La Historia de la Redención

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Capítulo 65—La coronación de Cristo

De nuevo apareció Cristo a la vista de sus enemigos. Por encima de la ciudad, sobre fundamentos de oro bruñido, había un trono alto y sublime. Sobre ese trono se sentó el Hijo de Dios, y a su alrededor estaban los súbditos de su reino. No hay lengua ni pluma que puedan describir el poder y la majestad de Cristo. La gloria del Padre eterno envolvía a su Hijo. El resplandor de su presencia invadía la ciudad de Dios y trasponía sus puertas, inundando toda la tierra con sus rayos. HR 441.1

Junto al trono estaban los que antes habían sido celosos promotores de la causa de Satanás pero que, rescatados como tizones arrebatados del incendio, habían seguido al Salvador con profunda e intensa devoción. Detrás estaban los que perfeccionaron caracteres cristianos en medio de la falsedad y la infidelidad, los que honraron la ley de Dios cuando el mundo cristiano la declaró nula, y los millones de todas las épocas que cayeron como mártires por causa de su fe. Y más atrás aún estaba la “gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas... estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos”. Apocalipsis 7:9. Su lucha había concluido, su victoria ya había sido lograda. Habían corrido la carrera y habían alcanzado el premio. La palma que tenían en la mano era el símbolo de su triunfo, la vestidura blanca era un emblema de la justicia inmaculada de Cristo, que entonces les pertenecía. HR 441.2

Los redimidos elevaron un himno de alabanza que sonó y resonó por la bóveda celeste: “La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero”. Los ángeles y los serafines unieron sus voces en adoración. Puesto que los redimidos habían experimentado el poder y la maldad de Satanás, se dieron cuenta, como nunca antes, que sólo el poder de Cristo podía darles la victoria. En toda esa resplandeciente multitud nadie se adjudicó la salvación a sí mismo, ni creyó que había triunfado gracias a su propio poder y su voluntad. Nada dijeron con respecto a lo que hicieron o sufrieron; por el contrario, el tema de cada cántico, la nota tónica de cada himno era: “La salvación pertenece a nuestro Dios... y al Cordero”. Apocalipsis 7:10. HR 442.1

Ante la presencia de los habitantes del cielo y la tierra reunidos, se llevó a cabo finalmente la coronación del Hijo de Dios. Y entonces, investido de majestad y poder supremos, el Rey de reyes pronunció su sentencia sobre los que se rebelaron contra su gobierno, y la ejecutó contra los que transgredieron su ley y oprimieron a su pueblo. El profeta de Dios dice: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Apocalipsis 20:11, 12. HR 442.2

Tan pronto como los libros fueron abiertos, y los ojos de Jesús contemplaron a los impíos, éstos fueron conscientes de cada pecado que alguna vez cometieron. Vieron con exactitud dónde se apartaron sus pies del camino de la pureza y la santidad, y cuán lejos los llevaron el orgullo y la rebelión en la violación de la ley de Dios. Las seductoras tentaciones que ellos alentaron por su complacencia con el pecado, las bendiciones pervertidas, las ondas de gracia rechazadas por el corazón obstinado e impenitente, todo apareció como si estuviera escrito con letras de fuego. HR 442.3