La Historia de la Redención

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Capítulo 33—El sanamiento del paralítico

Este capítulo está basado en Hechos 3 Y 4.

Poco después del derramamiento del Espíritu Santo, e inmediatamente después de un período de ferviente oración, Pedro y Juan habían ido al templo para rendir culto a Dios, y vieron a un paralítico pobre y angustiado, de cuarenta años de edad, que no había conocido otra cosa en la vida que el dolor y la enfermedad. Este infortunado había deseado por mucho tiempo ir a Jesús para recibir sanidad, pero estaba desamparado y vivía muy lejos del escenario de las labores del gran Médico. Finalmente sus fervorosos ruegos indujeron a algunas personas bondadosas a llevarlo a la puerta del templo. Pero al llegar allí descubrió que el Sanador, en quien se habían concentrado sus esperanzas, había sido entregado a una cruel muerte. HR 258.1

Su desilusión provocó la piedad de los que sabían por cuánto tiempo había esperado con ansias ser sanado por Jesús, de manera que lo traían cada día al templo para que los que por allí pasaban pudieran darle una limosna que aliviara en algo sus actuales necesidades. Cuando Pedro y Juan pasaron por allí, les pidió que tuvieran caridad con él. Los discípulos lo contemplaron con compasión. “Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos... No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. HR 258.2

El rostro del pobre hombre se demudó cuando oyó decir a Pedro que también era pobre, pero resplandeció con fe y esperanza cuando el discípulo terminó su sentencia. “Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido”. HR 259.1

Los judíos se asombraron de que los discípulos pudieran llevar a cabo milagros semejantes a los de Jesús. Suponían que estaba muerto, y esperaban que en ese caso todas esas maravillosas manifestaciones habrían cesado con él. No obstante aquí estaba ese hombre que había permanecido desamparado y paralítico durante cuarenta años, en pleno uso de sus miembros, libre de todo dolor, y feliz en su fe en Jesús. HR 259.2

Los apóstoles vieron el asombro de la gente, y preguntaron por qué se asombraban del milagro que habían presenciado, y los contemplaban con espanto como si lo hubieran llevado a cabo por su propio poder. Pedro les aseguró que lo habían hecho por los méritos de Jesús de Nazaret, a quien ellos habían rechazado y crucificado, pero a quien Dios había levantado de entre los muertos al tercer día. “Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre, y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros. Más ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que Jesucristo había de padecer”. HR 259.3

Después de este milagro la gente se reunió en el templo, y Pedro le dirigió la palabra en una parte del recinto sagrado, mientras Juan le hablaba en otra. Los apóstoles, después de manifestarles con claridad el gran crimen de los judíos al rechazar y dar muerte al Príncipe de la vida, tuvieron cuidado de no conducirlos a la ira o a la desesperación. Pedro estaba dispuesto a aminorar al máximo la atrocidad de su culpa presumiendo que la cometieron por ignorancia. Les dijo que el Espíritu Santo los invitaba a arrepentirse de sus pecados y a convertirse; que no había esperanza para ellos aparte de la misericordia de ese Cristo a quien habían crucificado; sus pecados podían ser cancelados por su sangre solamente por fe en él. HR 260.1