Testimonios Selectos Tomo 4

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Capítulo 8—Mirando a Jesús

Muchos cometen un grave error en su vida religiosa manteniendo la atención fija en sus sentimientos, y juzgando así su progreso o decadencia. Los sentimientos no son un criterio seguro. No hemos de buscar en nuestro interior la evidencia de nuestra aceptación por Dios. No encontraremos allí otra cosa que motivos de desaliento. Nuestra única esperanza está en mirar a Jesús, “autor y consumador de nuestra fe.” 1 En él está todo lo que puede inspirarnos esperanza, fe y valor. El es nuestra justicia, nuestro consuelo y regocijo. 4TS 40.1

Los que buscan consuelo en su interior se cansarán y desilusionarán. El sentimiento de nuestra debilidad e indignidad debe inducirnos a invocar con humildad de corazón el sacrificio expiatorio de Cristo. Al confiar en sus méritos, hallaremos descanso, pas y gozo. El salva hasta lo sumo a todos los que se allegan a Dios por él. 4TS 40.2

Necesitamos confiar en Jesús diariamente, a cada hora. Nos ha prometido que según sea el día, será nuestra fuerza. Por su gracia podremos soportar todas las cargas del momento presente y cumplir sus deberes. Pero muchos se abaten anticipando las dificultades futuras. Están constantemente tratando de imponer las cargas de mañana al día de hoy. Así son imaginarias muchas de sus pruebas. Para los tales, Jesús no hizo provisión. Prometió gracia únicamente para el día. Nos ordena que no carguemos con los cuidados y dificultades de mañana; porque “basta al día su afán.” 2 La costumbre de meditar en males anticipados es imprudente y nada cristiana. Siguiéndola, dejamos de disfrutar las bendiciones y de aprovechar las oportunidades presentes. El Señor requiere de nosotros que cumplamos los deberes de hoy, y soportemos sus pruebas. Hemos de velar hoy para no ofender ni en palabras ni en hechos. Debemos alabar y honrar a Dios hoy. Por el ejercicio de la fe viva hoy, hemos de vencer al enemigo. Debemos buscar a Dios hoy, y estar resueltos a no permanecer satisfechos sin su presencia. Debemos velar, obrar y orar como si éste fuese el último día que se nos concede. ¡Qué intenso fervor habría entonces en nuestra vida! ¡Cuán afanosamente seguiríamos a Jesús en todas nuestras palabras y acciones. Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesidades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas y perplejidades, como también nuestras dificultades mayores. Debemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se suscite para perturbarnos o angustiarnos. Cuando sintamos que necesitamos la presencia de Cristo a cada paso, Satanás tendrá poca oportunidad de introducir sus tentaciones. Su estudiado esfuerzo consiste en apartarnos de nuestro mejor amigo, el que más simpatiza con nosotros. A nadie, fuera de Jesús, debiéramos hacer confidente nuestro. Podemos comunicarle con seguridad todo lo que está en nuestro corazón. 4TS 40.3

Hermanos y hermanas, cuando os congregáis para el culto de testimonios, creed que Jesús se reúne con vosotros, creed que él está dispuesto a bendeciros. Apartad los ojos del yo; mirad a Jesús, hablad de su amor sin par. Contemplándole seréis transformados a su semejanza. Cuando oráis, sed breves y directos. No prediquéis al Señor un sermón en vuestras largas oraciones. Pedid el pan de vida como un niño hambriento pide pan a su padre terrenal. Dios nos concederá toda bendición necesaria, si se la pedimos con sencillez y fe. 4TS 41.1

Las oraciones ofrecidas por los predicadores antes de sus discursos, son con frecuencia largas e inadecuadas. Abarcan una larga lista de asuntos que no se refieren a las necesidades del momento o de la gente. Esas oraciones son adecuadas para la cámara secreta. pero no deben ofrecerse en público. Los oyentes se cansan, y anhelan que el predicador termine. Hermanos, llevad a la gente con vosotros en vuestras oraciones. Id al Salvador con fe, decidle lo que necesitáis en esa ocasión. Dejad que el alma se acerque a Dios con intenso anhelo en busca de la bendición necesaria en el momento. 4TS 41.2

La oración es el ejercicio más santo del alma. Debe ser sincera, humilde y ferviente: los deseos de un corazón renovado, exhalados en la presencia de un Dios santo. Cuando el suplicante sienta que está en la presencia divina, se olvidará de sí mismo. No tendrá deseo de ostentar talento humano, no tratará de agradar al oído de los hombres, sino de obtener la bendición que el alma anhela. 4TS 42.1

Si aceptásemos la palabra del Señor al pie de la letra, ¡qué bendiciones serían las nuestras! ¡Ojalá que hubiese más oración ferviente y eficaz! Cristo ayudará a todos los que le busquen con fe. 4TS 42.2

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Queda todavía por hacer una gran obra para salvar las almas. Cada ángel glorioso está empeñado en esta obra, mientras que se opone a ella todo demonio de las tinieblas. Cristo nos ha demostrado el gran valor de las almas al venir con el atesorado amor de la eternidad en su corazón, ofreciendo hacer al hombre heredero de toda su riqueza. Nos revela el amor del Padre por la especie culpable, y nos lo presenta como justo y justificador del que cree.—Testimonies for the Church 5:204. 4TS 42.3