La Historia de la Redención

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Librado por un ángel

En esa última noche, antes del día de la ejecución, un ángel poderoso, enviado desde el cielo, descendió para rescatarlo. Las macizas puertas que encerraban al santo de Dios se abrieron sin la intervención de manos humanas; el ángel del Altísimo entró, y sin hacer ruido se cerraron de nuevo tras él. Llegó a la celda cavada en la roca viva, donde yacía Pedro durmiendo el bendito y apacible sueño de la inocencia con perfecta confianza en Dios, mientras permanecía encadenado a dos poderosos guardianes, uno a cada lado. La luz que circundaba al ángel iluminó la cárcel pero no despertó al dormido apóstol. Gozaba del reposo completo que vigoriza y renueva, y que es el fruto de una buena conciencia. HR 308.1

Pedro no se despertó hasta que sintió el toque de la mano del ángel y escuchó su voz que le decía: “Levántate pronto”. Vio su celda, que nunca había recibido la bendición de un rayo de sol, iluminada entonces por la luz del cielo, y a un ángel revestido de resplandeciente gloria de pie ante él. Obedeció mecánicamente la voz del ángel; y al ponerse de pie levantó las manos, y descubrió que las cadenas se habían desprendido de sus muñecas. Nuevamente escuchó la voz del ángel: “Cíñete, y átate las sandalias”. HR 308.2

De nuevo Pedro obedeció mecánicamente, mientras mantenía la vista fija en su visitante celestial, convencido de que estaba soñando o se encontraba en visión. Los soldados armados estaban tan inmóviles que parecían estatuas de mármol mientras el ángel seguía dando órdenes: “Envuélvete en tu manto, y sígueme”. Inmediatamente el ser celestial se dirigió hacia la puerta, y Pedro, generalmente tan locuaz, lo siguió mudo de asombro. Pasaron junto al inmóvil guardia y llegaron hasta la puerta llena de barrotes y cerrojos, que se abrió espontáneamente, y de nuevo se cerró de inmediato, mientras los guardias de adentro y de afuera permanecían inmóviles en sus puestos. HR 308.3

Llegaron a la segunda puerta, que también estaba resguardada por dentro y por fuera. Se abrió como la primera, sin rechinar de goznes ni ruido de cerrojos. Cuando ellos salieron se cerró de nuevo sin el menor ruido. Pasaron de la misma manera por la tercera puerta, y por fin se encontraron en la calle. No se pronunció palabra alguna; no se escuchó el ruido de pisadas. El ángel se deslizó hacia adelante rodeado por una luz resplandeciente, y Pedro siguió a su libertador confundido y convencido de que estaba soñando. Así recorrieron calle tras calle, y de repente, puesto que la misión del ángel había terminado, éste desapareció. HR 309.1

Cuando la luz celestial se disipó, Pedro se encontró envuelto por espesas tinieblas; pero gradualmente la oscuridad fue disminuyendo, a medida que él se iba acostumbrando a ella, y se encontró solo en una calle silenciosa, y sintió el aire fresco de la noche que la acariciaba la frente. Se dio cuenta entonces de que lo que le había ocurrido no era un sueño ni una visión. Se hallaba libre, en una parte conocida de la ciudad; descubrió que era un lugar que había visitado a menudo, por donde esperaba pasar por última vez al día siguiente en su camino al escenario de su presunta muerte. Trató de rememorar los acontecimientos de los últimos momentos. Recordaba haberse quedado dormido, unido a los dos soldados, sin sandalias y sin túnica. Se examinó y descubrió que estaba completamente vestido y cubierto por la túnica. HR 309.2

Sus muñecas, hinchadas por causa de sus crueles cadenas, estaban libres ahora, y se dio cuenta de que su libertad no era una ilusión, sino una bendita realidad. Al día siguiente debería haber sido conducido a la muerte; pero un ángel lo había librado de la prisión y de la muerte. “Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado a su ángel, y me ha librado de la mano de Herodes, y de todo lo que el pueblo de los judíos esperaba”. HR 310.1