La Historia de la Redención

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El sermón de Pedro

Pedro les mostró que esta manifestación era el directo cumplimiento de la profecía de Joel, mediante la cual este profeta preanunció que este poder descendería sobre los hombres de Dios con el fin de prepararlos para realizar una tarea especial. HR 254.1

Pedro trazó el linaje de Cristo y lo vinculó directamente con la honorable casa de David. No empleó ninguna de las enseñanzas de Jesús para probar esta verdad, porque sabía que sus prejuicios eran muy grandes y por lo tanto no tendrían ningún efecto. Pero se refirió a David, a quien los judíos consideraban un venerable patriarca de su nación. Por eso dijo: HR 254.2

“Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aún mi carne descansará en esperanza; porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu santo vea corrupción”. HR 254.3

Pedro demostró que aquí David no se estaba refiriendo a sí mismo, sino definidamente a Jesucristo. El rey murió de muerte natural como otros hombres; su sepulcro, con el venerable polvo que contenía, había sido cuidadosamente guardado hasta ese momento. David, como rey de Israel, y también como profeta, había sido especialmente honrado por Dios. Se le mostró en visión profética la vida y el ministerio futuros de Cristo. Vio su rechazamiento, su juicio, su crucifixión, su sepultura, su resurrección y su ascensión. HR 254.4

David dio testimonio de que el alma de Cristo no quedaría en el Hades (la tumba), y que su carne no vería corrupción. Pedro comprobó que esta profecía se cumplió en Jesús de Nazaret. Efectivamente Dios lo levantó de la tumba antes que su cuerpo viera corrupción. Era entonces el Exaltado en el cielo de los cielos. HR 255.1

En esa memorable ocasión mucha gente que hasta ese entonces se había reído de la idea de que una persona tan humilde como Jesús fuera el Hijo de Dios, se convenció cabalmente de la verdad y lo reconoció como su Salvador. Tres mil almas se añadieron a la iglesia. Los apóstoles hablaron impulsados por el Espíritu Santo; y sus palabras no podían ser contradichas porque las confirmaban extraordinarios milagros llevados a cabo gracias al derramiento del Espíritu de Dios. Los discípulos mismos se asombraron de los resultados de esta manifestación, y de la rapidez y la abundancia de la cosecha de almas. Todos se llenaron de asombro. Los que no quisieron abandonar sus prejuicios y su fanatismo se sintieron tan abrumados que no se atrevieron a oponerse a esa poderosa obra ni por palabras ni por actos de violencia, y por el momento su oposición cesó. HR 255.2

Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y convincentes, no habrían sido capaces de eliminar los prejuicios de los judíos que se habían opuesto a muchísima evidencia. Pero el Espíritu Santo introdujo esos argumentos con poder divino en sus corazones. Eran como agudas flechas del Todopoderoso, que los convencieron de su terrible culpa al rechazar y crucificar al Señor de gloria. “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. HR 255.3

Pedro recalcó ante la gente convencida el hecho de que habían rechazado a Cristo porque habían sido engañados por los sacerdotes y gobernantes; y si continuaban esperando su consejo, y aguardaban a que esos gobernantes reconocieran a Cristo antes de atreverse a hacerlo, nunca lo aceptarían. Esos hombres poderosos, aunque hicieran una profesión de santidad, eran ambiciosos y ansiaban las riquezas y la gloria terrenales. Nunca acudirían a Cristo para recibir luz. Jesús predijo que una terrible retribución recaería sobre esa gente por su obstinada incredulidad, a pesar de que se les dieron las más poderosas evidencias de que Jesús era el Hijo de Dios. HR 256.1

Desde ese momento en adelante el lenguaje de los discípulos fue puro, sencillo y exacto tanto en palabra como en acento, ya sea que se expresaran en su lengua nativa o en un idioma extranjero. Estos hombres humildes, que nunca habían estado en la escuela de los profetas, presentaban verdades tan elevadas y puras que asombraban a los que las escuchaban. No podían ir en persona hasta los últimos confines de la tierra; pero había hombres en la fiesta procedentes de todos los rincones del mundo, y las verdades recibidas por ellos fueron llevadas a sus diversos hogares y publicadas entre la gente, y ganaron almas para Cristo. HR 256.2