La Historia de la Redención

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Enviado a Herodes

Cuando Pilato oyó que Herodes se encontraba en Jerusalén, sintió gran alivio, porque esperaba librarse de toda responsabilidad en el juicio y condenación de Jesús. Inmediatamente lo envió con sus acusadores a Herodes. Este gobernante se había endurecido en el pecado. El asesinato de Juan el Bautista había dejado en su conciencia una mancha de la que no se podía librar. Cuando oyó hablar de Cristo y de las poderosas obras que estaba realizando, temió y tembló, pues creía que se trataba de Juan el Bautista que había resucitado de entre los muertos. Cuando el Maestro fue puesto en sus manos por Pilato, Herodes consideró ese acto como un reconocimiento de su poder, su autoridad y su juicio. Esto tuvo el efecto de amistar a dos dirigentes que antes habían sido enemigos. Herodes se alegró de ver a Jesús, pues esperaba que realizara algún poderoso milagro para complacerlo. Pero no era la obra del Señor satisfacer la curiosidad y procurar su propia seguridad. Ejercería su poder divino y milagroso para salvar a los demás, pero no en su propio beneficio. HR 225.1

Cristo nada respondió a las numerosas preguntas que le hizo Herodes; tampoco replicó a sus enemigos que lo acusaban con vehemencia. El rey se enfureció porque aparentemente Jesús no temía su poder, y con sus soldados lo denigró, se burló de él y lo maltrató. Pero se asombró del aspecto noble y divino de Jesús en medio de ese vergonzoso maltrato, y como temía condenarlo lo envió de vuelta a Pilato. HR 226.1

Satanás y sus ángeles estaban tentando a este último tratando de conducirlo a su propia ruina. Le sugirieron que si no quería tomar parte en la condenación de Jesús otros lo harían; que la multitud estaba sedienta de su sangre; y que si no lo entregaba para ser crucificado perdería su poder y sus honores mundanales, y se lo denunciaría como creyente en el impostor. Por temor de perder su poder y su autoridad, Pilato consintió en dar muerte a Cristo. Y aunque puso la sangre del Señor sobre sus acusadores y la multitud lo recibió con el clamor de: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mateo 27:25), Pilato no se libró; fue culpable de la sangre del Maestro. Por sus intereses egoístas, por su amor al honor de los grandes de la tierra, entregó a la muerte a un inocente. Si Pilato hubiera seguido sus propias convicciones, no habría tenido nada que hacer con la condenación de Jesús. HR 226.2

El aspecto y las palabras del Señor durante su juicio causaron una profunda impresión en las mentes de los muchos que se hallaban presentes en esa ocasión. El resultado de la influencia ejercida entonces resultó evidente después de su resurrección. Entre los que se añadieron a la iglesia había muchos cuya convicción comenzó en el momento del juicio de Cristo. HR 226.3

Satanás se airó muchísimo cuando vio que la crueldad con que los judíos habían tratado a Jesús a instancias suyas no había logrado que emitiera la más mínima queja. Aunque había tomado sobre sí la naturaleza humana, estaba sostenido por una fortaleza divina, y no se apartó en lo más mínimo de la voluntad de su Padre. HR 227.1