La humildad
Cuando el colaborador de Cristo presenta la verdad al corazón del pecador con humildad y amor, la voz del amor habla por medio del instrumento humano. Las inteligencias celestiales trabajan con el agente humano consagrado y el Espíritu actúa en el alma del no creyente. Dios le da al corazón la capacidad de creer y el pecador acepta la evidencia de la Palabra de Dios. Es transformado por medio de la influencia llena de gracia del Espíritu Santo y llega a ser uno con Cristo en espíritu y propósito. Sus afectos por Dios aumentan, tiene hambre de justicia y anhela ser más semejante a su Maestro. Al contemplar a Cristo, es transformado de gloria en gloria, de carácter en carácter, y se hace más y más semejante a Jesús. Se llena de amor por Cristo y de un profundo y ansioso amor por las almas que perecen, y dentro de él se forma Cristo, la esperanza de gloria. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
TM 220.2
Leed el segundo y el tercer capítulos de Filipenses, y el primer capítulo de Colosenses. Hay lecciones allí que todos nosotros debiéramos estudiar. Pablo escribe: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre... Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano trabajado”. “Fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre”.
TM 221.1
Evitad la provocación
Nuestros obreros deben usar la mayor sabiduría para no decir nada que provoque a las huestes de Satanás e incite su confederación unida del mal. Cristo no osó presentar una acusación vehemente contra el príncipe del mal, y ¿es propio que nosotros hagamos una acusación que ponga en operación los agentes del mal, las confederaciones de hombres que están aliados con los malos espíritus? Cristo era el Hijo unigénito del Dios infinito, el Comandante de las cortes celestiales, y sin embargo se abstuvo de presentar acusación contra Satanás. Hablando acerca de Jesús, Isaías dice: “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”.
TM 222.1
Consideren, aquellos que hablan y escriben acerca del mensaje del tercer ángel, el hecho de que el Príncipe de paz no presentó una acusación vehemente contra el enemigo, y aprendan la lección que deberían haber aprendido mucho antes. Deberían llevar el yugo de Cristo y practicar su humildad. El gran Maestro dice: “Aprended de mí [no soy jactancioso, escondo mi gloria], que soy manso y humilde de corazón”. Al aprender de mí, “hallaréis descanso para vuestras almas”. Hagan nuestros misioneros una obra tal que conduzca al arrepentimiento del cual no hay que arrepentirse. Necesitamos aprender mucho más de la mansedumbre de Cristo a fin de ser un sabor de vida para vida.
TM 222.2
Nadie abra el camino para que el enemigo pueda hacer su obra. Nadie lo ayude a que haga avanzar sus poderes opresores, porque todavía no estamos preparados para hacerle frente. Necesitamos la influencia suavizadora, subyugante y refinadora del Espíritu Santo para que modele nuestro carácter, llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos capacita para vencer, quien nos guía a sentarnos a los pies de Cristo, como hizo María, y aprender su mansedumbre y humildad de corazón.
TM 223.1
Necesitamos ser santificados por el Espíritu Santo cada hora del día para que no seamos entrampados por el enemigo y nuestras almas sean puestas en peligro. Tenemos la tentación constante de exaltar el yo y debemos extremar nuestra vigilancia contra este mal. Debemos vigilar continuamente para que no manifestemos un espíritu dominante, de crítica y de condenación. Debemos tratar de evitar la misma apariencia del mal y no mostrar nada que se parezca a los atributos de Satanás, nada que desaliente a aquellos con quienes nos relacionamos. Debemos trabajar como Cristo: atraer, edificar, no derribar. Es natural para algunos ser rígidos y dictatoriales y gobernar despóticamente la herencia de Dios; y debido a la manifestación de estos atributos, almas preciosas se han perdido para la causa. Los hombres han manifestado esta característica desagradable porque no han estado vinculados con Dios.
TM 223.2
El trato con las almas preciosas
Los que ocupan cargos destacados, al entrar en contacto con las almas por las cuales Cristo murió, las considerarán preciosas, asignándoles a los hombres el valor que Dios les dio. Pero muchos, en lugar de proceder según la mente y el espíritu de Cristo, han tratado con aspereza, según el modo de ser de los hombres, a las almas adquiridas por la sangre de Cristo. Acerca de sus discípulos Cristo dice: “Todos vosotros sois hermanos”. Siempre deberíamos tener presente la relación que nos une, y recordar que un día habremos de enfrentar ante el tribunal de Cristo a aquellos con quienes nos encontramos aquí. Dios será el Juez y juzgará con justicia a cada uno.
TM 224.1
Juan dice: “Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Considere cada uno de los que profesan el nombre de Cristo, que de cada acto de injusticia y de cada palabra áspera deberá dar cuenta ante el tribunal de Cristo. No será agradable volver a encontrarse con las palabras pronunciadas que han lastimado y herido a las almas, con las decisiones que han obrado contra las almas por las cuales Cristo murió. Toda acción será traída a juicio, y quedará manifiesto el espíritu que la impulsó. Quedará expuesto el fruto de toda exigencia egoísta y arbitraria, y los hombres verán el resultado de sus acciones tal como Dios lo ve. Verán que han apartado almas preciosas del camino recto tratando con ellas de una manera no cristiana. Estamos viviendo en el gran día de la expiación y ya es tiempo de que cada uno se arrepienta delante de Dios, confiese sus pecados y mediante la fe viviente confíe en los méritos de un Salvador crucificado y viviente.
TM 224.2
Mis hermanos y hermanas, ¿tendréis en cuenta que al tratar con la herencia de Dios no debéis seguir vuestras tendencias naturales? Los hijos de Dios son la posesión adquirida de Cristo, y ¡qué precio ha pagado por ellos! ¿Será hallado alguno de nosotros ayudando al enemigo de Dios y de los hombres en la tarea de desanimar y destruir a las almas? ¿Cuál será nuestra retribución si hacemos esta clase de obra? Debemos desarraigar de nuestra conversación todo aquello que sea áspero y severo. No debemos condenar a otros, y no lo haremos si somos uno con Cristo. Debemos representar a Cristo en nuestra forma de tratar con nuestros semejantes. Hemos de ser colaboradores de Dios ayudando a los que son tentados. No debemos animar a las almas a sembrar semillas de duda, porque producirán una cosecha funesta. Debemos aprender de Cristo, usar sus métodos, revelar su espíritu. Se nos amonesta: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Debemos educarnos a nosotros mismos a creer en la palabra de Dios que se está cumpliendo en forma tan admirable y gloriosa. Si tenemos plena certidumbre de fe, no albergaremos dudas acerca de nuestros hermanos.
TM 225.1
El carácter de Cristo
Tenemos el privilegio de ver a Jesús tal como él es, de conocerlo como a un Ser lleno de compasión, amabilidad y divina cortesía. Es bondadoso y misericordioso, y perdonará nuestros pecados. De él está escrito: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.
TM 225.2
Debemos albergar amor y gratitud, debemos mirar a Jesús y ser transformados a su imagen. Así aumentarán nuestra confianza, esperanza, paciencia y valor. Estaremos bebiendo del agua de la vida de la cual Cristo habló a la mujer samaritana, diciendo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva... Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Esta agua representa la vida de Cristo y toda alma debe beberla entrando en relación viviente con Dios. Entonces la confianza bendita, humilde y agradecida será un principio permanente en el alma. El incrédulo temor será completamente arrasado ante la fe viviente. Contemplaremos el carácter de Aquel que nos amó primero.
TM 226.1
Mediante la contemplación del incomparable amor de Dios nos apropiamos de su naturaleza. Cristo representó ante los hombres y los ángeles el carácter del Dios del cielo. Demostró que cuando la humanidad depende enteramente de Dios, los hombres pueden guardar sus mandamientos y vivir, y su ley será como la niña de sus ojos.
TM 226.2
Los que preguntan por la senda de la vida no necesitan ser ricos ni sabios, eruditos u honrados; sin embargo Dios avivará su entendimiento de tal manera que puedan comprender lo que necesitan saber para ser salvos. La luz del cielo, proveniente del trono de Dios, está brillando sobre la tierra, y Cristo dice: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Su bondadosa invitación está saliendo hacia toda la humanidad; aquellos que la acepten hallarán vida y salvación. Pedro escribe: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”.
TM 226.3
1773
TM
Testimonios para los Ministros
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