Testimonios Selectos Tomo 1

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Mi primera oración en público

Volví a casa y nuevamente me postré ante el Señor, prometiéndole hacer y sufrir todo cuanto de mí exigiera, con tal que la sonrisa de Jesús alegrara mi corazón. Entonces se me presentó el mismo deber que tanto me perturbaba anteriormente: tomar mi cruz entre el congregado pueblo de Dios. No tardó en presentarse oportunidad para ello, pues aquella misma tarde se celebró en casa de mi tío una reunión de oración, a la que asistí. 1TS 28.5

Cuando los demás se arrodillaron para orar, me arrodillé también yo toda temblorosa, y luego de haber orado unos cuantos fieles, se elevó mi voz en oración antes de que yo me diera cuenta de ello. En aquel momento, las promesas de Dios me parecieron otras tantas perlas preciosas que se hubiesen de recibir con tan sólo pedirlas. Mientras yo oraba, desapareció la pesadumbre angustiosa de mi alma que durante tanto tiempo había sufrido, y como suave rocío descendieron sobre mí las bendiciones del Señor. Alabé a Dios desde lo más profundo de mi corazón. Todo me parecía apartado de mí, menos Jesús y su gloria, y perdí la conciencia de cuanto ocurría en derredor mío. 1TS 29.1

El Espíritu de Dios se posó en mí con tal poder, que no pude volver a casa aquella noche. Al recobrar el conocimiento me hallé solícitamente atendida en casa de mi tío, donde nos habíamos reunido en oración. Ni mi tío ni su esposa gozaban de sentimientos religiosos, aunque el primero los había profesado un tiempo, pero luego había apostatado. Se me dijo que se sintió muy perturbado mientras que el poder de Dios reposaba sobre mí de aquella manera tan especial, y que había estado paseándose de acá para allá, muy conmovido y angustiado mentalmente. 1TS 29.2

Cuando fuí derribada al suelo, algunos de los concurrentes se alarmaron, y estuvieron por correr en busca de un médico, pues pensaban que me había atacado de repente alguna peligrosa indisposición; pero mi madre les pidió que me dejasen, porque para ella y para los demás cristianos experimentados, era claro que el poder admirable de Dios era lo que me había postrado. Cuando volví a casa, al día siguiente, estaba mi ánimo muy cambiado. Me parecía imposible que yo fuese la misma persona que había salido de casa de mi padre la tarde anterior. Continuamente me acordaba de este pasaje: “Jehová es mi pastor; nada me faltará.” Salmos 23:1. Mi corazón rebosaba de gozo al repetir estas palabras. 1TS 29.3