La Historia de la Redención

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Cuarenta días con sus discípulos

Jesús permaneció con sus discípulos cuarenta días, provocándoles gozo y alegría de corazón al abrirles más plenamente las realidades del reino de Dios. Los comisionó para que dieran testimonio de las cosas que habían visto y oído concernientes a sus sufrimientos, su muerte y su resurrección, que había hecho un sacrificio por causa del pecado, y que todos los que quisieran podían acudir a él y encontrar vida. Con fiel ternura les dijo que serían perseguidos y pasarían por pruebas, pero que encontrarían alivio al recordar su experiencia y las palabras que él les había dicho. Les dijo que él había vencido las tentaciones de Satanás y logrado la victoria por medio de pruebas y sufrimientos. El enemigo no tendría más poder sobre él, por lo que lanzaría sus tentaciones más directas sobre ellos y sobre los que creyeran en su nombre. Pero podrían vencer como él había vencido. Jesús dotó a sus discípulos de poder para obrar milagros, y les dijo que aunque fueran perseguidos por los hombres impíos, de vez en cuando les enviaría sus ángeles para que los libraran; nadie les quitaría la vida hasta que su misión no estuviera terminada; entonces se les podría requerir que sellaran con su sangre el testimonio que habían dado. HR 246.1

Sus ansiosos seguidores escuchaban con alegría sus enseñanzas, disfrutando de cada palabra que surgía de sus santos labios. Ahora sabían ciertamente que era el Salvador del mundo. Sus palabras penetraron profundamente en su corazón, y comenzaron a apesadumbrarse de que pronto tendrían que separarse de su Maestro celestial para no oír más las palabras consoladoras y llenas de gracia que procedían de sus labios. Pero una vez más sus corazones se llenaron de amor y de suprema alegría, cuando Jesús les dijo que iría a preparar mansiones para ellos y vendría otra vez para recibirlos con el fin de que estuvieran para siempre con él. También les prometió enviarles el Consolador, el Espíritu Santo, para que los guiara a toda verdad. “Y alzando sus manos, los bendijo”. Lucas 24:50. HR 247.1