Capítulo 4—La tentación y la caída
Satanás tomó la forma de una serpiente y entró en el Edén. Esta era una hermosa criatura alada, y mientras volaba su aspecto era resplandeciente, semejante al oro bruñido. No se arrastraba por el suelo sino que se trasladaba por los aires de lugar en lugar, y comía fruta como el hombre. Satanás se posesionó de la serpiente, se ubicó en el árbol del conocimiento y comenzó a comer de su fruto con despreocupación.
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Eva, en un primer momento sin darse cuenta, se separó de su esposo absorbida por sus ocupaciones. Cuando se percató del hecho, tuvo la sensación de que estaba en peligro, pero nuevamente se sintió segura, aunque no estuviera cerca de su esposo. Creía tener sabiduría y fortaleza para reconocer el mal y enfrentarlo. Los ángeles le habían advertido que no lo hiciera. Eva se encontró contemplando el fruto del árbol prohibido con una mezcla de curiosidad y admiración. Vio que el árbol era agradable y razonaba consigo misma acerca de por qué Dios habría prohibido tan decididamente que comieran de su fruto o lo tocaran. Esa era la oportunidad de Satanás. Se dirigió a ella como si fuese capaz de adivinar sus pensamientos: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” Así, con palabras suaves y agradables, y con voz melodiosa, se dirigió a la maravillada Eva, que se sintió sorprendida al verificar que la serpiente hablaba. Esta alabó la belleza y el extraordinario encanto de Eva, lo que no le resultó desagradable. Pero estaba sorprendida, porque sabía que Dios no había conferido a la serpiente la facultad de hablar.
HR 33.2
La curiosidad de Eva se había despertado. En vez de huir de ese lugar, se quedó allí para escuchar hablar a la serpiente. No cruzó por su mente la posibilidad de que el enemigo caído utilizara a ésta como un médium. Era Satanás quien hablaba, no la serpiente. Eva estaba encantada, halagada, infatuada. Si se hubiera encontrado con un personaje imponente, que hubiera tenido la forma de los ángeles y se les pareciera, se habría puesto en guardia. Pero esa voz extraña debiera haberla conducido al lado de su esposo para preguntarle por qué otro ser podía dirigirse a ella tan libremente. En cambio, se puso a discutir con la serpiente. Le respondió: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis”. La serpiente contestó: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”.
HR 34.1
Satanás quería introducir la idea de que al comer del árbol prohibido recibirían una nueva clase de conocimiento más noble que el que habían alcanzado hasta entonces. Esa ha sido su especial tarea, con gran éxito, desde su caída: inducir a los hombres a espiar los secretos del Todopoderoso y a no quedarse satisfechos con lo que Dios ha revelado, y a no obedecer cuidadosamente lo que él ha ordenado. Pretende inducirlos, además, a desobedecer los mandamientos de Dios, para hacerles creer que se están introduciendo en un maravilloso campo de conocimiento. Eso es pura suposición, y un engaño miserable. No logran entender lo que Dios ha revelado, y menosprecian sus explícitos mandamientos y procuran sabiduría, separados de Dios, y tratan de comprender lo que él ha decidido vedar a los mortales. Se ensoberbecen en sus ideas de progreso y se sienten encantados por sus propias vanas filosofías, pero en relación con el verdadero conocimiento andan a tientas en la oscuridad de la medianoche. Siempre están aprendiendo pero nunca son capaces de llegar al conocimiento de la verdad.
HR 34.2
No era la voluntad de Dios que esa inocente pareja tuviera el menor conocimiento del mal. Les había otorgado el bien con generosidad, y les había evitado el mal. Eva creyó que las palabras de la serpiente eran sabias, y escuchó la audaz aseveración: “No moriréis, sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Con esto Satanás presentó a Dios como mentiroso. Insinuó con osadía que Dios los había engañado para evitar que alcanzaran una altura de conocimiento igual a la suya. Dios dijo: “Si coméis, moriréis”. La serpiente dijo: “Si coméis, no moriréis”.
HR 35.1
El tentador aseguró a Eva que tan pronto como comiera del fruto recibiría un conocimiento nuevo y superior que la igualaría a Dios. Llamó la atención de ella a sí mismo. Comió a su gusto del fruto del árbol, y descubrió que no sólo era inofensivo, sino además delicioso y estimulante, y le dijo que por causa de sus maravillosas propiedades para impartir sabiduría y poder Dios les había prohibido que lo comieran o aun lo tocaran, porque conocía sus maravillosas cualidades. Afirmó que por comer del fruto del árbol prohibido había adquirido la capacidad de hablar. Insinuó que Dios no cumpliría su palabra, que era sólo una amenaza para intimidarlos e impedirles lograr un gran beneficio. Además le dijo que no morirían. ¿No habían comido acaso del árbol de la vida que perpetuaba la inmortalidad? Le dijo seguidamente que Dios los estaba engañando para impedirles alcanzar un nivel de felicidad más elevado y un gozo más excelso. El tentador arrancó el fruto y se lo alcanzó a Eva. Ella lo tomó. “Ahora bien -dijo el tentador-, se les había prohibido hasta que lo tocaran, porque morirían”. Le dijo entonces que no experimentaría más daño o muerte al comer el fruto que al tocarlo o sostenerlo entre las manos. Eva se envalentonó al no sentir las señales inmediatas del desagrado de Dios. Le pareció que las palabras del tentador eran sabias y correctas. Comió, y se sintió deleitada con el fruto. Su sabor le resultó delicioso, y se imaginó que estaba experimentando en sí misma sus maravillosos efectos.
HR 35.2
189
HR
La Historia de la Redención
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