ríos se salieron de madre y las aguas inundaron los valles. Los fundamentos del abismo también se rompieron. Chorros de agua surgían de la tierra con fuerza indescriptible, arrojando rocas macizas a cientos de metros de altura, para luego caer y sepultarse en las profundidades de la tierra. HR 68.4

La gente vio primero la destrucción de las obras de sus manos. Sus espléndidos edificios, sus jardines y huertas tan hermosamente arreglados, donde habían ubicado sus ídolos, fueron destruidos por rayos del cielo. Sus ruinas se esparcieron por todas partes. Habían erigido altares en los bosques, consagrados a sus imágenes, en los cuales habían ofrecido sacrificios humanos. Lo que Dios detestaba fue destruido ante ellos por la ira divina, y temblaron ante el poder del Dios viviente, Hacedor de los cielos y la tierra, y se les hizo saber que sus abominaciones y horribles sacrificios idolátricos habían acarreado su destrucción. HR 69.1

La violencia de la tormenta aumentó, y entre la furia de los elementos se escuchaban los lamentos de la gente que había despreciado la autoridad de Dios. Arboles, edificios, rocas y tierra salían disparados en todas direcciones. El terror de hombres y animales era indescriptible. El mismo Satanás, obligado a permanecer en medio de la furia de los elementos, temió por su vida. Se había deleitado al dirigir a esa raza tan poderosa, y quería que viviera para poner en práctica por medio de ella sus abominaciones, y aumentar su rebelión contra el Dios del cielo. Profería imprecaciones contra Dios acusándolo de injusticia y crueldad. Mucha gente, como Satanás, blasfemaba contra el Señor, y si hubieran podido llevar a cabo los propósitos de su rebelión, lo hubieran expulsado de su trono de justicia. HR 69.2

Mientras muchos blasfemaban y maldecían a su Creador, otros, con frenético temor, extendían las manos hacia el arca y rogaban que se los dejara entrar. Pero eso era imposible. Dios había cerrado la puerta, la única entrada, y dejó a Noé adentro y a los impíos afuera. Sólo él podía abrir la puerta. El temor y el arrepentimiento de esta gente se produjo demasiado tarde. Tuvieron que reconocer que había un Dios viviente más poderoso que el hombre, a quien habían desafiado y contra quien habían blasfemado. Lo invocaron fervorosamente, pero el oído divino estaba cerrado a sus clamores. Algunos, desesperados, trataron de entrar a la fuerza en el arca, pero esa firme estructura resistió todos sus embates. Otros se aferraron a ella hasta que los arrebató la furia de la corriente, o las rocas y los árboles que volaban en todas direcciones. HR 70.1

Los que habían despreciado las advertencias de Noé y habían ridiculizado al fiel predicador de la justicia, se arrepintieron demasiado tarde de su incredulidad. El arca se sacudía y se agitaba vigorosamente. Los animales que estaban dentro de ella expresaban mediante diferentes sonidos su temor descontrolado; sin embargo, en medio de la furia de los elementos, la elevación del nivel de las aguas y las violentas arremetidas de árboles y rocas, el arca avanzaba con seguridad. Algunos ángeles sumamente fuertes la guiaban y la protegían de todo peligro. Su preservación a cada instante de esa terrible tempestad de cuarenta días y cuarenta noches fue un milagro del Todopoderoso. HR 70.2

Los animales amenazados por la tempestad acudieron a los hombres, pues preferían estar cerca de los seres humanos, como si esperaran que ellos los auxiliaran. Algunos ataron a sus hijos a fuertes animales, e hicieron otro tanto consigo mismos, pues sabían que éstos lucharían por su vida, y treparían a las cumbres más altas para huir de las aguas que subían. La tempestad no moderó su furia, sin embargo; las aguas, en cambio, aumentaron de nivel más rápidamente que al principio. Algunos se ataron a altos árboles ubicados en las cumbres más elevadas de la tierra, pero éstos fueron desarraigados y lanzados con violencia por el aire como si alguien los hubiera arrojado con furia, junto con piedras y lodo, sobre las olas que avanzaban y bullían. Sobre esas cumbres seres humanos y bestias luchaban por conservar su posición, hasta que todos fueron arrojados a las espumosas aguas que casi llegaban a esos lugares. Por fin esas cimas fueron alcanzadas también, y los hombres y los animales que se hallaban allí perecieron por igual arrastrados por las aguas del diluvio. HR 71.1

Noé y su familia observaban ansiosamente el descenso de las aguas. El patriarca deseaba salir y pisar tierra firme nuevamente. Envió un cuervo que salió del arca y volvió. No recibió la información que deseaba, y entonces envió una paloma, la cual, al no encontrar donde posarse, regresó al arca. Después de siete días soltó de nuevo una paloma, y cuando vieron la rama de olivo en su pico, los ocho miembros de la familia se regocijaron mucho, pues habían estado por largo tiempo en el arca. HR 71.2

Nuevamente descendió un ángel y abrió la puerta. Noé podía sacar la parte superior, pero no podía abrir lo que Dios había cerrado. El Señor habló con Noé por medio del ángel que abrió la puerta, y ordenó a su familia que saliera del arca con todos los seres vivientes que había en ella. HR 72.1