La Historia de la Redención

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Capítulo 64—La segunda resurrección

Entonces Jesús, acompañado de su comitiva de ángeles y de los santos redimidos, salió de la ciudad. Los ángeles rodearon a su Comandante y lo escoltaron durante el viaje, y el cortejo de los rescatados los seguía. Después, con terrible y pavorosa majestad, el Señor llamó a los impíos muertos, que resucitaron con los mismos cuerpos débiles y enfermizos con que habían descendido al sepulcro. ¡Qué espectáculo! ¡Qué escena! En la primera resurrección todos surgieron revestidos de inmortal lozanía, pero en la segunda se veían en todos los estigmas de la maldición. Los reyes y los nobles de la tierra, los ruines y los miserables, los eruditos y los ignorantes, todos resucitaron juntos. Todos contemplaron al Hijo del hombre; y los mismos que lo despreciaron y escarnecieron, los que ciñeron con corona de espinas su santa frente y lo golpearon con la caña, lo vieron entonces revestido de toda su regia majestad. Los que le escupieron el rostro en ocasión de su juicio rehuyeron entonces su penetrante mirada y el resplandor de su semblante. Los que traspasaron con clavos sus manos y sus pies vieron en ese momento las marcas de la crucifixión. Los que introdujeron la lanza en su costado vieron en su cuerpo la señal de su crueldad. Y sabían que era el mismo a quien ellos crucificaron y escarnecieron durante su agonía. Se escuchó entonces un prolongado gemido de angustia, cuando huyeron a esconderse de la presencia del Rey de reyes y Señor de señores. HR 438.1

Todos trataron de ocultarse tras las rocas o escudarse de la terrible gloria de Aquel a quien una vez despreciaron. Y abrumados y afligidos por su majestad y su excelsa gloria, alzaron unánimemente la voz y exclamaron con terrible claridad: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” HR 439.1

Después Jesús y los santos ángeles, acompañados por todos los santos, regresaron a la ciudad mientras los amargos lamentos y el llanto de los impíos condenados saturaba el aire. Vi que Satanás reanudaba entonces su obra. Recorrió las filas de sus súbditos y fortaleció a los débiles diciéndoles que él y sus ángeles eran poderosos. Señaló los incontables millones que habían resucitado. Había entre ellos poderosos militares y reyes expertos en el arte de la guerra, que habían conquistado reinos. Había también gigantes fornidos y hombres valientes que nunca habían perdido una batalla. Allí estaba el soberbio y ambicioso Napoleón, cuya presencia había hecho temblar reinos. Allí había hombres de destacada estatura y digno porte que murieron en medio de la batalla sedientos de conquistas. HR 439.2

Al salir de la tumba reanudaron el curso de sus pensamientos donde lo había interrumpido la muerte. Conservaban el mismo afán de vencer que los había dominado cuando cayeron. Satanás consultó a sus ángeles, y después con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Entonces contempló ese vasto ejército, y les dijo que los habitantes de la ciudad eran pocos y débiles, por lo que podían subir contra ella y tomarla, arrojar a sus habitantes y adueñarse de sus riquezas y su gloria. HR 439.3

Satanás logró engañarlos, e inmediatamente todos se dispusieron para la batalla. En aquel vasto ejército había muchos hombres hábiles que construyeron toda clase de pertrechos de guerra. Entonces, con Satanás a la cabeza, la multitud se puso en marcha. Reyes y guerreros iban muy cerca de Satanás, y la multitud seguía formando grupos. Cada grupo tenía su jefe, y marchaba en orden sobre la fragmentada superficie de la tierra en dirección a la Santa Ciudad. Jesús cerró las puertas y el vasto ejército la rodeó y se dispuso para la batalla a la espera del fiero conflicto. HR 440.1