Testimonios para los Ministros

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Volved al primer amor

Melbourne, Australia,

15 de julio de 1892

La razón por la cual muchos fracasan es que confían demasiado en sí mismos, y no sienten la imperiosa necesidad de permanecer en Cristo al salir a buscar y salvar lo que está perdido. Hasta que no tengan la mente de Cristo y enseñen la verdad como es en Jesús, no lograrán mucho. Yo ando con temblor delante de Dios. No sé cómo hablar o trazar con la pluma los grandes temas del sacrificio expiatorio. No sé cómo presentar los temas con el poder viviente con que me son presentados. Tiemblo de temor ante la idea de empequeñecer el gran plan de salvación usando palabras inadecuadas. Mi alma se inclina con temor y reverencia delante de Dios, y dice: Para estas cosas, ¿quién es suficiente? ¿Cómo puedo yo hablar, cómo puedo escribir a mis hermanos, de manera que ellos capten los rayos de luz que dimanan del cielo? ¿Qué diré? TM 167.2

“Arrepiéntete, y haz las primeras obras”

La atmósfera de la iglesia es tan frígida, su espíritu es de tal naturaleza, que los hombres y mujeres no pueden sostener o soportar el ejemplo de la piedad primitiva nacida del cielo. El calor de su primer amor está congelado, y a menos que sean bañados por el bautismo del Espíritu Santo, su candelero será quitado de su lugar, si no se arrepienten y hacen las primeras obras. Las primeras obras de la iglesia se veían cuando los creyentes buscaban amigos, parientes y conocidos, y con corazones desbordantes de amor les contaban la historia de lo que Jesús era para ellos y lo que ellos eran para Jesús. ¡Ojalá el Señor despierte a los que ocupan puestos de responsabilidad para que no emprendan la obra confiando en su propia habilidad! La obra que sale de sus manos carecerá del molde y la inscripción de Cristo. TM 167.3

El poder pervertidor del egoísmo

El egoísmo echa a perder todo lo que hacen los obreros no consagrados. Necesitan orar siempre, pero no lo hacen. Necesitan velar en oración. Necesitan sentir el carácter sagrado de la obra, pero no lo sienten. Manejan las cosas sagradas como si fueran comunes. Las cosas espirituales se disciernen espiritualmente, y hasta que puedan beber del agua de la vida, y Cristo sea en ellos una fuente de agua que salte para vida eterna, no refrescarán a nadie, no serán una bendición para nadie; y a menos que se arrepientan, su candelero será quitado de su lugar. En la obra de salvar almas se necesitan perseverante paciencia, invencible caridad y omnipotente fe. El yo no debe prevalecer. Debe ejercerse la sabiduría de Cristo al tratar con las mentes humanas. TM 168.1

Todo obrero que trata con éxito con las almas debe entrar en el trabajo despojado del yo. No puede haber rezongos o irritación, ejercicio arbitrario de la autoridad, el dedo amenazador y el hablar vanidad; antes bien empréndase la obra con el corazón ardiente de amor hacia Jesús y las preciosas almas por las cuales murió. Los que tienen suficiencia propia no pueden esconder su debilidad. Afrontarán la prueba con arrogante confianza en sí mismos, manifestando así que Jesús no está con ellos. Estas almas con suficiencia propia no son pocas, y tienen lecciones que aprender por la dura experiencia del desconcierto y la derrota. Pocos tienen el acierto de dar la bienvenida a una experiencia tal, y muchos se descarrían bajo la prueba. Echan la culpa de su derrota a las circunstancias, y piensan que su talento no es apreciado por los otros. Si se humillaran a sí mismos bajo la mano de Dios, él les enseñaría. TM 168.2

Factores esenciales en el servicio

Los que no aprenden todos los días en la escuela de Cristo, los que no pasan mucho tiempo en ferviente oración, no están en condiciones de manejar la obra de Dios en ninguna de sus ramas, pues si lo hicieran, la depravación humana los vencería ciertamente y elevarían sus almas a cosas vanas. Los que llegan a ser colaboradores de Jesucristo, y tienen espiritualidad para discernir las cosas espirituales, sentirán su necesidad de la virtud y de la sabiduría del Cielo para manejar la obra del Señor. Hay algunos que ni arden ni brillan, y sin embargo están contentos. Se encuentran en una condición desastrosamente fría e indiferente, y muchos que conocen la verdad manifiestamente descuidan el deber, por lo cual Dios les pedirá cuentas. TM 169.1

Dios nos ha dado a Jesús, y en él está la revelación de Dios. Nuestro Redentor dice: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. Si conocemos a Dios,* y a Cristo Jesús a quien él ha enviado, un gozo inefable llenará el alma. ¡Oh, cuánto necesitamos la presencia divina! Todo obrero debiera estar exhalando su oración a Dios por el bautismo del Espíritu Santo. Debieran reunirse grupos para pedir a Dios ayuda especial, sabiduría celestial, a fin de que el pueblo de Dios sepa cómo planear, proyectar y ejecutar la obra. TM 169.2

Especialmente deben orar los hombres porque el Señor elija sus instrumentos y bautice a sus misioneros con el Espíritu Santo. Durante diez días oraron los discípulos antes que viniera la bendición pentecostal. Se necesitó todo ese tiempo para que pudieran comprender lo que significaba ofrecer una oración eficaz, acercarse más y más a Dios, confesar sus pecados, humillar sus corazones delante del Señor, contemplar a Jesús por la fe y ser transformados a su imagen. Cuando la bendición vino, llenó todo el lugar donde estaban reunidos, y dotados de poder, salieron a hacer una obra eficaz para el Maestro. TM 170.1

La selección de hombres para el ministerio

La tarea de elegir hombres para la sagrada obra encomendada en nuestras manos ha sido encarada con demasiada liviandad. A consecuencia de este descuido, están trabajando en campos misioneros hombres inconversos, llenos de lujuria, desagradecidos, sin santidad. Aun cuando algunos de ellos han sido reprendidos a menudo, no han cambiado su conducta y sus prácticas sensuales traen oprobio a la causa de Dios. ¿Cuál será el fruto de una labor tal? ¿Por qué no recuerdan todos nuestros obreros que de toda palabra, buena o mala, han de dar cuenta en el día del juicio? Toda inspiración del Espíritu Santo que guía a los hombres a la bondad y a Dios es anotada en los libros del cielo, y el obrero a través del cual el Señor ha traído luz será alabado en el día del Señor. Si los obreros se dieran cuenta de la responsabilidad eterna que descansa sobre ellos, ¿emprenderían la obra sin un profundo sentido de su carácter sagrado? ¿No deberíamos esperar que se vea la obra profunda del Espíritu de Dios en los hombres que se presentan para abrazar el ministerio? TM 170.2

El apóstol dice: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. Presten todos atención a estas palabras, y sepan que el Señor Jesús no aceptará ninguna transigencia. Al aceptar y retener obreros que persisten en mantener sus imperfecciones de carácter, y no dan plena prueba de su ministerio, la norma ha sido grandemente rebajada. Hay muchos que ocupan puestos de responsabilidad que desoyen la orden del apóstol, y hacen provisión para complacer los deseos de la carne. A menos que el obrero se vista del Señor Jesucristo y halle en él sabiduría, santificación y redención, ¿cómo podrá representar la religión de Jesús? Toda su eficiencia, toda su recompensa se encuentra en Cristo. Debe haber evidencia por parte de los que asumen la solemne posición de pastores de la que están investidos, de que se han dedicado sin reserva a la obra. Deben tomar a Cristo como su Salvador personal. ¿Por qué es que aquellos que por mucho tiempo han estado ocupados en el ministerio, no crecen en gracia y en el conocimiento del Señor Jesús? Se me ha mostrado que complacen sus propensiones egoístas, y sólo hacen las cosas que concuerdan con sus gustos e ideas. Hacen provisión para complacer el orgullo y la sensualidad, y llevan a cabo sus ambiciones y planes egoístas. Están llenos de estima propia. Pero aun cuando sus malas propensiones puedan parecerles tan preciosas como la mano derecha o el ojo derecho, éstas deben ser separadas del obrero, o no será aceptable ante Dios. Por imposición de manos se ordena para el ministerio a hombres que no han sido cabalmente examinados con respecto a sus calificaciones para la obra sagrada; pero ¡cuánto mejor sería examinarlos minuciosamente antes de aceptarlos como ministros, que tener que realizar ese examen tan rígido después que han sido confirmados en su cargo y han puesto su molde sobre la obra! TM 171.1

Una vida consagrada

La siguiente cita muestra el fruto de la verdadera consagración, y esto es lo que debemos exigir de nuestros obreros: TM 172.1

“Harlan Page se consagró a Dios con la determinación de vivir y trabajar para promover la gloria del Señor, en la salvación de los que perecen. ‘Cuando recibí la esperanza por primera vez—dijo en su lecho de muerte—, sentí que debía trabajar por las almas. Oraba año tras año que Dios me usara para salvar a algunos’. Sus oraciones fueron señaladamente contestadas. Nunca perdió Page una oportunidad de iluminar a las almas. Mediante cartas, entrevistas personales, folletos, oraciones, ruegos y amonestaciones, amén del ejemplo santo y ferviente de su vida, trató de rescatar a los descarriados y de edificar a los creyentes. En fábricas, en escuelas, y por doquiera realizaba sistemáticamente esta labor, y sólo el grandioso poder de la gracia puede explicar cómo un hombre tan humilde pudo lograr tanto Su vida es un comentario elocuente de las palabras: ‘Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es’. ‘Nuestra fe en las realidades eternas es débil—Page exclamó—, y pálido nuestro sentido del deber mientras descuidamos la salvación de nuestros semejantes. Despertemos a nuestro deber, y mientras tengamos lengua o pluma, dediquémoslas al servicio del Altísimo, no en nuestra propia fuerza, sino con fe poderosa y firme confianza’”. TM 172.2

Nosotros tenemos una luz acrecentada. Tenemos un mensaje solemne e importante que presentar al mundo, y Dios ha dispuesto que sus discípulos escogidos tengan una profunda experiencia y sean dotados del poder del Espíritu Santo. “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. Esta fue una lección que David nunca olvidó, y en su lecho de muerte dedicó a Salomón este testimonio: “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre”. TM 173.1

Vivimos en un período importante de la historia de esta tierra; con la luz de la verdad que brilla sobre nosotros, no podemos ser excusados ni por un momento por conformarnos a una norma baja. Como colaboradores de Cristo, tenemos el privilegio de compartir sus sufrimientos. Hemos de mirar su vida, estudiar su carácter y copiar el modelo. Lo que Cristo fue en su perfecta humanidad debemos serlo nosotros, porque debemos formar caracteres para la eternidad.* TM 173.2