La Historia de la Redención

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Las escrituras son una salvaguardia

Vi que la hueste celestial se indignó frente a esta actitud tan descarada de Satanás. Pregunté por qué se permitía que todos esos engaños causaran sus efectos en la mente humana cuando los ángeles de Dios eran poderosos y, si se les ordenaba, podían fácilmente quebrantar el poder del enemigo. Entonces vi que Dios sabía que Satanás iba a poner en práctica todas sus tretas para destruir al hombre. Por eso permitió que se escribiera su Palabra, para presentar sus propósitos acerca de la raza humana con tanta claridad que ni los más débiles necesitaran errar. Después de dar su Palabra a los hombres, la preservó cuidadosamente de la destrucción por parte de Satanás y sus ángeles, o por parte de cualquiera de sus agentes o representantes. Mientras otros libros podían ser destruidos, éste debía ser inmortal. Y cerca del fin del tiempo, cuando los engaños del enemigo aumentaran, se iba a multiplicar de tal manera que todos los que lo quisieran podrían obtener un ejemplar, y si estaban dispuestos podían armarse contra los engaños y los prodigios mentirosos de Lucifer. HR 409.3

Vi que Dios había protegido la Biblia en forma especial; sin embargo, cuando sólo había pocos ejemplares, algunos eruditos en ciertos casos modificaron las palabras con la idea de aclarar su sentido, pero en realidad estaban confundiendo lo que era claro al torcer su significado para que concordara con sus opiniones establecidas, condicionadas a su vez por la tradición. Pero vi que la Palabra de Dios, en conjunto, es una cadena perfecta, y que una porción se ensambla con la otra y la explica. Los verdaderos buscadores de la verdad no necesitan errar; porque la Palabra de Dios no es sólo clara y sencilla al presentar el camino de la vida, sino que se da el Espíritu Santo como guía para comprender el camino de la vida que ella revela. HR 410.1

Vi que los ángeles de Dios nunca deben dominar la voluntad. Dios pone delante del hombre la vida y la muerte. El puede elegir. Muchos desean la vida, pero siguen avanzando por el camino ancho. Deciden rebelarse contra el gobierno de Dios, a pesar de su gran misericordia y la compasión que manifestó al dar a su Hijo para que muriera por ellos. Los que no aceptan la salvación adquirida a un precio tan exorbitante serán castigados. Pero vi que Dios no los confinará en el infierno para que sufran eternamente, ni tampoco los llevará al cielo; porque si los pusiera en contacto con los puros y santos serían sumamente desgraciados. En cambio, los destruirá por completo y serán como si nunca hubieran existido; entonces su justicia quedará satisfecha. Hizo al hombre del polvo de la tierra, y los desobedientes e impíos serán consumidos por fuego y volverán a ser polvo. Vi que la bondad y la compasión de Dios con respecto a este asunto debieran inducir a todos a admirar su carácter y a adorar su santo nombre. Cuando los impíos hayan sido raídos de la tierra, toda la hueste celestial dirá: “¡Amén!” HR 410.2

Satanás observa con gran satisfacción a los que profesan el nombre de Cristo y sin embargo se aferran tenazmente a los engaños que él mismo ha originado. Sigue siendo su tarea elucubrar nuevos engaños, y su poder y su arte en este sentido aumentan continuamente. Indujo a sus representantes, los papas y sacerdotes, a exaltarse a sí mismos y a incitar al pueblo a perseguir acerbamente y destruir a los que no querían aceptar sus errores. ¡Oh! ¡Cuántos sufrimientos y agonías tuvieron que soportar los preciosos seguidores de Cristo! Los ángeles han llevado un registro exacto de todo esto. Con regocijo Satanás y sus demonios dijeron a los ángeles que servían a los santos que sufrían que todos ellos iban a ser muertos para que no quedara un solo cristiano verdadero en la tierra. Vi que entonces la iglesia de Dios era pura. No había peligro de que entraran en ella hombres de corazón corrupto, porque el verdadero cristiano, que se atrevía a declarar su fe, corría peligro de ser llevado al potro, a la hoguera y a la tortura que Satanás y sus malos ángeles podían inventar o inspirar a la mente humana. HR 411.1