Testimonios para los Ministros

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El Espíritu Santo espera que pidamos y recibamos su poder

Melbourne, Australia,

28 de diciembre de 1891

Precisamente antes que Jesús dejara a sus discípulos para ir a las mansiones celestiales, los animó con la promesa del Espíritu Santo. Esta promesa nos pertenece a nosotros tanto como a ellos, y sin embargo, ¡cuán raramente se presenta ante el pueblo o se habla de su recepción en la iglesia! Como consecuencia del silencio sobre este importantísimo asunto, ¿acerca de qué promesa sabemos menos, por su cumplimiento real, que acerca de esta rica promesa del don del Espíritu Santo, mediante el cual será eficaz toda nuestra labor espiritual? La promesa del Espíritu Santo es mencionada por casualidad en nuestros discursos, es tocada en forma incidental, y eso es todo. Las profecías han sido tratadas detenidamente, las doctrinas han sido expuestas; pero lo que es esencial para la iglesia a fin de que crezca en fortaleza y eficiencia espiritual, para que la predicación sea acompañada por la convicción, y las almas sean convertidas a Dios, ha sido mayormente excluido del esfuerzo ministerial. Este tema ha sido puesto a un lado, como si algún tiempo futuro hubiera sido reservado para su consideración. Otras bendiciones y privilegios han sido presentados ante nuestro pueblo hasta despertar en la iglesia el deseo de conseguir la bendición prometida por Dios; pero ha quedado la impresión de que el don del Espíritu Santo no es para la iglesia ahora, sino que en algún tiempo futuro sería necesario que la iglesia lo recibiera. TM 174.1

Todas las demás bendiciones

Esta bendición prometida, reclamada por la fe, traería todas las demás bendiciones en su estela, y ha de ser dada liberalmente al pueblo de Dios. Por medio de los astutos artificios del enemigo las mentes de los hijos de Dios parecen incapaces de comprender las promesas divinas y de apropiarse de ellas. Parecen pensar que únicamente los más escasos chaparrones de la gracia han de caer sobre el alma sedienta. El pueblo de Dios se ha acostumbrado a pensar que debe confiar en sus propios esfuerzos, que poca ayuda ha de recibirse del cielo; y el resultado es que tiene poca luz para comunicar a otras almas que mueren en el error y la oscuridad. La iglesia por mucho tiempo se ha contentando con escasa medida de la bendición de Dios; no ha sentido la necesidad de reclamar los elevados privilegios comprados para ella a un costo infinito. Su fuerza espiritual ha sido escasa, su experiencia, restringida y mutilada, y se halla inhabilitada para la obra que el Señor quiere que haga. No está en condiciones de presentar las grandes y valiosas verdades de la santa Palabra de Dios que convencerían y convertirían a las almas mediante la intervención del Espíritu Santo. Dios espera que la iglesia pida y reciba su poder. Recogerán una cosecha de gozo los que siembran la santa semilla de la verdad. “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. TM 174.2

De la actitud de la iglesia, el mundo ha sacado la idea de que el pueblo de Dios es ciertamente un pueblo triste, que el servicio de Cristo carece de atractivo, que la bendición de Dios se concede a un costo elevado para los que la reciben. Al espaciarnos en nuestras pruebas y magnificar las dificultades, representamos falsamente a Dios y a Jesucristo a quien él ha enviado; porque la lobreguez que rodea el alma del creyente resta todo atractivo a la senda que lleva al cielo, y muchos se apartan chasqueados del servicio de Cristo. Pero ¿son realmente creyentes los que presentan a Cristo de esa manera? No, porque los creyentes descansan en la promesa divina y el Espíritu Santo tiene no sólo la misión de convencer sino también la de consolar. TM 175.1

El cristiano debe echar todo el fundamento si quiere edificar un carácter fuerte, simétrico, si quiere estar bien equilibrado en su experiencia religiosa. Así el hombre estará preparado para alcanzar las normas de verdad y justicia presentadas en la Biblia, porque el Santo Espíritu de Dios lo sostendrá y fortalecerá. El verdadero cristiano combina una gran ternura de sentimiento con una gran firmeza de propósito y una inquebrantable fidelidad a Dios; en ningún caso traicionará las verdades sagradas. El que está dotado del Espíritu Santo tiene grandes poderes emotivos e intelectuales y una invencible fuerza de voluntad.* TM 176.1

Hermanos míos, el Salvador exige de vosotros que prestéis atención a cómo testificáis por él. Necesitáis ahondar cada vez más en el estudio de la Palabra. Os encontráis con toda clase de mentes, y a medida que enseñéis las verdades de la Palabra sagrada, habéis de manifestar fervor, respeto y reverencia. Eliminad los cuentos de vuestras disertaciones y predicad la Palabra. Tendréis entonces más gavillas para llevar al Maestro. Recordad que en vuestro auditorio hay personas que están constantemente acosadas por la tentación. Algunos están luchando con la duda, casi sin esperanza. Pedid a Dios que os ayude a hablar palabras que los fortalezcan para el conflicto.—The Review and Herald, 22 de diciembre de 1904. TM 176.2