Servicio Cristiano

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El trabajo entre los extranjeros del país

Una obra de idéntica importancia que la de los campos extranjeros

Despertad, despertad, mis hermanos y hermanas, y entrad en los campos de Norteamérica que nunca han sido trabajados. Después que hayáis dado algo para los campos extranjeros, no creáis que vuestro trabajo ha terminado. Hay una obra que hacer en los campos extranjeros, pero hay un trabajo de igual importancia que ha de ser hecho en Norteamérica. En las ciudades de Norteamérica hay personas de casi todas las lenguas. Ellas necesitan la luz que Dios ha dado a su iglesia.—Testimonies for the Church 8:36. SC 247.1

Mientras se ponen en ejecución planes para amonestar a los habitantes de varias naciones de tierras distantes, mucho debe hacerse en favor de los extranjeros que han venido a las playas de nuestro propio país [Estados Unidos]. Las almas que están en la China no son más preciosas que las que se hallan a la sombra de nuestras puertas. Los hijos de Dios han de trabajar fielmente en los países lejanos, a medida que la providencia divina abra el camino; y también han de cumplir su deber hacia los extranjeros de diversas nacionalidades que habitan en las ciudades y pueblos, así como en distritos rurales cercanos.—The Review and Herald, 25 de julio de 1918. SC 247.2

En la ciudad de Nueva York, en Chicago, y en otros grandes centros de población, hay un numeroso elemento extranjero, multitudes de personas de varias nacionalidades, y todas ellas prácticamente sin amonestar. Entre los adventistas hay un gran celo—y no estoy diciendo que hay demasiado—por trabajar en los países extranjeros; pero sería agradable para Dios si se manifestara un celo proporcionado por trabajar en las ciudades cercanas. Su pueblo necesita actuar cuerdamente. Necesita poner en marcha esta obra en las ciudades con fervoroso esfuerzo. Hombres de consagración y talento han de ser enviados a estas ciudades para ponerse al trabajo. Han de unirse muchas clases de obreros en la conducción de estos esfuerzos para amonestar a la gente.—The Review and Herald, 25 de julio de 1918. SC 247.3