El Hogar Cristiano

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Capítulo 72—La hospitalidad

Aun hoy pueden agasajarse ángeles—La Biblia da mucho realce a la práctica de la hospitalidad. No sólo ordena la hospitalidad como un deber, sino que presenta muchos hermosos cuadros del ejercicio de esta gracia y las bendiciones que reporta. Entre ellos se destaca el caso de Abrahán. ... HC 405.1

Dios atribuyó suficiente importancia a estos actos de cortesía para registrarlos en su Palabra; y más de mil años más tarde fueron mencionados por un apóstol inspirado: “No olvidéis la hospitalidad, porque por ésta algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.” HC 405.2

El privilegio concedido a Abrahán y Lot no nos es negado. Manifestando hospitalidad a los hijos de Dios, nosotros también podemos recibir a sus ángeles en nuestras moradas. Aun en nuestro tiempo los ángeles entran en forma humana en los hogares de las gentes, y son agasajados por ellas. Y los cristianos que viven a la luz del rostro de Dios están siempre acompañados por ángeles invisibles, y estos seres santos dejan tras sí una bendición en nuestros hogares.1 HC 405.3

Oportunidades descuidadas—“Amador de la hospitalidad” es una de las cualidades que, según el Espíritu Santo, han de señalar al que debe llevar responsabilidad en la iglesia. Y a toda la iglesia es dada la orden: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones. Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo a los otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios.” HC 405.4

Estas amonestaciones han sido extrañamente descuidadas. Aun entre los que profesan ser cristianos se ejercita poco la verdadera hospitalidad. Entre nuestro propio pueblo la oportunidad de manifestar hospitalidad no es considerada como debiera serlo: como un privilegio y una bendición. Es en absoluto demasiado escasa la sociabilidad y disposición para hacer lugar para dos o tres más en la mesa de la familia, sin molestia u ostentación.2 HC 405.5

Excusas inadecuadas—He oído a muchos disculparse por no invitar a sus hogares y corazones a los santos de Dios, diciendo: “No tengo nada preparado; no he cocinado nada; tendrán que ir a otra parte.” Y en esa otra parte puede haberse inventado alguna otra excusa por no recibir a los que necesitan hospitalidad, y los sentimientos de las visitas quedan profundamente agraviados, y ellas se van con impresiones desagradables acerca de la hospitalidad de estos profesos hermanos y hermanas. Si Vd. no tiene pan, hermana, imite el caso presentado en la Biblia. Vaya a su vecino y dígale: “Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de camino, y no tengo qué ponerle delante.” HC 406.1

No encontramos ejemplo alguno en que esta falta de pan sea presentada como excusa por negar la entrada a quien solicitase hospitalidad. Cuando Elías se dirigió a la viuda de Sarepta, ella compartió su último bocado con el profeta de Dios, y él hizo un milagro de manera que gracias al acto de dar albergue a su siervo y compartir su alimento con él, ella misma fué sustentada, y salvó la propia vida y la de su hijo. Así resultará en el caso de muchos, si obran con la misma buena voluntad para gloria de Dios. HC 406.2

Algunas personas alegan su poca salud. Les agradaría mucho ser hospitalarias si tuvieran fuerza para ello. Se han encerrado en sí mismas durante tanto tiempo, han meditado tanto en lo mal que se sentían, y hablado tanto de sus sufrimientos, pruebas y aflicciones que todo esto constituye su verdad presente. Sólo pueden pensar en sí mismas, por mucho que otros estén necesitados de simpatía y asistencia. Hay un remedio para las personas que están aquejadas de mala salud. Si visten al desnudo y meten en casa al pobre desamparado y dan pan al hambriento, se les dice: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se dejará ver presto.” Hacer el bien es un excelente remedio para la enfermedad. A quienes se dedican a esa obra se los invita a invocar a Dios, quien se ha comprometido a responderles. Su alma será satisfecha en la sequía, y serán como un jardín regado, cuyas aguas no faltan.3 HC 406.3

Bendiciones perdidas por egoísmo—A Dios le desagrada el interés egoísta tan a menudo manifestado para “mí y mi familia.” Cada familia que alberga este espíritu necesita ser convertida por los principios puros ejemplificados en la vida de Cristo. Los que se encierran en sí mismos, que no están dispuestos a agasajar visitas, pierden muchas bendiciones.4 HC 407.1

Los ángeles aguardan para ver si aprovechamos las oportunidades de hacer bien que se nos presentan, y si estamos dispuestos a bendecir a otros, para que ellos a su vez puedan bendecirnos a nosotros. El Señor mismo nos ha hecho diferentes unos de otros: algunos pobres, otros ricos y otros aún, afligidos, para que todos tengamos oportunidad de desarrollar nuestro carácter. Dios permitió a propósito que los pobres fuesen lo que son, para que podamos ser probados y desarrollar lo que hay en nuestro corazón.5 HC 407.2

Cuando muere el espíritu de la hospitalidad, el corazón queda paralizado de egoísmo.6 HC 407.3

¿A quienes se debe dar hospitalidad?—Nuestras relaciones sociales no deberían ser dirigidas por los dictados de las costumbres del mundo, sino por el Espíritu de Cristo y por la enseñanza de su Palabra. En todas sus fiestas los israelitas admitían al pobre, al extranjero y al levita, el cual era a la vez asistente del sacerdote en el santuario y maestro de religión y misionero. A todos se les consideraba como huéspedes del pueblo, para compartir la hospitalidad en todas las festividades sociales y religiosas y ser atendidos con cariño en casos de enfermedad o penuria. A personas como ésas debemos dar buena acogida en nuestras casas. ¡Cuánto podría hacer semejante acogida para alegrar y alentar al enfermero misionero o al maestro, a la madre cargada de cuidados y de duro trabajo, o a las personas débiles y ancianas que viven tan a menudo sin familia, luchando con la pobreza y el desaliento! HC 407.4

“Cuando haces comida o cena—dice Cristo,—no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; porque también ellos no te vuelvan a convidar, y te sea hecha compensación. Mas cuando haces banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos, los ciegos; y serás bienaventurado; porque no te pueden retribuir; mas te será recompensado en la resurrección de los justos.” Lucas 14:12-14. HC 408.1

Estos serán huéspedes que no os costará mucho recibir. No necesitaréis ofrecerles trato costoso y de mucha preparación. Necesitaréis más bien evitar la ostentación. El calor de la bienvenida, un asiento al amor de la lumbre, y uno también a vuestra mesa, el privilegio de compartir la bendición del culto de familia, serían para muchos como vislumbres del cielo. HC 408.2

Nuestras simpatías deben rebosar más allá de nosotros mismos y del círculo de nuestra familia. Hay preciosas oportunidades para los que quieran hacer de su hogar una bendición para otros. La influencia social es una fuerza maravillosa. Si queremos, podemos valernos de ella para ayudar a los que nos rodean.7 HC 408.3

Un refugio para los jóvenes tentados—Nuestros hogares deberían ser refugios para los jóvenes que sufren tentación. Muchos hay que se encuentran en la encrucijada de los caminos. Toda influencia e impresión determinan la elección del rumbo de su destino en esta vida y en la venidera. El mal, con sus lugares de reunión, brillantes y seductores, los invita. A todos los que acudan se les da la bienvenida. En torno nuestro hay jóvenes sin familia, y otros cuyos hogares no tienen poder para protegerlos ni elevarlos, y se ven arrastrados al mal. Se encaminan hacia la ruina en la sombra misma de nuestras puertas. HC 408.4

Estos jóvenes necesitan que se les tienda la mano con simpatía. Las palabras bondadosas dichas con sencillez, las pequeñas atenciones para con ellos, barrerán las nubes de la tentación que se amontonan sobre sus almas. La verdadera expresión de la simpatía proveniente del cielo puede abrir la puerta del corazón que necesita la fragancia de palabras cristianas, y del delicado toque del espíritu del amor de Cristo. Si nos interesáramos por los jóvenes, invitándolos a nuestras casas y rodeándolos de influencias alentadoras y provechosas, serían muchos los que de buena gana dirigirían sus pasos por el camino ascendente.8 HC 409.1

La sencillez en la familia—Cuando, como sucede a menudo, llegan visitas, no debe permitirse que absorban todo el tiempo y la atención de la madre; el bienestar temporal y espiritual de sus hijos viene en primer lugar. No debe ella dedicar tiempo a preparar ricos pasteles, tortas o manjares malsanos para la mesa. Estos representan un gasto adicional, al que muchos no pueden hacer frente, pero el mal mayor estriba en el ejemplo. Consérvese la sencillez de la familia. No tratéis de dar la impresión de que podéis vivir de una manera que en realidad supera vuestros recursos. No procuréis aparentar lo que no sois, ni en los preparativos para vuestra mesa ni en vuestros modales. HC 409.2

Aunque debéis tratar a vuestras visitas con bondad y hacerles sentir que están en casa, siempre debéis recordar que estáis enseñando a los pequeñuelos que Dios os dió. Os observan, y ningún proceder vuestro debe dirigir sus pies por el camino erróneo. Sed con vuestras visitas precisamente lo que sois cada día con vuestra familia: amables, considerados y corteses. En esto todos pueden ser educadores, un ejemplo de buenas obras. Atestiguan que hay algo más esencial que pensar en lo que se ha de comer y beber y con qué vestirse.9 HC 409.3

Un ambiente apacible—Seríamos mucho más felices y más útiles si nuestra vida familiar y nuestro trato social se rigieran por la mansedumbre y la sencillez de Cristo. En vez de lograr con gran esfuerzo una ostentación que excite la admiración o la envidia de las visitas, debemos procurar hacer felices a cuantos nos rodean mediante nuestra alegría, simpatía y amor. Dejemos ver a las visitas que nos esforzamos por obrar conforme a la voluntad de Cristo. Aunque nuestra suerte sea humilde, vean ellas en nosotros un espíritu de contentamiento y gratitud. En un hogar verdaderamente cristiano reina una atmósfera de paz y reposo. Un ejemplo tal no quedará sin efecto.10 HC 410.1

Se lleva cuenta en el cielo—Cristo lleva cuenta de todo gasto en que se incurre al dar hospitalidad por causa suya. El provee todo lo que es necesario para esta obra. Los que por amor a Cristo alojan y alimentan a sus hermanos, haciendo lo mejor que puedan para que la visita sea provechosa para los huéspedes como para sí mismos, son anotados en el cielo como dignos de bendiciones especiales. HC 410.2

Cristo dió en su propia vida una lección de hospitalidad. Cuando estaba rodeado por la muchedumbre hambrienta al lado del mar, no la mandó sin refección a sus hogares. Dijo a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer.” Y por un acto de poder creador proporcionó bastante alimento para suplir sus necesidades. Sin embargo, ¡cuán sencillo fué el alimento provisto! No había lujo. El que tenía todos los recursos del cielo a su disposición podría haber presentado a la gente una comida suculenta. Pero proveyó solamente lo que bastaba para su necesidad, lo que era el alimento diario de los pescadores a orillas del mar. HC 410.3

Si los hombres fueran hoy sencillos en sus costumbres y vivieran en armonía con las leyes de la naturaleza, habría abundante provisión para todas las necesidades de la familia humana. Habría menos necesidades imaginarias y más oportunidad de trabajar de acuerdo con los métodos de Dios. ... HC 411.1

La pobreza no necesita privarnos de manifestar hospitalidad. Hemos de impartir lo que tenemos. Hay quienes luchan para ganarse la vida, quienes tienen grandes dificultades para suplir sus necesidades; pero aman a Jesús en la persona de sus santos, y están listos para mostrar hospitalidad a creyentes e incrédulos, y tratan de hacer provechosas sus visitas. En la mesa y en el culto de la familia, dan la bienvenida a los huéspedes. El momento de oración impresiona a aquellos que reciben su hospitalidad, y aun una visita puede significar la salvación de un alma de la muerte. El Señor toma nota diciendo: “Te lo pagaré.”11 HC 411.2

Reconoced las oportunidades—Despertad, hermanos y hermanas. No temáis las buenas obras. “No nos cansemos, pues, de hacer bien; que a su tiempo segaremos, si no hubiéremos desmayado.” No esperéis que se os indique vuestro deber. Abrid los ojos y ved en derredor vuestro; llegad a conocer a los desamparados, afligidos y menesterosos. No os escondáis de ellos, y no procuréis aislaros de sus necesidades. ¿Quién da las pruebas mencionadas en Santiago, de poseer la religión pura, sin mancha de egoísmo o corrupción? ¿Quiénes están ansiosos de hacer cuanto puedan para ayudar en el gran plan de salvación?12 HC 411.3