La Historia de la Redención

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Capítulo 61—La liberación de los santos

Dios escogió la medianoche para librar a su pueblo. Mientras los malvados se burlaban de ellos, de pronto apareció el sol en todo su esplendor y la luna se detuvo. Los impíos observaron con asombro el espectáculo, mientras los santos consideraban con solemne júbilo las pruebas de su liberación. Señales y maravillas se produjeron en rápida sucesión. Todo parecía estar fuera de quicio. Los ríos dejaron de fluir. Aparecieron densas y oscuras nubes que chocaban las unas con las otras. Pero había un lugar luminoso de serena gloria, de donde procedía la voz de Dios como el sonido de muchas aguas que sacudían los cielos y la tierra. Hubo un tremendo terremoto. Se abrieron los sepulcros, y se levantaron glorificados de sus polvorientos lechos los que habían muerto en la fe del mensaje del tercer ángel y que guardaron el sábado, para escuchar el pacto de paz que Dios va a hacer con los que guardaron su ley. HR 429.1

El cielo se abría y se cerraba y estaba en conmoción. Las montañas se sacudían como cañas movidas por el viento, y depedían peñascos por todas partes. El mar hervía como una caldera y arrojaba piedras que caían en la tierra. Y cuando Dios anunció el día y la hora de la venida de Jesús, y promulgó el pacto eterno con su pueblo, pronunciaba una frase y hacía una pausa mientras sus palabras avanzaban retumbando por toda la tierra. El Israel de Dios estaba de pie con los ojos fijos en el cielo, mientras escuchaba las palabras que procedían de los labios de Jehová y que avanzaban por toda la tierra con el estruendo de poderosos truenos. Todo era tremendamente solemne. Al final de cada frase los santos exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Sus semblantes estaban iluminados por el resplandor de Dios, y refulgían como el rostro de Moisés cuando descendió del Sinaí. Los impíos no los podían mirar por causa de ese fulgor. Y cuando se pronunció la sempiterna bendición sobre los que habían honrado a Dios al guardar el sábado, hubo un potente clamor de victoria sobre la bestia y su imagen. HR 429.2

Entonces comenzó el jubileo, durante el cual la tierra descansará. Vi al piadoso esclavo ponerse de pie triunfalmente y victorioso, mientras sacudía las cadenas que lo aherrojaban, y su malvado amo permanecía confuso y sin saber qué hacer, porque los impíos no podían comprender las palabras de Dios. HR 430.1