El Ministerio Pastoral

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El lavamiento de los pies

Jesús estableció el lavamiento de los pies como una ceremonia religiosa—Cuando ellos se reunieron para participar de la cena del Señor, el rito del lavamiento de pies habría de ser establecido como una ceremonia religiosa.—The Review and Herald, 21 de junio de 1898. MPa 196.2

El lavamiento de los pies enseña la humildad de Cristo y hace que los corazones de los participantes se enternezcan unos con otros—Muy a menudo estas ceremonias son consideradas como una forma, y no como algo sagrado para recordar al Señor Jesucristo. Cristo las ordenó, y delegó su poder a sus ministros, quienes tienen el tesoro en vasijas terrenales. Ellos han de cuidar estos ritos especiales de Aquel que los estableció para que continúen hasta el tiempo del fin. Es en éstos, sus propios ritos, que él se encuentra con su pueblo y los vigoriza con su presencia personal. A pesar de que pueda haber corazones y manos no santificados que administren la comunión, Cristo está en medio de su pueblo para obrar en los corazones humanos. Todos los que mantienen ante ellos la humillación de Cristo en el acto del lavamiento de los pies; todos los que guarden sus corazones humildes, y mantengan ante su vista el verdadero tabernáculo y su servicio, que el Señor estableció y no el hombre, nunca fallarán en recibir beneficio de todo discurso dado, y fuerza espiritual de cada comunión. Estas ceremonias fueron establecidas con un propósito. Los seguidores de Cristo han de tener presente en la mente el ejemplo de Cristo y su humildad. Esta ceremonia fomenta la humildad, pero nunca deberá ser llamada humillante, en el sentido de ser degradante para la humanidad. Es para enternecer nuestros corazones los unos con los otros.—The Review and Herald, 31 de mayo de 1898. MPa 196.3

El propósito del lavamiento de los pies es mostrarnos que ninguna persona es superior a otra—El propósito de este servicio es recordar la humildad de nuestro Señor, y las lecciones que nos ha dado al lavar los pies de sus discípulos. Hay en el ser humano una disposición a tener un concepto más alto de sí mismo que del de su hermano, de servirse a sí mismo, de buscar el puesto más elevado; y a menudo malos pensamientos y un espíritu de amargura brotan sobre simples bagatelas. Esta ceremonia que precede la cena del Señor es para aclarar estos malentendidos, para sacar al hombre de su egoísmo; bajarlo de su ostentosa exaltación propia a la humildad de espíritu que lo llevará a lavarle los pies a su hermano. No es el plan de Dios que esto sea diferido porque algunos se consideran inmerecedores de participar. El Señor lavó los pies de Judas. No le negó un lugar a la mesa, aunque sabía que abandonaría la mesa para actuar su parte en la traición de su Maestro. No es posible a los humanos decir quien es digno, y quien no. Ellos no pueden leer los secretos del alma. No son ellos quienes deben decir: no participaré en la ceremonia si tal persona está presente y toma parte. Ni tampoco Dios ha dejado al hombre para que decida quien participará en estas ocasiones.—The Review and Herald, 31 de mayo de 1898. MPa 197.1

El lavamiento de los pies debe ser presentado cuidadosamente a personas que no han sido informadas de antemano—En la Palabra de Dios se presentan deberes cuyo cumplimiento mantendrá al pueblo de Dios humilde y separado del mundo, y también impedirá que apostate como las iglesias nominales. El lavamiento de los pies y la participación en la cena del Señor debieran practicarse con más frecuencia. Jesús nos dio el ejemplo y nos dijo que hiciéramos como él hizo. Vi que su ejemplo debiera seguirse tan exactamente como sea posible; sin embargo los hermanos y las hermanas no han obrado tan juiciosamente como debieran en el lavamiento de los pies, y ello ha causado confusión. Es algo que debiera introducirse con cuidado y sabiduría en los lugares nuevos, especialmente donde la gente no está informada acerca del ejemplo y las enseñanzas de nuestro Señor al respecto, y donde existen prejuicios contra este rito. Muchas almas sinceras, por la influencia de maestros en quienes tenían antes confianza, albergan mucho prejuicio contra este sencillo deber, y el asunto debe ser introducido al debido tiempo y de la manera apropiada.—Primeros Escritos, 116, 117. MPa 197.2