La Historia de la Redención

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El derramamiento del Espíritu Santo

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos, y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. El Espíritu Santo, que apareció bajo la forma de lenguas de fuego partidas en su extremo, y que reposaron sobre los que allí se hallaban reunidos, eran un emblema del don que se les concedería de hablar con fluidez varios diferentes idiomas que antes desconocían. El hecho de que fueran de fuego simbolizaba el celo ferviente con el cual trabajarían y el poder que acompañaría a sus palabras. HR 252.2

Como resultado de esta iluminación celestial las Escrituras que Cristo les había explicado surgieron en sus mentes con el vívido lustre y la gracia de las verdades nítidas y poderosas. El velo que les había impedido ver el fin de lo que tenía que ser abolido desapareció entonces, y el objeto de la misión de Cristo y la naturaleza de su reino alcanzaron para ellos perfecta comprensión y claridad. HR 252.3

Los judíos habían sido diseminados por casi todos los países, y hablaban diversos idiomas. Habían venido desde lugares lejanos a Jerusalén, y temporalmente estaban morando allí para permanecer en ese lugar mientras duraran las festividades religiosas en curso y para observar sus requerimientos. Cuando se reunían, hablaban todas las lenguas conocidas. Esta diversidad de idiomas era un gran obstáculo para las labores de los siervos de Dios que querían publicar la doctrina de Cristo hasta los confines de la tierra. El hecho de que Dios quisiera suplir las deficiencias de los-apóstoles en forma milagrosa era para la gente la confirmación más perfecta del testimonio de esos testigos de Cristo. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que no podrían haber logrado en toda una vida; ahora podían diseminar la verdad del Evangelio hablando con perfección el idioma de aquellos en cuyo favor trabajaban. Este don milagroso era la más decisiva evidencia que podían presentar al mundo de que su comisión llevaba el sello del cielo. HR 253.1

“Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?” HR 253.2

Los sacerdotes y dirigentes estaban sumamente indignados por esta maravillosa manifestación, cuya noticia se difundió por toda Jerusalén y su vecindario, pero no se atrevían a dar rienda suelta a su maldad por temor de exponerse al odio del pueblo. Habían dado muerte al Maestro, pero allí estaban sus servidores, gente ignorante de Galilea, que presentaba el maravilloso cumplimiento de las profecías y enseñaba la doctrina de Jesús en todos los idiomas que se hablaban en esa época. Hablaban con poder de las extraordinarias obras del Salvador y desplegaban ante sus oyentes el plan de salvación basado en la misericordia y el sacrificio del Hijo de Dios. Sus palabras convencían y convertían a miles de sus oyentes. Las tradiciones y las supersticiones inculcadas por los sacerdotes desaparecían de sus mentes, y aceptaban las puras enseñanzas de la Palabra de Dios. HR 253.3