Mensajes Selectos Tomo 1

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Capítulo 50—Venid y buscad y encontrad*

Cristo, el Divino Portador del Pecado

Es imposible que el hombre se salve a sí mismo. Puede engañarse a sí mismo en cuanto a esto, pero no puede salvarse a sí mismo. Sólo la justicia de Cristo puede servir para su salvación, y éste es un don de Dios. Es el vestido de boda en el cual podéis aparecer como huéspedes bienvenidos en la cena de las bodas del Cordero. Que la fe se aferre de Cristo sin demora, y seréis una nueva criatura en Jesús, una luz para el mundo. 1MS 389.1

Cristo es llamado “Jehová, justicia nuestra”, y mediante la fe cada uno debería decir: “Jehová, justicia mía”. Cuando la fe se aferre de este don de Dios, la alabanza de Dios estará en nuestros labios y podremos decir a otros: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Entonces podremos hablar a los perdidos en cuanto al plan de salvación, [para decirles] que cuando el mundo yacía bajo la maldición del pecado, el Señor presentó condiciones de misericordia al pecador caído y sin esperanza, y reveló el valor y significado de su gracia. La gracia es un favor inmerecido. Los ángeles, que no saben nada del pecado, no comprenden qué significa que se les extienda la gracia, pero nuestra pecaminosidad demanda la dádiva de la gracia de un Dios misericordioso. Fue la gracia la que envió a nuestro Salvador a buscarnos, cuando éramos peregrinos, para llevarnos de vuelta al redil. 1MS 389.2

¿Tenéis el sentimiento de una necesidad en vuestra alma? ¿Tenéis hambre y sed de justicia? Entonces, esto es una evidencia de que Cristo está actuando en vuestro corazón y ha creado ese sentimiento de necesidad a fin de que pueda ser buscado para hacer por vosotros, mediante la dádiva de su Espíritu Santo, las cosas que es imposible que hagáis por vosotros mismos. El Señor no especifica condiciones, con la excepción de que tengáis hambre de su misericordia, deseéis su consejo y anheléis su amor. “¡Pedid!” Al pedir manifestáis que comprendéis vuestra necesidad, y si pedís con fe, recibiréis. El Señor ha empeñado su palabra, y ésta no puede fallar. El que sintáis y reconozcáis que sois pecadores es suficiente argumento para pedir la misericordia y compasión divinas. La condición para que podáis ir a Dios no es que seáis santos, sino que pidáis a Dios que os limpie de todo pecado y os purifique de toda iniquidad. Entonces, ¿por qué esperar más? ¿Por qué no aceptar literalmente la promesa de Dios y decir: 1MS 390.1

“Mi ser entero dóytelo:
¡no puedo más, Señor!”?
1MS 390.2

Si Satanás se presenta para proyectar su sombra entre vosotros y Dios, y os acusa de pecados, y os tienta a desconfiar de Dios y dudar de su misericordia, decid: No puedo permitir que mis debilidades se interpongan entre mí y Dios, porque él es mi fortaleza. Mis pecados, que son muchos, son puestos sobre Jesús, mi divino Sustituto y Sacrificio. 1MS 390.3

“Nada traigo en mis manos.
Sólo de tu cruz me aferro”.*
1MS 390.4

Nadie puede mirarse a sí mismo y encontrar algo en su carácter que lo recomiende ante Dios o haga segura su aceptación. Sólo mediante Jesús, a quien el Padre dio por la vida del mundo, puede encontrar acceso a Dios el pecador. Sólo Jesús es nuestro Redentor, nuestro Abogado y Mediador. Nuestra única esperanza de perdón, paz y justicia está en él. En virtud de la sangre de Cristo, el alma herida de pecado puede ser restaurada a la salud. Cristo es la fragancia, el incienso santo que hace aceptables nuestras peticiones ante el Padre. Por lo tanto, podéis decir: 1MS 390.5

“Tal como soy de pecador,
sin otra fianza que tu amor,
a tu llamada vengo a ti,
Cordero de Dios, heme aquí”.
1MS 391.1

Ir a Cristo no requiere duro esfuerzo mental y agonía. Es sencillamente aceptar las condiciones de la salvación que Dios explica en su Palabra. La bendición es gratuita para todos. La invitación es: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura”. Isaías 55:1, 2. 1MS 391.2