Capítulo 18—Deberes y privilegios conyugales
Jesús no impuso el celibato—Los que consideran la relación matrimonial como uno de los ritos sagrados de Dios, protegidos por su santo precepto, serán gobernados por los dictados de la razón.1
HC 106.1
Jesús no impuso el celibato a clase alguna de hombres. No vino para destruir la relación sagrada del matrimonio, sino para exaltarla y devolverle su santidad original. Mira con agrado la relación familiar donde predomina el amor sagrado y abnegado.2
HC 106.2
El matrimonio es santo y legítimo—En sí el comer y beber no encierra pecado, ni tampoco lo hay en casarse y darse en casamiento. Era lícito casarse en tiempo de Noé, y lo es también ahora, si lo lícito se trata debidamente y no se lleva al exceso pecaminoso. Pero en días de Noé los hombres se casaban sin consultar a Dios ni procurar su dirección y consejo....
HC 106.3
El hecho de que todas las relaciones de la vida son de índole transitoria debe ejercer una influencia modificadora sobre todo lo que hacemos y decimos. En tiempos de Noé, lo que hacía pecaminoso el casamiento delante de Dios era el amor desordenado y excesivo por lo que en sí era lícito cuando se hacía el debido uso de ello. Son muchos en esta época del mundo los que pierden su alma al dejarse absorber por los pensamientos referentes al casamiento y a la relación matrimonial.3
HC 106.4
La relación matrimonial es santa, pero en esta época degenerada cubre toda clase de vileza. Se abusa de ella y esto ha llegado a ser un crimen que constituye ahora una de las señales de los postreros días, así como los matrimonios, según se realizaban antes del diluvio, eran entonces un crimen.... Cuando se comprendan la naturaleza sagrada y los requisitos del matrimonio, éste resultará aun ahora aprobado por el Cielo; y acarreará felicidad a ambas partes, y Dios será glorificado.4
HC 107.1
Privilegios de la relación matrimonial—Los que profesan ser cristianos ... deben considerar debidamente el resultado de todo privilegio
HC 107.2
En muchos casos, los padres ... han abusado de sus privilegios matrimoniales, y al ceder a sus pasiones animales las han fortalecido.6
HC 107.3
El deber de evitar los excesos—Llevar a los excesos lo legítimo constituye un grave pecado.7
HC 107.4
Muchos padres no obtienen el conocimiento que debieran tener en la vida matrimonial. No se cuidan de manera que Satanás no les saque ventaja ni domine su mente y su vida. No ven que Dios requiere de ellos que se guarden de todo exceso en su vida matrimonial. Pero muy pocos consideran que es un deber religioso gobernar sus pasiones. Se han unido en matrimonio con el objeto de su elección, y por lo tanto, razonan que el matrimonio santifica la satisfacción de las pasiones más bajas. Aun hombres y mujeres que profesan piedad, dan rienda suelta a sus pasiones concupiscentes, y no piensan que Dios los tiene por responsables del desgaste de la energía vital que debilita su resistencia y enerva todo el organismo.8
HC 107.5
La consigna sea: Abnegación y templanza—¡Ojalá que pudiese hacer comprender a todos su obligación hacia Dios en cuanto a conservar en la mejor condición el organismo mental y físico, para prestar servicio perfecto a su Hacedor! Evite la esposa cristiana, tanto por sus palabras como por sus actos, excitar las pasiones animales de su esposo. Muchos no tienen fuerza que malgastar en este sentido. Desde su juventud han estado debilitando el cerebro y minando su constitución por la satisfacción de las pasiones animales. La abnegación y la temperancia debieran ser la consigna en su vida matrimonial.9
HC 108.1
Tenemos solemnes obligaciones para con Dios en cuanto a conservar puro el espíritu y sano el cuerpo, para beneficiar a la humanidad y rendir a Dios un servicio perfecto. El apóstol nos advierte: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que le obedezcáis en sus concupiscencias.” Nos insta a ir adelante diciéndonos que “todo aquel que lucha, de todo se abstiene.” Exhorta a todos los que se llaman cristianos a que presenten sus “cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.” Dice: “Hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado.”10
HC 108.2
No es amor puro el que impulsa a un hombre a hacer de su esposa un instrumento que satisfaga su concupiscencia. Es expresión de las pasiones animales que claman por ser satisfechas. ¡Cuán pocos hombres manifiestan su amor de la manera especificada por el apóstol: “Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella [no para contaminarla, sino] para santificarla y limpiarla,” para “que fuese santa y sin mancha”! Esta es la calidad del amor que en las relaciones matrimoniales Dios reconoce como santo. El amor es un principio puro y sagrado; pero la pasión concupiscente no admite restricción, no quiere que la razón le dicte órdenes ni la controle. No vislumbra las consecuencias; no quiere razonar de la causa al efecto.11
HC 108.3
Por qué procura Satanás debilitar nuestro dominio propio—Satanás procura rebajar la norma de pureza y debilitar el dominio propio de los que contraen matrimonio, porque sabe que mientras las pasiones más bajas se intensifican las facultades morales se debilitan, y no necesita él preocuparse por el crecimiento espiritual de ellos. Sabe también que de ningún otro modo puede él estampar su propia imagen odiosa en la posteridad de ellos, y que le resulta así aun más fácil amoldar el carácter de los hijos que el de los padres.12
HC 109.1
Resultados de los excesos—Hombres y mujeres, aprenderéis algún día lo que es la concupiscencia y el resultado de satisfacerla. Puede hallarse en las relaciones matrimoniales una pasión de clase tan baja como fuera de ellas.13
HC 109.2
¿Cuál es el resultado de dar rienda suelta a las pasiones inferiores? ... La cámara, donde debieran presidir ángeles de Dios, es mancillada por prácticas pecaminosas. Y porque impera una vergonzosa animalidad, los cuerpos se corrompen; las prácticas repugnantes provocan enfermedades repugnantes. Se hace una maldición de lo que Dios dió como bendición.14
HC 109.3
Los excesos sexuales destruirán ciertamente el amor por los ejercicios devocionales, privarán al cerebro de la substancia necesaria para nutrir el organismo y agotarán efectivamente la vitalidad. Ninguna mujer debe ayudar a su esposo en esta obra de destrucción propia. No lo hará si ha sido iluminada al respecto y ama la verdad.
HC 109.4
Cuanto más se satisfacen las pasiones animales, tanto más fuertes se vuelven y violentos serán los deseos de complacerlas. Comprendan su deber los hombres y mujeres que temen a Dios. Muchos cristianos profesos sufren de parálisis de los nervios y del cerebro debido a su intemperancia en este sentido.15
HC 109.5
Los esposos han de ser considerados—Los maridos deben ser cuidadosos, atentos, constantes, fieles y compasivos. Deben manifestar amor y simpatía. Si cumplen las palabras de Cristo, su amor no será del carácter bajo, terrenal ni sensual que los llevaría a destruir su propio cuerpo y a acarrear debilidad y enfermedad a sus esposas. No se entregarán a la complacencia de las pasiones bajas mientras repitan constantemente a sus esposas que deben estarles sujetas en todo. Cuando el marido tenga la nobleza de carácter, la pureza de corazón y la elevación mental que debe poseer todo cristiano verdadero, lo manifestará en la relación matrimonial. Si tiene el sentir de Cristo, no será destructor del cuerpo, sino que estará henchido de amor tierno y procurará alcanzar al más alto ideal en Cristo.16
HC 109.6
Cuando se empieza a dudar—Ningún hombre puede amar de veras a su esposa cuando ella se somete pacientemente a ser su esclava para satisfacer sus pasiones depravadas. En su sumisión pasiva, ella pierde el valor que una vez él le atribuyó. La ve envilecida y rebajada, y pronto sospecha que se sometería con igual humildad a ser degradada por otro que no sea él mismo. Duda de su constancia y pureza, se cansa de ella y busca nuevos objetos que despierten e intensifiquen sus pasiones infernales. No tiene consideración con la ley de Dios. Estos hombres son peores que los brutos; son demonios con forma humana. No conocen los principios elevadores y ennoblecedores del amor verdadero y santificado. La esposa también llega a sentir celos del esposo, y sospecha que, si tuviese oportunidad, dirigiría sus atenciones a otra persona con tanta facilidad como a ella. Ella ve que no se rige por la conciencia ni el temor de Dios; todas estas barreras santificadas son derribadas por las pasiones concupiscentes; todas las cualidades del esposo que le asemejarían a Dios son sujetas a la concupiscencia brutal y vil.17
HC 110.1
Las exigencias irrazonables—La cuestión que se ha de decidir es ésta: ¿Debe la esposa sentirse obligada a ceder implícitamente a las exigencias del esposo, cuando ve que sólo las pasiones bajas lo dominan y cuando su propio juicio y razón la convencen de que al hacerlo perjudica su propio cuerpo, que Dios le ha ordenado poseer en santificación y honra y conservar como sacrificio vivo para Dios?
HC 110.2
No es un amor puro y santo lo que induce a la esposa a satisfacer las propensiones animales de su esposo, a costa de su salud y de su vida. Si ella posee verdadero amor y sabiduría, procurará distraer su mente de la satisfacción de las pasiones concupiscentes hacia temas elevados y espirituales, espaciándose en asuntos espirituales interesantes. Tal vez sea necesario instarlo con humildad y afecto aun a riesgo de desagradarle, y hacerle comprender que no puede ella degradar su cuerpo cediendo a los excesos sexuales. Ella debe, con ternura y bondad, recordarle que Dios tiene los primeros y más altos derechos sobre todo su ser y que no puede despreciar esos derechos, porque tendrá que dar cuenta de ellos en el gran día de Dios....
HC 111.1
Si ella elevara sus afectos, y en santificación y honra conservara su dignidad femenina refinada, podría la mujer hacer mucho para santificar a su esposo por medio de su influencia juiciosa y así cumplir su alta misión. Con ello puede salvarse a sí misma y a su esposo, y cumplir así una doble obra. En este asunto tan delicado y difícil de tratar, se necesita mucha sabiduría y paciencia, como también valor moral y fortaleza. Puede hallarse fuerza y gracia en la oración. El amor sincero ha de ser el principio que rija el corazón. El amor hacia Dios y hacia el esposo deben ser los únicos motivos que rijan la conducta....
HC 111.2
Cuando la esposa entrega su cuerpo y su mente al dominio de su esposo, y se somete pasiva y totalmente a su voluntad en todo, sacrificando su conciencia, su dignidad y aun su identidad, pierde la oportunidad de ejercer la poderosa y benéfica influencia que debiera poseer para elevar a su esposo. Podría suavizar su carácter severo, y podría ejercer su influencia santificadora de tal modo que lo refinase y purificase, induciéndole a luchar fervorosamente para gobernar sus pasiones, a ser más espiritual, a fin de que puedan participar juntos de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que impera en el mundo por la concupiscencia.
HC 111.3
El poder de la influencia puede ser grande para inspirar a la mente temas elevados y nobles, por encima de las complacencias bajas y sensuales que procura por naturaleza el corazón que no ha sido regenerado por la gracia. Si la esposa considera que, a fin de agradar a su esposo debe rebajar sus normas, cuando la pasión animal es la base principal del amor de él y controla sus acciones, desagrada a Dios, porque deja de ejercer una influencia santificadora sobre su esposo. Si le parece que debe someterse a sus pasiones animales sin una palabra de protesta, no comprende su deber con él ni con Dios.18
HC 112.1
Nuestro cuerpo es posesión adquirida—Las pasiones inferiores tienen su sede en el cuerpo y obran por su medio. Las palabras “carne,” “carnal,” o “concupiscencias carnales” abarcan la naturaleza inferior y corrupta; por sí misma la carne no puede obrar contra la voluntad de Dios. Se nos ordena que crucifiquemos la carne, con los afectos y las concupiscencias. ¿Cómo lo haremos? ¿Infligiremos dolor al cuerpo? No, pero daremos muerte a la tentación a pecar. Debe expulsarse el pensamiento corrompido. Todo intento debe someterse al cautiverio de Jesucristo. Todas las propensiones animales deben sujetarse a las facultades superiores del alma. El amor de Dios debe reinar supremo; Cristo debe ocupar un trono indiviso. Nuestros cuerpos deben ser considerados como su posesión adquirida. Los miembros del cuerpo han de llegar a ser los instrumentos de la justicia.19
HC 112.2
177
HC
El Hogar Cristiano
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