Capítulo 17—Obligaciones mutuas
Cada uno tiene responsabilidades—Las dos personas que unen su interés en la vida tendrán distintas características y responsabilidades individuales. Cada uno tendrá su trabajo, pero no se ha de valorar a las mujeres por el trabajo que puedan hacer como se estiman las bestias de carga. La esposa ha de agraciar el círculo familiar como esposa y compañera de un esposo sabio. A cada paso debe ella preguntarse: “¿Es ésta la norma de la verdadera femineidad?” y: “¿Cómo haré para que mi influencia sea como la de Cristo en mi hogar?” El marido debe dejar saber a su esposa que él aprecia su trabajo.1
HC 99.1
La esposa ha de respetar a su marido. El ha de amar y apreciarla a ella: y así como los une el voto matrimonial, su creencia en Cristo debe hacerlos uno en él. ¿Qué podría agradar más a Dios que el ver a los que contraen matrimonio procurar juntos aprender de Jesús y llegar a compenetrarse cada vez más de su Espíritu?2
HC 99.2
Tenéis ahora deberes que cumplir que no existían para vosotros antes de vuestro matrimonio. “Vestíos pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de tolerancia.” Examinad con cuidado las instrucciones siguientes: “Andad en amor, como también Cristo nos amó. ... Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia. ... Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.”3
HC 99.3
Instrucciones de Dios a Eva—A Eva se le habló de la tristeza y los dolores que sufriría. Y el Señor dijo: “A tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti.” En la creación Dios la había hecho igual a Adán. Si hubiesen permanecido obedientes a Dios, en concordancia con su gran ley de amor, siempre hubieran estado en mutua armonía; pero el pecado había traído discordia, y ahora la unión y la armonía podían mantenerse sólo mediante la sumisión del uno o del otro. Eva había sido la primera en pecar, había caído en tentación por haberse separado de su compañero, contrariando la instrucción divina. Adán pecó a sus instancias, y ahora ella fué puesta en sujeción a su marido. Si los principios prescritos por la ley de Dios hubieran sido apreciados por la humanidad caída, esta sentencia, aunque era consecuencia del pecado, hubiera resultado en bendición para ellos; pero el abuso de parte del hombre de la supremacía que se le dió, a menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha convertido su vida en una carga.
HC 100.1
Junto a su esposo, Eva había sido perfectamente feliz en su hogar edénico; pero, a semejanza de las inquietas Evas modernas, se lisonjeaba con ascender a una esfera superior a la que Dios le había designado. En su afán de subir más allá de su posición original, descendió a un nivel más bajo. Resultado similar alcanzarán las mujeres que no están dispuestas a cumplir alegremente los deberes de su vida de acuerdo al plan de Dios.4
HC 100.2
Esposas, someteos; maridos, amad—A menudo se pregunta: “¿Debe una esposa no tener voluntad propia?” La Biblia dice claramente que el esposo es el jefe de la familia. “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos.” Si la orden terminase así, podríamos decir que nada de envidiable tiene la posición de la esposa; es muy dura y penosa en muchos casos, y sería mejor que se realizasen menos casamientos. Muchos maridos no leen más allá que “estad sujetas,” pero debemos leer la conclusión de la orden, que es: “Como conviene en el Señor.”
HC 100.3
Dios requiere que la esposa recuerde siempre el temor y la gloria de Dios. La sumisión completa que debe hacer es al Señor Jesucristo, quien la compró como hija suya con el precio infinito de su vida. Dios le dió a ella una conciencia, que no puede violar con impunidad. Su individualidad no puede desaparecer en la de su marido, porque ha sido comprada por Cristo. Es un error imaginarse que en todo debe hacer con ciega devoción exactamente como dice su esposo, cuando sabe que al obrar así han de sufrir perjuicio su cuerpo y su espíritu, que han sido redimidos de la esclavitud satánica. Uno hay que supera al marido para la esposa; es su Redentor, y la sumisión que debe rendir a su esposo debe ser, según Dios lo indicó, “como conviene en el Señor.”
HC 101.1
Cuando los maridos exigen de sus esposas una sumisión completa, declarando que las mujeres no tienen voz ni voluntad en la familia, sino que deben permanecer sujetas en absoluto, colocan a sus esposas en una condición contraria a la que les asigna la Escritura. Al interpretar ésta así, atropellan el propósito de la institución matrimonial. Recurren a esta interpretación simplemente para poder gobernar arbitrariamente, cosa que no es su prerrogativa. Y más adelante leemos: “Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis desapacibles con ellas.” ¿Por qué habría de ser un marido desapacible con su esposa? Si descubre que ella yerra y está llena de defectos, un espíritu de amargura no remediará el mal.5
HC 101.2
Sujetas tan sólo a esposos que se someten a Cristo—Muchos maridos, en su trato con sus esposas, no han representado correctamente al Señor Jesucristo en su relación con la iglesia, porque no andan en el camino del Señor. Declaran que sus esposas han de someterse en todo a ellos. Pero no era designio de Dios que el marido ejerciese dominio como jefe de la casa cuando él mismo no se somete a Cristo. Debe estar bajo el gobierno de Cristo para representar la relación de éste con la iglesia. Si es tosco, rudo, turbulento, egotista, duro e intolerante, no diga nunca que el marido es cabeza de la esposa y que ella debe sometérsele en todo; porque él no es el Señor, no es el marido en el verdadero significado del término. ...
HC 101.3
Los maridos deben estudiar el modelo y procurar saber lo que significa el símbolo presentado en la epístola a los efesios, la relación que sostiene Cristo con su iglesia. En su familia, el esposo ha de ser como el Salvador. ¿Se destacará él en la noble virilidad que Dios le dió, y procurará siempre elevar a su esposa y a sus hijos? ¿Alentará en derredor suyo una atmósfera pura y dulce? Mientras asevera sus derechos a ejercer la autoridad, ¿no cultivará tan asiduamente el amor de Jesús, para hacer de él un principio permanente que rija su hogar?
HC 102.1
Procure cada esposo y padre comprender las palabras de Cristo, no en forma unilateral, espaciándose simplemente en la sujeción de la esposa a su marido, sino considerando a la luz de la cruz del Calvario su propia posición en el círculo de la familia. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra.” Jesús se dió a sí mismo para morir en la cruz a fin de poder limpiarnos y guardarnos de todo pecado y contaminación por la influencia del Espíritu Santo.6
HC 102.2
La tolerancia mutua es necesaria—Debemos tener el Espíritu de Dios, o no podremos tener armonía en el hogar. Si la esposa tiene el espíritu de Cristo, será cuidadosa en lo que respecta a sus palabras; dominará su genio, será sumisa y sin embargo no se considerará esclava, sino compañera de su esposo. Si éste es siervo de Dios, no se enseñoreará de ella; no será arbitrario ni exigente. No podemos estimar en demasía los afectos del hogar; porque si el Espíritu del Señor mora allí, el hogar es un símbolo del cielo. ... Si uno yerra, el otro ejercerá tolerancia cristiana y no se retraerá con frialdad.7
HC 102.3
Ni el marido ni la mujer deben pensar en ejercer gobierno arbitrario uno sobre otro. No intentéis imponer vuestros deseos uno a otro. No podéis hacer esto y conservar el amor mutuo. Sed bondadosos, pacientes, indulgentes, considerados y corteses. Mediante la gracia de Dios podéis haceros felices el uno al otro, tal como lo prometisteis al casaros.8
HC 103.1
Cada uno ceda de buen grado—A veces en la vida matrimonial hombres y mujeres obran como niños indisciplinados y perversos. El marido quiere salir con la suya y ella quiere que se haga su voluntad, y ni uno ni otro quiere ceder. Una situación tal no puede sino producir la mayor desdicha. Ambos debieran estar dispuestos a renunciar a su voluntad u opinión. No pueden ser felices mientras ambos persisten en obrar como les agrade.9
HC 103.2
A menos que hombres y mujeres hayan aprendido de Cristo a ser mansos y humildes, revelarán el espíritu impulsivo e irracional que tan a menudo se ve en los niños. Los fuertes e indisciplinados procurarán gobernar. Los tales necesitan estudiar las palabras de Pablo: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando fuí hombre hecho, dejé lo que era de niño.”10
HC 103.3
Arreglo de dificultades en la familia—Si ambos esposos no sometieron su corazón a Dios es asunto difícil arreglar las dificultades familiares, aun cuando ellos procuren hacerlo con justicia en lo que respecta a sus diversos deberes. ¿Cómo pueden los esposos dividir los intereses de su vida hogareña y seguir manifestándose amante confianza? Debieran tener un interés unido en todo lo que concierne al hogar y si la esposa es cristiana aunará su interés con el de su esposo como compañero suyo; porque el marido debe ocupar el lugar de jefe de la familia.11
HC 103.4
Consejos a familias en discordia—Su espíritu no es correcto. Cuando Vd. decide algo, no pesa bien el asunto ni considera lo que será el efecto si se aferra a sus opiniones y en forma independiente las entreteje con sus oraciones y su conversación, cuando sabe que su esposa no opina como Vd. En vez de respetar los sentimientos de su esposa y evitar cuidadosamente, como caballero, los temas acerca de los cuales Vds. difieren, ha insistido en espaciarse en los puntos dudosos y en expresar sus opiniones sin consideración para quienes le rodeaban. Le ha parecido que los demás no tenían derecho a no ver las cosas como Vd. El árbol cristiano no produce tales frutos.12
HC 103.5
Hermano mío, hermana mía, abrid la puerta del corazón para recibir a Jesús. Invitadle a entrar en el templo del alma. Ayudaos mutuamente a vencer los obstáculos que se encuentran en la vida matrimonial de todos. Arrostraréis un fiero combate para vencer a vuestro adversario el diablo, y si queréis que Dios os ayude en la batalla, debéis estar unidos en la decisión de vencer y de mantener los labios sellados para no decir mal alguno, aun cuando hayáis de caer de rodillas y clamar: “Señor, reprime al adversario de mi alma.”13
HC 104.1
Cristo en el corazón dará unidad—Si se cumple la voluntad de Dios, ambos esposos se respetarán mutuamente y cultivarán el amor y la confianza. Cualquier cosa que habría de destruir la paz y la unidad de la familia debe reprimirse con firmeza, y debe fomentarse la bondad y el amor. El que manifieste un espíritu de ternura, tolerancia y cariño notará que se le reciproca con el mismo espíritu. Donde reina el Espíritu de Dios, no se hablará de incompatibilidad en la relación matrimonial. Si de veras se forma en nosotros Cristo, esperanza de gloria, habrá unión y amor en el hogar. El Cristo que more en el corazón de la esposa concordará con el Cristo que habite en el del marido. Se esforzarán juntos por llegar a las mansiones que Cristo fué a preparar para los que le aman.14
HC 104.2
177
HC
El Hogar Cristiano
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