Testimonios Selectos Tomo 4
Capítulo 11—La unidad cristiana
“Os Ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.” 1 4TS 47.1
La unión hace la fuerza; la división significa debilidad. Cuando los que creen la verdad presente están unidos, ejercen una influencia poderosa. Satanás lo comprende bien. Nunca estuvo más resuelto que ahora a anular la verdad de Dios, causando amargura y disensión entre el pueblo del Señor. 4TS 47.2
El mundo está contra nosotros, y también las iglesias populares; las leyes del país pronto estarán contra nosotros. Si ha habido alguna vez un tiempo en que el pueblo de Dios debía unirse, es ahora. Dios nos ha confiado las verdades especiales para este tiempo, para que las demos a conocer al mundo. El último mensaje de misericordia se está proclamando ahora. Estamos tratando con hombres y mujeres encaminados hacia el juicio. ¡Cuán cuidadosos debemos ser en toda palabra y acto para seguir de cerca al Dechado, a fin de que nuestro ejemplo conduzca los hombres a Cristo! Con qué cuidado debemos tratar de presentar la verdad, a fin de que los demás, contemplando su belleza y sencillez, sean inducidos a recibirla. Si nuestro carácter testifica de su poder santificador, seremos una luz continua para los demás: epístolas vivientes, conocidas y leídas de todos los hombres. No podemos permitirnos ahora dar cabida a Satanás albergando la desunión, la discordia y la disensión. 4TS 47.3
La preocupación manifestada por nuestro Salvador en su última oración antes de ser crucificado era que la unión y el amor existiesen entre sus discípulos. Teniendo delante de sí la agonía de la cruz, no se preocupaba por sí mismo, sino por aquellos a quienes debía dejar para que continuasen su obra en la tierra. Les esperaban las más severas pruebas; pero Jesús vió que su mayor peligro provendría de un espíritu de amargura y división. De allí que orase: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, también los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.” 2 4TS 47.4
Esa oración de Cristo abarca a todos los que le habían de seguir hasta el fin del tiempo. Nuestro Salvador previó las pruebas y los peligros de su pueblo; no se olvidó de las disensiones y divisiones que distraerían y debilitarían a su iglesia. El nos consideró con interés más profundo y compasión más tierna que los que mueven el corazón de un padre terrenal hacia un hijo extraviado y afligido. Nos ordena que aprendamos de él. Solicita nuestra confianza. Nos aconseja que abramos nuestro corazón para recibir su amor. Se ha comprometido a ser nuestro ayudador. 4TS 48.1
Cuando Cristo ascendió al cielo, dejó la obra en la tierra en las manos de sus siervos, los subpastores. “Y él mismo dió unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores; para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo.” 3 4TS 48.2
Al mandar a sus ministros, nuestro Salvador dió dones a los hombres, porque por su medio él comunica al mundo las palabras de vida eterna. Tal es el medio que Dios ha ordenado para la perfección de los santos en el conocimiento y la verdadera santidad. La obra de los siervos de Cristo no consiste simplemente en predicar la verdad, sino que también han de velar por las almas, como quienes han de dar cuenta a Dios. Han de reprender, corregir, exhortar con longanimidad y doctrina. 4TS 48.3
Todos los que han sido beneficiados por las labores del siervo de Dios, deben, según su capacidad, unirse con él para trabajar por la salvación de las almas. Tal es la obra de todos los verdaderos creyentes, tanto los ministros como el pueblo. Deben tener siempre presente ese gran objeto, tratando cada uno de llenar su puesto debido en la iglesia, trabajando todos juntos en orden, armonía y amor. 4TS 49.1
No hay nada egoísta o estrecho en la religión de Cristo. Sus principios son difusivos y agresivos. Cristo la compara a la luz brillante, a la sal salvadora, y a la levadura transformadora. Con celo, fervor y devoción, los siervos de Dios tratarán de diseminar, lejos y cerca, el conocimiento de la verdad; sin embargo, no descuidarán el trabajar por la fuerza y unidad de la iglesia. Velarán cuidadosamente, no sea que la diversidad y la división tengan oportunidad de penetrar. 4TS 49.2
Ultimamente se han levantado entre nosotros hombres que profesan ser siervos de Cristo, pero cuya obra se opone a la unidad que nuestro Salvador estableció en la iglesia. Tienen planes y métodos de trabajo originales. Desean introducir en la iglesia cambios de acuerdo con sus ideas de progreso, y se imaginan que así se obtendrían grandes resultados. Estos hombres necesitan aprender más bien que enseñar en la escuela de Cristo. Están siempre inquietos, aspirando a hacer alguna gran obra, realizar algo que les reporte honra. Necesitan aprender la más provechosa de todas las lecciones: la humildad y fe en Jesús. Algunos están vigilando a sus colaboradores y esforzándose ansiosamente para señalar sus errores, cuando debieran más bien tratar fervorosamente de preparar su propia alma para el gran conflicto que les espera. El Salvador les ordena: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” 4 4TS 49.3
Los que enseñan la verdad, los misioneros y oficiales de la iglesia, pueden hacer una gran obra por el Maestro, si tan sólo quieren purificar sus almas obedeciendo la verdad. Cada cristiano vivo trabajará desinteresadamente por Dios. El Señor nos ha dado a conocer su voluntad, a fin de que seamos conducto de luz para otros. Si Cristo mora en nosotros, no podemos menos que trabajar para él. Es imposible conservar el favor de Dios, y disfrutar la bendición del amor del Salvador, y permanecer indiferente al peligro de aquellos que están pereciendo en sus pecados. Es la voluntad de mi Padre “que llevéis mucho fruto.” 5 4TS 50.1
Pablo ruega a los efesios que conserven la unidad y el amor: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados; con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación: un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros.” 6 4TS 50.2
El apóstol exhorta a sus hermanos a manifestar en su vida el poder de la verdad que les había presentado. Con mansedumbre y bondad, tolerancia y amor, debían manifestar el carácter de Cristo y las bendiciones de su salvación. Hay un solo cuerpo, un Espíritu, un Señor, una fe. Como miembros del cuerpo de Cristo, todos los creyentes son animados por el mismo espíritu y la misma esperanza. Las divisiones en la iglesia deshonran la religión de Cristo delante del mundo, y dan a los enemigos de la verdad ocasión de justificar su conducta. Las instrucciones de Pablo no fueron escritas solamente para la iglesia de su tiempo. Dios quería que fuesen transmitidas hasta nosotros. ¿Qué estamos haciendo para conservar la unidad en los vínculos de la paz? 4TS 50.3
Cuando el Espíritu Santo fué derramado sobre la iglesia primitiva, los hermanos se amaban unos a otros. “Comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” 7 Los cristianos primitivos eran pocos en número, sin riquezas ni honores; sin embargo, ejercieron una poderosa influencia. La luz del mundo resplandecía por medio de ellos. Aterrorizaban a los que hacían mal, dondequiera que se conocían su carácter y sus doctrinas. Por esta causa, eran odiados de los perversos, y perseguidos aun hasta la muerte. 4TS 51.1
La norma de la santidad es la misma hoy que en los días de los apóstoles. Ni las promesas ni los requerimientos de Dios han perdido nada de su fuerza. Pero, ¿cuál es el estado de los que profesan ser pueblo de Dios cuando se compara con el de la iglesia primitiva? ¿Dónde están el Espíritu y el poder de Dios que acompañaban entonces a la predicación del evangelio? ¡Ay, “cómo se ha obscurecido el oro! ¡Cómo el buen oro se ha demudado!” 8 4TS 51.2
El Señor plantó a su iglesia como una viña en un campo fértil. Con el más tierno cuidado la alimentó y cuidó, a fin de que produjese frutos de justicia. Su lenguaje es: “¿Qué más se había de hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? 9 Pero esta viña plantada por Dios se ha inclinado a tierra, y enlazado sus zarcillos en derredor de soportes humanos. Sus ramas se extienden ampliamente, pero lleva los frutos de una viña degenerada. Su Señor declara: “Y esperaba que llevase uvas, y llevó uvas silvestres.” 10 4TS 51.3
El Señor ha otorgado grandes bendiciones a su iglesia. La justicia exige que ella retribuya estos talentos con creces. A medida que han aumentado los tesoros de la verdad a ella confiados, sus obligaciones han aumentado también. Pero en vez de aprovechar esos dones y avanzar hacia la perfección, ha apostatado de aquello que había alcanzado en su primera convicción. El cambio de su estado espiritual se ha producido gradual y casi imperceptiblemente. A medida que empezaba a buscar la alabanza y la amistad del mundo, su fe disminuyó, su celo languideció, su ferviente devoción fué reemplazada por un formalismo muerto. Cada paso hacia el mundo fué un paso de alejamiento de Dios. A medida que fué cultivando el orgullo y la ambición mundanal, el Espíritu de Cristo se apartó, y la emulación, la disensión y contienda penetraron para distraer y debilitar a la iglesia. 4TS 51.4
Pablo escribe a sus hermanos de Corinto: “Porque todavía sois carnales: pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” 11 Es imposible para la mente absorbida por la envidia y la contienda comprender las profundas verdades de la Palabra de Dios. “Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente.”12 No podemos entender correctamente o apreciar la revelación divina sin la ayuda del Espíritu por el cual fué dada la Palabra. 4TS 52.1
Los que han sido designados para cuidar los intereses espirituales de la iglesia deben esmerarse por dar un buen ejemplo, no dando ocasión a la envidia, los celos o las sospechas, manifestando siempre ese mismo espíritu de amor, respeto y cortesía que desean estimular en sus hermanos. Deben prestar diligente atención a las instrucciones de la Palabra de Dios. Refrénese toda manifestación de animosidad o falta de bondad, arránquese toda raíz de amargura. Cuando se levantan dificultades entre hermanos, debe seguirse estrictamente la regla del Salvador. Debe hacerse todo esfuerzo posible para efectuar una reconciliación, pero si las partes persisten obstinadamente en su divergencia, deben ser suspendidas hasta que puedan armonizar. 4TS 52.2
Si se presentan pruebas en la iglesia, examine cada miembro su propio corazón para ver si la causa de la dificultad no reside en él. Por el orgullo espiritual, el deseo de dominar, el anhelo ambicioso de honores o puestos, la falta de dominio propio, por satisfacer una pasión o el prejuicio, por la instabilidad o falta de juicio, la iglesia puede ser perturbada, y su paz sacrificada. 4TS 53.1
Con frecuencia causan dificultades los diseminadores de chismes, cuyas murmuradas sugestiones envenenan las mentes incautas, y separan a los amigos más íntimos. En su mala obra, los creadores de disensión están secundados por los muchos que con oídos abiertos y mal corazón dicen: “Denunciad, y denunciaremos.” 13 Este pecado no debe ser tolerado entre los que siguen a Cristo. Ningún padre cristiano debiera permitir que se repitiesen chismes en el círculo familiar, ni observaciones despreciativas para los miembros de la iglesia. 4TS 53.2
Los cristianos deben considerar como deber religioso reprimir el espíritu de envidia y emulación. Deben regocijarse en la reputación superior o prosperidad de sus hermanos, aun cuando su propio carácter o progreso parezcan quedar en la sombra. Fueron el orgullo y la ambición albergados en el corazón de Satanás los que le desterraron del cielo. Estos males están profundamente arraigados en nuestra naturaleza caída, y si no se suprimen predominarán sobre toda cualidad buena y noble, y producirán la envidia y la disensión como funestos frutos. 4TS 53.3
Debemos buscar la verdadera bondad más bien que la grandeza. Los que poseen el ánimo de Cristo tendrán humilde opinión de sí mismos. Trabajarán por la pureza y prosperidad de la iglesia, y estarán listos para sacrificar sus propios intereses y deseos antes que causar disensión entre sus hermanos. 4TS 53.4
Satanás está tratando constantemente de causar desconfianza, enajenamiento y malicia entre el pueblo de Dios. Con frecuencia estaremos tentados a sentir que nuestros derechos han sido invadidos, sin que haya verdadera causa para tener esos sentimientos. Los que se aman a sí mismos más que a Cristo y su causa, pondrán sus intereses en primer lugar, y recurrirán a casi cualquier expediente para guardarlos y mantenerlos. Cuando se consideren perjudicados por sus hermanos, algunos acudirán a la ley, en vez de seguir la regla del Salvador. Aun muchos de los que parecen cristianos concienzudos son disuadidos por el orgullo y la estima propia de ir privadamente a aquellos a quienes creen errados, para hablar del asunto con el espíritu de Cristo, y orar uno por otro. Las contenciones, disensiones y pleitos entre hermanos, son una deshonra para la causa de la verdad. Los que siguen tal conducta exponen a la iglesia al ridículo de sus enemigos, y hacen triunfar las potestades de las tinieblas. Están abriendo de nuevo las heridas de Cristo, y exponiéndole al oprobio. Desconociendo la autoridad de la iglesia, manifiestan desprecio por Dios, quien dió su autoridad a la iglesia. 4TS 54.1
Pablo escribe a los Gálatas: “Ojalá fuesen también cortados los que os inquietan. Porque vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión a la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en aquesta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y si os mordéis y os coméis los unos a los otros, mirad que también no os consumáis los unos a los otros: Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne.” 14 4TS 54.2
Algunos falsos maestros habían traído a los Gálatas doctrinas opuestas al evangelio de Cristo. Pablo trataba de exponer y corregir estos errores. Deseaba mucho que los falsos maestros fuesen separados de la iglesia, pero su influencia había afectado a tantos de los creyentes que parecía azaroso tomar una decisión contra ellos. Había peligro de causar contienda y división ruinosas para los intereses espirituales de la iglesia. Por lo tanto trataba de inculcar en sus hermanos la importancia de ayudarse unos a otros con amor. Declaró que todos los requisitos de la ley que presentan nuestros deberes hacia nuestros semejantes se cumplen al amarse unos a otros. Les advirtió que si se entregaban al odio y a la contienda, dividiéndose en partidos, y mordiéndose y devorándose unos a otros como las bestias, atraerían sobre sí mismos desgracia presente y ruina futura. Había tan sólo una manera de evitar estos terribles males, a saber, como les recomendó el apóstol, andando “en el Espíritu.” Mediante constante oración debían buscar la dirección del Espíritu Santo, que los conduciría al amor y la unidad. 4TS 54.3
Una casa dividida contra sí misma no puede subsistir. Cuando los cristianos contienden, Satanás viene para ejercer el dominio. ¡Con cuánta frecuencia ha tenido éxito en destruir la paz y armonía de las iglesias! ¡Qué fieras controversias, qué amarguras, qué odios han comenzado con un asunto pequeño! ¡Qué esperanzas han sido marchitadas, cuántas familias han sido divididas por la discordia y la contención! 4TS 55.1
Pablo encargó a sus hermanos que tuviesen cuidado, no fuese que al tratar de corregir las faltas ajenas, estuviesen ellos mismos cometiendo pecados igualmente graves. Les advierte que el odio, la emulación, la ira, la contienda, las sediciones, las herejías y las envidias son tan ciertamente las obras de la carne como la lascivia, el adulterio, la borrachera y el homicidio, y tan seguramente cerrarán para los culpables las puertas del cielo. 4TS 55.2
Cristo declaró: “Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y fuera echado en la mar.” 15 Quienquiera que por engaño voluntario o por su mal ejemplo extravía a un discípulo de Cristo, es culpable de un grave pecado. Quienquiera que le haga objeto de calumnia o ridículo, insulta a Jesús. Nuestro Salvador nota todo mal que se hace a los que le siguen. 4TS 55.3
¿Cómo fueron castigados antiguamente los que se mofaron de aquello que Dios había elegido como sagrado para sí? Belsasar y sus príncipes profanaron los vasos de oro de Jehová, y alabaron los ídolos de Babilonia. Pero el Dios a quien desafiaron era testigo de la escena profana. En medio de su alegría sacrílega, se vió una mano sin sangre que trazaba caracteres misteriosos en la pared del palacio. Llenos de terror, oyeron su suerte pronunciada por los siervos del Altísimo. 4TS 56.1
Recuerden los que se deleitan en formular palabras de calumnia y mentira contra los siervos de Dios que él es testigo de sus acciones. Sus calumnias no están profanando vasos sin alma, sino el carácter de aquellos que Cristo compró con su sangre. La mano que trazó los caracteres sobre las paredes del palacio de Belsasar, registra fielmente cada acto de injusticia u opresión cometido contra el pueblo de Dios. 4TS 56.2
La historia sagrada presenta sorprendentes ejemplos del cuidado celoso del Señor en favor de los más débiles de sus hijos. Durante los viajes de Israel en el desierto, los cansados y débiles que se habían rezagado, fueron atacados y asesinados por los cobardes y crueles amalecitas. Más tarde Israel hizo guerra con los amalecitas y los derrotó. “Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que del todo tengo de raer la memoria de Amalec de debajo del cielo.” La sentencia fué repetida otra vez por Moisés justamente antes de su muerte, para que no fuese olvidada por su posteridad. “Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino, cuando salisteis de Egipto: que te salió al camino, y te desbarató la retaguardia de todos los flacos que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no temió a Dios. ... Raerás la memoria de Amalee de debajo del cielo: no te olvides.” 16 4TS 56.3
Si Dios castigó así la crueldad de una nación pagana, ¿cómo considerará a aquellos que, profesando ser su pueblo, hacen guerra contra sus propios hermanos que son obreros cansados y agotados en su causa? Satanás tiene gran poder sobre aquellos que se entregan a su dominio. Los sumos sacerdotes y ancianos—los maestros religiosos del pueblo—fueron quienes incitaron a la turba homicida desde el tribunal al Calvario. Entre los que profesan seguir a Cristo, hay hoy día corazones inspirados por el mismo espíritu que clamó por la crucifixión de nuestro Salvador. Recuerden los obradores de iniquidad que todos sus actos tienen un testigo, a saber, un Dios santo que odia el pecado. El traerá todas sus obras a juicio, con toda cosa secreta. 4TS 57.1
“Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en bien, a edificación. Porque Cristo no se agradó a sí mismo.” 17 Como Cristo se compadeció de nosotros y nos ayudó en nuestra debilidad y carácter pecaminoso, debemos compadecer y ayudar a los demás. Muchos están perplejos por la duda, cargados de flaquezas, débiles en la fe, e incapaces de comprender lo invisible; pero un amigo al cual pueden ver, que venga a ellos en lugar de Cristo, puede ser un eslabón que asegure su temblorosa fe en Dios. No permitamos que el orgullo y el egoísmo nos impida hacer el bien que podríamos hacer, trabajando en el nombre de Cristo, y con un espíritu amante y tierno. 4TS 57.2
“Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros; y cumplid así la ley de Cristo.” 18 Aquí se nos vuelve a presentar claramente nuestro deber. ¿Cómo pueden los que profesan seguir a Cristo considerar tan livianamente estas recomendaciones inspiradas? No hace mucho recibí una carta que me describía una circunstancia en la cual un hermano había manifestado indiscreción. Aunque esto ocurrió hace años, y era un asunto muy pequeño, que apenas merecía ser recordado, la persona que escribía declaraba que ello había destruído para siempre su confianza en aquel hermano. Si después de recapacitar, aquella persona no revelase mayores errores, sería de veras una maravilla, porque la naturaleza humana es muy débil. Yo he tenido comunión y la sigo teniendo con hermanos que han sido culpables de graves pecados, y aun ahora no ven sus pecados como Dios los ve. Pero el Señor tolera a esas personas, ¿y por qué no las habría de tolerar yo? Todavía hará tal impresión por su Espíritu en su corazón, que el pecado les parecerá como le parecía a Pablo, excesivamente pecaminoso. 4TS 57.3
Poco conocemos nuestro propio corazón, poco sentimos nuestra necesidad de la misericordia de Dios. Esa es la razón por la cual albergamos tan poco de aquella dulce compasión que Cristo manifiesta para con nosotros, y que deberíamos manifestar unos hacia otros. Debemos recordar que nuestros hermanos son débiles mortales que yerran, como nosotros. Supongamos que un hermano, por no ejercer bastante vigilancia, ha sido vencido por la tentación; y contrariamente a su conducta general, ha cometido algún error, ¿qué proceder debemos seguir hacia él? Por la historia bíblica sabemos que algunos hombres a quienes Dios había usado para hacer una obra grande y buena, cometieron graves errores. El Señor no los dejó sin reprensión, ni desechó a sus siervos. Cuando ellos se arrepintieron, él los perdonó misericordiosamente, y les reveló su presencia y obró por medio de ellos. Consideren los pobres y débiles mortales cuánta compasión y tolerancia de Dios y de sus hermanos necesitan ellos mismos. Tengan cuidado acerca de cómo juzgan y condenan a los demás. Debemos prestar atención a las instrucciones del apóstol: “Vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado.” Podemos caer bajo la tentación, y necesitar toda la paciencia que somos llamados a ejercitar hacia el ofensor. “Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir.” 19 4TS 58.1
El apóstol añade una recomendación a los independientes que confían en sí mismos: “Porque el que estima de sí que es algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. ... Porque cada cual llevará su carga.” 20 El que se considera superior a sus hermanos en juicio y experiencia, y desprecia su consejo y amonestación, demuestra que está peligrosamente engañado. El corazón es engañoso. El debe probar su carácter y su vida por la norma bíblica. La Palabra de Dios derrama una luz infalible sobre la senda de la vida humana. No obstante las muchas influencias que surgen para desviar y distraer la mente, los que piden honradamente a Dios sabiduría serán guiados en el debido camino. Cada hombre deberá al final subsistir o caer por sí mismo, no según la opinión del partido que le sostiene o se le opone, no según el juicio de hombre alguno, sino según sea su verdadero carácter a la vista de Dios. La iglesia puede amonestar, aconsejar y advertir, pero no puede obligar a nadie a seguir el camino recto. Quienquiera que persista en despreciar la Palabra de Dios deberá llevar su propia carga, dar cuenta de sí a Dios, y sufrir las consecuencias de su propia conducta. 4TS 59.1
El Señor nos ha dado en su Palabra instrucciones definidas e inequívocas, por cuyo acatamiento podemos conservar la armonía y la unión en la iglesia. Hermanos y hermanas, ¿estáis prestando atención a estas recomendaciones inspiradas? ¿Leéis la Biblia y hacéis la palabra? ¿Estáis esforzándoos por cumplir la oración de Cristo, de que sus discípulos estuviesen unidos? “Mas el Dios de la paciencia y de la consolación os dé que entre vosotros seáis unánimes según Cristo Jesús; para que concordes, a una boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.” “Resta, hermanos, que tengáis gozo, seáis perfectos, tengáis consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de paz y de caridad será con vosotros.” 21 4TS 59.2
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Profesamos ser los depositarios de la ley de Dios; aseveramos tener más luz y seguir una norma más elevada que la de cualquier otro pueblo de la tierra; por lo tanto, debiéramos mostrar mayor perfección de carácter y más ferviente devoción. Un mensaje muy solemne ha sido confiado a los que han recibido la luz de la verdad presente. Nuestra luz debe resplandecer para alumbrar la senda de los que están en las tinieblas. Como miembros de la iglesia visible, y obreros en la viña del Señor, todos los que profesan ser cristianos deben hacer cuanto esté a su alcance para conservar la paz, la armonía y el amor en la iglesia. ... La unidad de la iglesia es la evidencia convincente de que Dios envió a Jesús al mundo como Redentor. Es un argumento que los mundanos no pueden contradecir. Por tanto, Satanás obra constantemente para impedir esta unión y armonía, a fin de que los incrédulos, al notar apostasías, disensiones y contiendas entre dos cristianos profesos, se disgusten con la religión y se confirmen en su impenitencia.—Testimonies for the Church 5:619, 620. 4TS 60.1