La Historia de la Redención

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La retribución de Herodes

Cuando Herodes recibió el informe de estas cosas, se exasperó, y acusó de infidelidad a los guardianes de la prisión. En consecuencia, fueron condenados a muerte por el presunto crimen de dormirse en su puesto. Al mismo tiempo el rey se dio cuenta de que el poder que rescató a Pedro no era humano. Pero estaba decidido a no reconocer que un poder divino se había interpuesto para desvirtuar sus indignos designios. No quería humillarse de esa manera, sino por el contrario levantarse en osado desafío contra Dios. HR 311.1

Herodes, no mucho después de la liberación de Pedro de la cárcel, viajó de Judea a Cesarea y allí permaneció un tiempo. Hizo un gran festival con el propósito de suscitar la admiración y al aplauso de la gente. Los amantes de los placeres, de todos los orígenes, se reunieron allí, y hubo mucha fiesta y se bebió mucho vino. El rey hizo una suntuosa presentación delante del pueblo. Se había puesto una túnica que resplandecía con el oro y la plata que tenía, y que captaba los rayos del sol en sus pliegues brillantes, y que encantaba a los que la contemplaban. Con gran pompa y ceremonia se puso de pie delante de la multitud, y pronunció ante ellos un discurso elocuente. HR 311.2

La majestad de su aspecto y la fuerza de sus bien elegidas palabras cautivaron a la asamblea con una poderosa influencia. Sus sentidos ya estaban pervertidos por la fiesta y el vino; se hallaban bajo el encanto de sus resplandecientes adornos, de su majestuoso porte y sus elocuentes palabras; y locos de entusiasmo lo cubrieron con un diluvio de adulaciones y lo proclamaron dios declarando que ningún hombre mortal podía presentarse con tal apariencia o expresarse con un lenguaje tan sorprendente y elocuente. Declararon además que hasta ese momento lo habían respetado como gobernante, pero que de allí en adelante lo adorarían como a un dios. HR 312.1

Herodes sabía que no merecía ni esa alabanza ni ese homenaje; pero no reprendió la idolatría de la gente, sino que la aceptó como si la mereciera. El resplandor del orgullo satisfecho se manifestó en su rostro al oír el clamor que ascendía hasta él: “¡Voz de Dios, y no de hombre!” Las mismas voces que glorificaron entonces a un vil pecador, se habían alzado pocos años antes para lanzar el grito frenético de “¡Fuera Jesús! ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Herodes recibió con gran placer esa adoración y ese homenaje, y su corazón se ensanchó por causa del triunfo logrado; pero repentinamente un cambio terrible y veloz se produjo en él. Su rostro manifestó la palidez de la muerte y se desfiguró como consecuencia de la agonía; gruesas gotas de transpiración surgieron de sus poros. Permaneció un momento como transfigurado por el dolor y el terror; y entonces, mientras dirigía su rostro exangüe y mortecino hacia sus amigos transidos de horror, clamó con voz hueca y desesperada: “¡Aquel a quien habéis exaltado como a un dios, ha sido herido por la muerte!” HR 312.2

Fue retirado en un estado de angustia lascinante de la escena de malvada francachela, regocijo, pompa y ostentación que en ese momento abominaba su alma. Poco antes había sido el orgulloso destinatario de la alabanza y la adoración de la vasta multitud, pero ahora se sentía en las manos de un Gobernante más poderoso que él. El remordimiento se apoderó de su ser. Recordó su cruel orden de dar muerte al inocente Santiago. Recordó su implacable persecución de los seguidores de Cristo, y su intención de dar muerte al apóstol Pedro, a quien Dios había librado de sus manos. Recordó también cómo en medio de su mortificación, su frustración y su ira, se había vengado insensatamente de los guardianes encargados del prisionero, y los había ejecutado sin piedad. Se dio cuenta entonces de que Dios, que había rescatado al apóstol de la muerte, le estaba pidiendo que rindiera cuentas a él, el implacable perseguidor. No encontraba alivio para su dolor corporal ni para su angustia mental, ni las esperaba tampoco. Herodes conocía la ley de Dios que dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Y sabía que al aceptar la adoración de la gente había llenado la medida de su iniquidad y había acarreado sobre sí mismo la justa ira de Dios. HR 313.1

El mismo ángel que había dejado las cortes reales del cielo para rescatar a Pedro del poder de su perseguidor, había sido mensajero de ira y juicio para Herodes. Tocó a Pedro para despertarlo de su somnolencia; pero era diferente el toque con que hirió al malvado rey, provocándole una enfermedad mortal. Dios ahogó en desprecio el orgullo de Herodes, y su persona, que había exhibido revestida de resplandeciente atuendo delante de la mirada llena de admiración de la gente, fue pasto de los gusanos, y entró en putrefacción cuando aún se hallaba con vida. Herodes murió presa de gran agonía física y mental, como consecuencia de la justicia retributiva de Dios. HR 313.2

Esta manifestación del juicio divino ejerció una poderosa influencia sobre la gente. Mientras el apóstol de Cristo había sido milagrosamente librado de la prisión y la muerte, su perseguidor había sido herido por la maldición de Dios. Las noticias se diseminaron por todas las comarcas, y fueron el medio para atraer a muchos a fin de que creyeran en Cristo. HR 314.1