La Historia de la Redención

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El último testimonio de Pablo

Pablo fue conducido en privado al lugar de su ejecución. Sus perseguidores, alarmados por la amplitud de su influencia, temían que algunos pudieran convertirse al cristianismo aun como resultado de la escena de su muerte. Por eso se permitió a muy pocos espectadores que estuvieran presentes. Pero los endurecidos soldados destacados para asistirlo, escucharon sus palabras, y con asombro vieron que manifestaba alegría y hasta gozo frente a semejante muerte. Su actitud de perdón hacia sus asesinos y de invariable confianza en Cristo hasta el mismo fin fueron un sabor de vida para vida para algunos de los que fueron testigos de su martirio. Más de uno aceptó después al Salvador que Pablo predicaba, e impávidamente selló su fe con su propia sangre. HR 331.2

La vida de Pablo, hasta su última hora, da testimonio de la verdad de sus palabras que aparecen en la segunda epístola a los Corintios: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jessucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados, perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. 2 Corintios 4:6-10. Su suficiencia no residía en sí mismo sino en la presencia y en la actividad del Espíritu divino que llenaba su alma y que ponía todo pensamiento en sujeción a la voluntad de Cristo. El hecho de que su propia vida ejemplificaba la verdad que proclamaba proporcionó un poder convincente tanto a su predicación como a su apariencia personal. Dice el profeta: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”. Isaías 26:3. Esta paz celestial, manifestada en su rostro, ganó a muchas almas para el Evangelio. HR 332.1

El apóstol contemplaba el gran más allá, no con incertidumbre o temor, sino con gozosa esperanza y anhelante expectación. Mientras estaba de pie en el lugar de su martirio no vio el resplandor de la espada del verdugo ni la verde tierra que pronto recibiría su sangre. A través del apacible azul de ese día de verano contempló el trono del Eterno. Sus palabras fueron: “¡Oh Señor! Tú eres mi consuelo y mi porción. ¿Cuándo estaré en tus brazos? ¿Cuándo te contemplaré yo mismo, sin velo oscurecedor que nos separe?” HR 333.1

Pablo llevaba consigo durante su vida en la tierra la misma atmósfera del cielo. Todos los que se relacionaban con él experimentaban la influencia de su contacto con Cristo y su comunión con los ángeles. En esto reside el poder de la verdad. La influencia espontánea e inconsciente de una vida santa es el sermón más convincente que se puede predicar en favor del cristianismo. Los argumentos, aunque sean incontestables, pueden provocar sólo oposición; pero un ejemplo piadoso tiene un poder que es imposible resistir del todo. HR 333.2

Mientras el apóstol perdía de vista sus propios sufrimientos inmediatos, sentía una profunda preocupación por los discípulos a quienes dejaría para que hicieran frente al prejuicio, el odio y la persecución. Al tratar de fortalecer y animar a los pocos cristianos que lo acompañaron al lugar de su ejecución, les repitió las sumamente preciosas promesas que se dan a los que son perseguidos por causa de la justicia. Les aseguró que nada dejaría de cumplirse de todo lo que el Señor ha dicho con respecto a los que son probados y son fieles. Se levantarán y resplandecerán, porque la luz del Señor aparecerá sobre ellos. Se revestirán de hermosas vestiduras cuando se revele la gloria de Jehová. Por un poco de tiempo podrán pasar por dificultades provocadas por numerosas tentaciones, podrán estar destituidos de las comodidades de la tierra; pero deben animar sus corazones al decir: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito”. 2 Timoteo 2:12. Su reprensión concluirá, y llegará la alegre mañana de la paz y el día perfecto. HR 333.3

El Capitán de nuestra salvación había preparado a su siervo para el último gran conflicto. Redimido por el sacrificio de Cristo, purificado de sus pecados por su sangre y revestido de su justicia, Pablo llevaba el testimonio en sí mismo de que su alma era preciosa a la vista de su Redentor. Su vida estaba escondida con Cristo en Dios, y él estaba persuadido de que el que había vencido a la muerte era capaz de guardar lo que le había confiado. Su mente captó la promesa del Salvador: “Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”. Juan 6:40. Sus pensamientos y esperanzas estaban concentrados en la segunda venida de su Señor. Y cuando la espada del verdugo descendió y las sombras de la muerte invadieron el alma del mártir, surgió su último pensamiento, que será el primero que tendrá en ocasión del gran despertar, de salir al encuentro del Dador de la vida para recibir la bienvenida al gozo de los bienaventurados. HR 334.1

Casi veinte siglos han pasado desde el momento cuando el anciano Pablo derramó su sangre para ser testigo de la Palabra de Dios y del verdadero testimonio de Cristo. Ninguna mano fiel registró para las generaciones venideras las últimas escenas de la vida de este santo; pero la inspiración ha conservado para nosotros su testimonio de moribundo. Como sonido de trompeta ha resonado su voz a través de las edades, infundiendo su propio valor a miles de testigos de Cristo, y despertando a miles de corazones angustiados con el eco de su propio clamor de triunfo: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. 2 Timoteo 4:6-8. HR 334.2