La Historia de la Redención

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Lutero se separa de Roma

Roma decidió destruir a Lutero, pero Dios era su defensor. Sus doctrinas se escuchaban en todas partes: en los conventos, las cabañas, los castillos de los nobles, las universidades y los palacios de los reyes; y hombres nobles surgieron por todas partes para apoyar sus esfuerzos. HR 361.1

En una invitación al emperador y a la nobleza de Alemania en favor de la Reforma del cristianismo, Lutero escribió lo siguiente con respecto al papa: “Es horrible contemplar al hombre que pretende ser vicario de Cristo, mientras ostenta una magnificencia que ningún emperador puede igualar. ¿Es esto ser semejante al pobre Jesús o al humilde Pedro? ¡Es, nos dicen, el Señor del mundo! Pero Cristo, de quien se vanagloria de ser vicario, dijo: ‘Mi reino no es de este mundo’. ¿Pueden los dominios de un vicario superar a los de su superior?” HR 361.2

Escribió lo que sigue acerca de las universidades: “Temo muchísimo que las universidades lleguen a ser la gran puerta del infierno, a menos que trabajen con diligencia para explicar las Sagradas Escrituras, y las graben en el corazón de la juventud. No aconsejo a nadie que envíe a sus hijos donde las Escrituras no reinen supremamente. Toda institución en la cual los hombres no estén ocupados incesantemente por la Palabra de Dios, se corromperá”. HR 361.3

Este llamamiento circuló rápidamente por toda Alemania, y ejerció una poderosa influencia sobre la gente. Toda la nación se levantó para unirse bajo el estandarte de la Reforma. Los opositores de Lutero, que ardían con el deseo de vengarse, instaron al papa para que tomara medidas decisivas contra él. Se decretó que sus doctrinas fueran condenadas inmediatamente. Se le dieron sesenta días al reformador y a sus adherentes, después de los cuales, si no abjuraban, serían excomulgados. HR 361.4

Cuando la bula papal llegó a manos de Lutero, éste dijo: “La desprecio y ataco como impía y falsa... Es Cristo mismo quien aparece condenado allí... Me alegro de tener que soportar todos estos males por la mejor de las causas. Ya siento más libertad en mi corazón; porque por fin me doy cuenta de que el papa es el anticristo, y de que su trono es el de Satanás mismo”. HR 362.1

Pero las palabras del pontífice de Roma todavía tenían poder. La prisión, la tortura y la espada eran armas poderosas para imponer sumisión. Todo parecía indicar que la obra del reformador estaba por terminar. Los débiles y supersticiosos temblaron ante el decreto del papa; y aunque había simpatía general por Lutero, muchos creyeron que la vida era demasiado cara para arriesgarla por la causa de la Reforma. HR 362.2